"Lethaeus" [novela original de fantasía, capítulo quinto]

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Capítulo primero
Capítulo segundo
Capítulo tercero
Capítulo cuarto


La verdadera muerte es el olvido...

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Colocó el punto y final sobre la hoja con un último y orgásmico toque en la tecla de la máquina de escribir. También se comenzó a sentir bastante cansado, de todas maneras, tenía pensado en revisar lo escrito la mañana siguiente para que así el editor no tuviera que hacer cambios que él considerase innecesarios e incluso ofensivos a su propia obra. A continuación, miró la hora, eran más de la media noche. Un pensamiento de pesar recorrió su cabeza. No recordaba si había tomado sus medicamentos ese día o cualquier otro. Tampoco si había comido algo más de las frutas de la canasta que le trajera Robert hace algunos días, y de una botella de vino (otra diferente a la que trajo el editor). Tomó su bastón y se levantó de la mesa, guardó el borrador dentro de un sobre y lo metió dentro de la gaveta, cerrándola con llave. Caminó por la sala hasta el cuarto buscando a algo. Buscando a Alana. Entró a su propia habitación pero ella no estaba. Curioso era pues, la chica siempre dormía con él, sin excepción alguna. No recordaba haberla visto en días tampoco. Una sensación de tristeza comenzó a invadirlo repentinamente. Pensó en que en verdad no había tomado su medicación porque en ese momento el dolor en la pierna se despertó de súbito haciéndolo arrugar la cara y proferir improperio tras improperio. Con esto también se le pasó por la mente al cabo de unos momentos en que si Alana estaba en la casa con eso la habría despertado, pero no era así. Se comenzó a sentir molesto e inútil, pues, estaba ahí tirado, solo, con tristeza y dolor, con el rostro del color de un tomate y saliéndole lágrimas por la mezcla de ambos problemas que lo agobiaban a más no poder. Realmente, se hacían insoportables. Tuvo que reincorporarse como pudo para buscar en su habitación los medicamentos. Registró en la mesa de noche, entre los bolsillos de su bata pero no encontró nada. Buscó en el escaparate y solo logró que la tiara de tanatístas callera entre sus pies ligeramente. La levantó con habilidad empleando para ello su bastón, la regresó a su sitio de residencia habitual para constatar luego que todas las muñecas habían desaparecido. Pensó en que Alana se las habría llevado consigo hasta su casa. Realmente no le molestaba que lo hiciera, pues, él se sentía completamente desprendido de cualquier cosa que tuviera en la casa, pues, lo único a lo que él le daba importancia ahora era a la casa en sí y a sus borradores y notas. Del resto, realmente, todo le daba absolutamente igual. Salió de la habitación para entrar en otra en ese segundo piso. Estaba completamente oscura, buscó un interruptor detrás de la puerta pero no encontró nada. El dolor en la pierna causaba estragos en él, no había pensado en la tontería que acababa de hacer: meterse en otra habitación cuando seguramente sus medicaciones estaban en la mesa junto a la máquina de escribir. Se puso de espalda contra la pared esperando tomar algo de aire para salir de allí cuando su mirada se pasó por lo que debía ser un espejo el cual proyectaba una sombra de color ceniza como si de una película antiquísima se tratase. Brandon la detalló y vio como esta sombra tenía un aspecto humanoide, y además, sufría de espasmo que mostraba en constantes repeticiones en cada seis segundos, contó el escritor. Comenzó a sentir algo de miedo, pero no un miedo nuevo, era algo que ya conocía pero que no lograba recordar. Le comenzó a molestar cómo esa imagen ya para ese momento bastante grotesco, que además se retorcía y tocaba su cuello como para asfixiarse a sí misma. Salió como pudo de la habitación y comenzó a sentir frío y a sudar.

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Miró a su alrededor con esa insistencia de buscar algo, cuando pasó Alana frente a él, estaba hermosa y radiante, pero vestía de una forma extraña, más propia de una época pasada que actual, y esa chica iba siempre bien vestida a lo que Brandon creía que era la moda de ese momento. «Alana, Alana, ¿a dónde vas? Aquí estoy. Por favor, tráeme mi medicina, la necesito», le dijo pero la muchacha solo comenzó a bajar la escalera lentamente. Iba tan despacio que esa imagen solo lo torturaba pues, quería que se diera prisa antes de que el dolor lo hiciera entrar a un estado donde comenzara a dar lástima. «Lo siento, creo que estás ofendida porque no te he dado mucha atención en estos últimos días. Pero resulta que he estado ocupado como no tienes idea, pero sé que tú lo has visto. Alana, por favor, tráeme mi medicina, la necesito. Y a ti también te necesito. Ya podrás vengarte de mí. Te regalaré los libros que desees y si quieres también la linda tiara de tanatístas» le decía con la voz quebrada. Realmente se sentía patético en ese estado. No sabía qué hacer. Si decía algo, sentía como si diera lástima. No podía resguardarse en ese entonces en su matiz oscuro de soberbia intelectual con el cual escudaba sus emociones y sentimientos. Sabía en el fondo gracias a estos instantes que solo era un viejo amargado que nadie comprendía, y era mejor así, pues, él mismo sabía perfectamente que nadie tenía por qué comprenderlo además de sí mismo.

Se arrastró y siguió a la lenta muchacha con la mirada hasta ver que se metió en el cuarto de baño. Y nuevamente, con sus fuerzas para con el intento infernal de moverse pudo llegar hasta el cuarto de baño. Colocó la mano sobre el pomo y pensó en la muchacha que ahora actuaba de forma tan huraña. Sentía que de alguna forma le había hecho daño, pero lo que ella hacía era más cruel, pues, le obligaba a recibir él, el propio daño hecho unas mil veces peor, y tener que suplicarle a la chica que lo disculpara si ese era el caso. Pero en su estado actual él sabía que incluso se lo podría implorar sin pensarlo mucho, perdiendo su dignidad. Aunque también pensó, ¿he mostrado dignidad con ella? «Siempre me he arrastrado bajo sus encantos porque al final de cuentas estoy solo, pero normalmente no me importa. Pero cuando la veo me siento tan solo. Aunque no se trata realmente de un mal que ella evoque en mí, sino gracias a que ella como persona me hace lograr reflexionar acerca de mi propio estado. Como si su sonrisa descifrara mi psique», pensó. Y entonces abrió la puerta (la luz estaba encendida), entró y se resbaló.

El piso del baño estaba totalmente cubierto de agua lodosa. Miró a su alrededor y en la bañera estaban algunas de las muñecas del cuarto en la orilla. Se arrastró por el agua hasta la bañera, levantó su torso y vio al resto de las muñecas flotando apenas. El agua dentro de la bañera sí estaba totalmente limpia. Vio otras muñecas sumergidas y un carrito de juguete el cual no recordaba en lo absoluto. Pero el cuarto de baño estaba totalmente vacío. ¿Dónde estaba Alana entonces? Ahora bien, empezó a sentir cómo el dolor de su pierna iba bajando de intensidad poco a poco. Se levantó apoyándose con el bastón y la pared. Miró nuevamente dentro de la bañera, y para su sorpresa el agua estaba completamente mugrienta y apestaba a agua estancada. Súbitamente la luz se apagó. Brandon miró y vio que del espejo del baño aparecía otra imagen humanoide del mismo color que la anterior, esta con una forma más pequeña, más infantil. Un grito agudo y ensordecedor resonó por todas las paredes «papááááááááááááááááááá», sonando al final como si se ahogara. Fue tal el estruendo que Brandon cayó y se desmayó.

No había más sonido ni luz, todo era lóbrego ahora pero extrañamente cálido. Se sentía de hecho muy bien y relajado. Pensó que estaba muerto y se encontraba de camino al infierno. No se sentía para nada arrepentido de hecho. Incluso sonrió. Pero le molestaba el hecho de sentirse como si fuera ciego. Deseaba al menos ver algo y no perderse por siempre en una oscuridad que lo engullía. Fue entonces cuando lo embarcó en todo su ser un nuevo sentir. Sentía de hecho que comenzaba a recordar cosas, y comenzó a ser bombardeado por imágenes dentro de su cabeza que se mostraban en esa visión de únicamente oscuridad como cuando se cierran los ojos dentro de un cuarto sin iluminación, las imágenes como si en una televisión vieja y con estática se tratase. Recordó el accidente de auto. Cómo en la vía había logrado apenas evadir a un conductor ebrio pero que le hizo perder el equilibro al carro y que este se deslizara y callera en un río con él adentro. Recordó que estaba con una mujer muy hermosa al lado del copiloto y con una niña pequeña en el asiento trasero. La niña momentos antes le estaba reclamando algo. Las palabras iban obteniendo sonido y contexto progresivamente

—Papá, cuando estemos en casa debemos buscar a Alana. No pude haberla dejado, es mi muñeca favorita. Mi mejor amiga.

Brandon sintió que se le encogía el corazón. La imagen de la mujer del asiento del copiloto se le hacía cada vez más conocida. Vio el momento en que se colocaban el anillo de bodas cuando se casó con ella. «Karen es su nombre» pudo recordar. Era su esposa, y siempre llevaba aquella corona de tanatístas que él tenía guardada en el escaparate de su habitación. También vino a su mente el momento en que Karen estaba tejiendo a Alana y que posteriormente se la regalaba a Elisa, la niña en su cumpleaños. El bombardeo de imágenes se detuvo y ese mundo de oscuridad cesó. Sintió que algo se desprendía de su rostro y sintió una luz enceguecedora muy familiar. Estaba de nuevo en su habitación, arrecostado sobre el regazo de Alana, quien acababa de quitarle la mano de los ojos como habría hecho ya en una ocasión anterior. Miró de nuevo a los ojos de la muchacha, tan real, tan humana; ojos tan verdes y vivos en una cara tan hermosa como la combinación de los rostros de su esposa Karen y su Hija Elisa. Alana la muñeca que Karen tejió como regalo para Elisa. Una muñeca idéntica a la niña. La primera y única amiga que esta criatura tuvo.

La luz es cálida y ciega mis ojos. La luz me abraza y se materializa en tus brazos y pecho como una cama de manto de luna—fueron las palabras que de pronto se escaparon de la boca de Brandon. Se sentía agotado pero las fuerzas le iban regresando poco a poco.
—Creo que estarás bien así—dijo ella. Él se quedó callado. No sabía qué decir. —Te estabas consumiendo tú mismo en tu mundo de fantasías interiores. Aquella pérdida te acabó a ti también pese a que tu cuerpo físico sigue vivo y has podido acabar con tu trabajo literario—continúo la muchacha. —Pero me has creado a mí sin darte cuenta y a ti te has recreado como a un ser inútil. Creo que ya puede acordarte de todas esas tareas que yo únicamente realizaba en los momentos en que tú no estabas escribiendo, como también en la cara de Robert cuando me presentaste ante él. No eres mala persona Brandon Gingko, deberías saberlo—confesó Alana sonriendo.


—Sí, ahora lo recuerdo muy bien todo—se reincorporó Brandon con casi todas sus fuerzas. —Alana, me gustaría pedirte disculpas. Eres el personaje más real que he creado en toda mi vida. Has sido mi refugio de casi todos mis problemas. Pero sería egoísta de mi parte hacerte daño a ti que sería lo mismo que hacerle daño a la parte de mí que ha sobrevivido en mi mente y que se terminó proyectando y dándote carne y hueso. Esa parte es lo poco que ha quedado limpio de mi ser combinado con los recuerdos que he reprimido todo este tiempo. Aunque no sé qué debo hacer ahora.
—Ya has colocado un punto y final en los tomos que comenzaste a escribir después del accidente. Sin que te dieras cuenta, entre página y página; entre personaje y personaje había más de ti de lo que te imaginabas. Si tus historias ya no te atan a ellas como ahora el hecho de recordar hace que ya nada me ate a ti, haz lo que creas que te liberará definitivamente de tus cadenas, Bran… Es curioso, ¿no? Las personas pueden estar encadenadas y liberar a otros sin poder liberarse a ellos mismos. Tu cadena es fácilmente reconocible: ya hace tiempo en que no sabes qué es real o que es solo una ilusión creada por tu cabeza. Pero a donde vayas, por favor, llévame contigo—sonrió ampliamente. Brandon la miró y pensó dijo dos cosas, la primera: «sé lo que debo hacer. Quizá sea mi acto filantrópico y humanitario máximo. Para mis lectores llegará por supuesto, mi obra finalizada. En cuanto a mí… Aún tengo un vino por probar». Y lo otro fue: «Qué egoísta eres»—Claro, después de todo soy Alana Luneth—dijo la muchacha finalmente.

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