La joven de la sangre de oro (III)

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-¡Ivar! ¡Ivar!

Una niña pequeña corrió hacia él, llamándole por su nombre. Él sonrió, acomodándose en el pasto del jardín para mirar fijamente a la criatura de cinco años de edad. Ésta le observaba con natural curiosidad, postura que él comprendía a la perfección...

Ivar abrió los ojos y se incorporó inmediatamente en el lecho. Se volvió hacia la ventana; el paisaje de la ciudad de Mérida se iluminaba delante de sus ojos. Apartando la sábana, el joven se levantó de la cama y se dirigió hacia el baño para lavarse la cara. 

Aquél sueño se repetía una y otra vez desde que la conoció en París. Siempre la misma niña de cabello negro y ojos castaños corriendo alegremente por un jardín rodeado de rosas rojas y blancas, siempre él a la misma edad que ella siendo un dragón de estatura pequeña. Desconocía cómo, pero estaba seguro que aquella niña de olor a rosas era la chica de París; tenía la certeza de que ella también le reconocía, solo que no recordaba su nombre.

"Ya estamos iguales", pensó mientras salía del baño.

Se detuvo un momento al observar a su inesperada visita sentada despreocupadamente en la silla junto a la ventana. 

-No creo necesario preguntar cómo entraste aquí, arcángel. ¿Te puedo ayudar en algo? -inquirió precavido.

El arcángel, un hombre de ojos azules penetrantes, cabello castaño claro y unos atavíos grises, le miró fijamente sin palabra alguna. Ivar, con mayor precaución, olfateó en busca de otros arcángeles. "¡Qué extraño! Está solo", pensó mientras que el arcángel, con seriedad, declaró:

-Eres uno de los tres dragones que escaparon del Metnal.

-Sí... Así es. ¿Estás aquí por información? Porque si eso es lo que quieres, te lo puedo dar sin compromiso alguno. Después de todo, ustedes o ellos nos matarán a los tres.

El arcángel, sin dejar de sostenerle la mirada, se levantó.

-Estoy intrigado, dragón -dijo-. ¿Estás consciente de que estás cometiendo traición contra los tuyos?

-¿Traición? Déjeme ver... Sí, los estoy traicionando. Y no me importa. 

Un nuevo olfateo le reveló un segundo elemento en la habitación. Y ese no era un ángel. Mirando fijamente a su interlocutor, detectó algo en su mano. "Una mancha oscura... Está contaminado", pensó mientras se acercaba lentamente al arcángel.

-¿Te revolcaste con la "cronoata arrepentida", no es verdad? -soltó sin temor a equivocarse.

Los ojos del arcángel se tornaron rojos como fuego; la mancha negra de su mano empezó a extenderse por el brazo, resaltando las venas de la cara. Ivar, lejos de sorprenderse, sacó un cigarrillo.

El arcángel, aunque sorprendido ante el descuido del dragón, sacó de la manga de su saco un cuchillo torcido e intentó herirle; sin embargo, Ivar detuvo su mano y le escupió fuego en el rostro. El ángel soltó un alarido de dolor al sentir cómo su rostro se derretía; tapándose con ambas manos, se tambaleó. Aquello fue aprovechado por Ivar, quien sacó un cuchillo de plata y, al calentarlo, lo clavó en el corazón del ángel.

Ante sus ojos vio cómo el hombre se convirtió en polvo.

"Vaenir y padre tenían razón: El fuego de dragón es la cura de la enfermedad", pensó mientras tomaba su chaqueta y salía de inmediato de la habitación. "Si hay más como él en el cielo, quiere decir que Ondskap lo ha logrado... Y eso no es nada bueno".

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