"Lethaeus" [novela original de fantasía, capítulo primero]

in #spanish6 years ago (edited)

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Imagen: @seifiro
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a Alana Dubois.

«El paraíso lo prefiero por el clima;

el infierno por la compañía»

Mark Twain.

«El infierno está vacío,

todos los demonios están aquí»

William Shakespeare.

 

El batir de las alas de un dragón, junto a su rugido colérico sonaba al unísono desde todo lo alto del firmamento. En tierra, el canto del acero se llevaba a cabo en una danza de espadas aunados al grito de guerra de los hombres que las portaban en sus brazos como símbolo de su fuerza, familia y honor. Mientras que el salpicar de la sangre resonaba como corchos de botella de champañas siendo despedidas de la misma como si de una celebración lujosa se tratase. Entonces, de súbito, el clamor de la guerra llegando a su punto climático, como en una ópera, empezó a retumbar más y más fuerte. Como si todas y cada una de las cosas, y las criaturas que habitasen en cada rincón del mundo se hubiesen unido al coro de la batalla. Los dos ejércitos divididos salieron corriendo para enfrentarse en una estocada final en su último grito de guerra solo para que esta se entregase a un mutismo absoluto y justamente palpable, en el preciso momento en que Brandon puso un punto sobre el papel para concluir con este capítulo de su historia, escuchó el sonido de la puerta, tenía una esperada visita. A continuación, Brandon estiró el brazo para buscar algo sobre el mesón de al lado donde usualmente coloca su máquina de escribir para realizar su oficio. Dio con lo que buscaba: su bastón de madera, pulido y brillante, también elegante pero sin llegar a ser barroco. Se reincorporó de su asiento cojeando hasta la puerta. Escuchó el leve tintinear de unos pasos rápidos pero delicados que se aproximaban hacia él. En ese momento, miró de manera despectiva a un montón de cartas que sus lectores le habían enviado aquella temporada de invierno, para luego dedicarle otra mirada igual a un gemelo montón de cartas amontonada en el suelo. Ya se había quedado abstraído en la presencia de estos papeles, al punto de haber olvidado su cometido inicial al haberse levantado de su asiento, cuando de pronto, una voz femenina lo sacó de estado:

— ¿Y por qué siempre esa cara de pocos amigos? ¿Así piensas recibirme?—dijo aquella voz que lo despertó sin molestarlo. Brandon la miró unos segundos, detallando bien su cara. —Alana, perdona, es que están estas cartas amontonadas aquí y he de confesar que me molestan—dijo él.

—Cierto, déjame limpiarlas.

—No, no—interrumpió. —Personalmente prefiero quemar las cartas que me envíen, es la mejor forma de deshacerse de las palabras. Hay padres que les dicen a sus hijos que quemen sus cartas de regalos de navidad a Santa Claus para que así estas le lleguen más rápido al gordo. Creo que si yo quemo las que me envían a mí, mi desprecio llegará con premura a quienes me las mandan en mi primer lugar.

—Tremenda conclusión que has hecho, anciano. Seguramente lo has implementado ya con alguno de los personajes de tus libros—Alana enseñó risitas a Brandon. Las risas de Alana eran las únicas que existían dentro de la casa del escritor desde quién sabe cuándo. El ambiente actual de la casa era menos lúgubre desde la llegada de la muchacha; no en el momento de hoy, si no en meses anteriores. Brandon Gingko pareciera que desde siempre estaba hecho un viejo gruñón (aunque realmente era su aspecto el de un viejo), un energúmeno, pero también un escritor muy reconocido. Alana tendría la mitad de edad que él, aunque ella tampoco demostrase en verdad tener mucha edad.

— ¿Vienes del teatro como me dijiste?—preguntó él mientras le daba la espalda para dirigirse cojeando con el bastón en la mano derecha hasta la cocina.

—En realidad fui al ballet del centro de la ciudad. He visto El ave de fuego de Higor Stravinski—respondió la muchacha mientras lo acompañaba a la cocina. En ese momento, Brandon tomó asiento, jalando otra silla con el bastón para que Alana se sentase, pero ella ignorando este gesto, comenzó a preparar un té de manzanilla. —Ha sido espectacular. Increíble, ojalá pudieras haber ido, Brandon—agregó. Pero el escritor se encontraba sumido en el mutismo, contemplando la ventana. En ese momento, los ojos de la chica estaban encendidos por el fervor del espectáculo citadino el cual había presenciado hace unas horas, pero este fervor tendría que apagarlo al entrar a aquella fría, alejada y por ende solitaria casa. —Brandon, creo que si un hombre ama mucho, pero mucho a una mujer, la lleva al ballet, ¿eh?

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—Lo tendré en cuenta, Alana. Pero en mi mundo de fantasías no existe el ballet. Es más, la única forma de baile conocido dada las circunstancias, es la danza de las espadas; el temple del acero contra el acero en un beso ardiente que chispea y hace brotar la sangre caliente de los hombres o mujeres al ser pinchados en la carne—respondió él, poseído y absorto por la propia emoción que él sentía al hablar de su literatura, tan comparable como lo que la chica podía sentir por ir al ballet o a la ópera. A continuación, ella sirvió dos tazas de té de manzanilla.

—Me parece genial que tú también te entretengas en lo tuyo. Me ha gustado cómo lo describes. Creo que tienes un toque muy romántico en el centro de ese molde de frivolidades que estás hecho (decía en risitas). Y bien, me tomaré esto para calentarme, entonces te prepararé la cena, recogeré las cartas y todo esto antes de que sea la hora de tu próxima medicación.

—Déjame ayudarte con la cena—la interrumpió. —Aún no te acostumbras a cocinar tal y como me gusta a mí.

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Alana Luneth se mostraba siempre como una muchacha bastante animada y enérgica. Condiciones necesarias para su trabajo como ayudante de Brandon Ginkgo, quien desde un tiempo incluso olvidado por él mismo, tiene que caminar con la ayuda de un bastón, además de tomar medicaciones para el dolor en su pierna derecha, y además, otras pastillas las cuales solo sabía que eran necesarias porque el doctor le ordenó, con carácter imperativo y clarín de urgencia, que las tomara todos los días. Y si bien Brandon no era inválido física ni mentalmente según los médicos, en su estado de reclusión del mundo exterior, y gracias a la insistencia de su amigo el Redactor, contrató a una asistente la cual al menos servía para recordarle que debía tomar “tal medicamento a la hora indicada”, antes de que los dolores de su pierna se hicieran insoportables, o su tristeza se hiciera tan profunda que lo dejaban tumbado en la cama con un ataque de ira por su estado anímico y dolor por su estado físico. Esto pues, podía responder al por qué el estado de su conducta y su reclusión del mundo exterior. Escribía novelas de fantasía, precisamente se encontraba en el tercer tomó de su saga “Cólera de Dragón”, este era “Leteo”, libro con el cual cerraría la saga de una vez por todas. Sus obras ya le habían generado bastantes ingresos con los cuales podría vivir una vida de lujos si así lo deseara. Pero simplemente en algún periodo de su vida que el mismo Brandon ya no recordaba, solo se encerró. Se había ecos de él antes de hacer esto, podían ser algunos de los objetos en su casa, muchos cubiertos de polvo, otros simplemente olvidados.

Se sirvió la cena, contaban con pollo a la naranja contorneado con macarrones, champiñones y queso, además de panceta; había una enorme jarra con limonada, pero solo copas servidas con vino. Comieron en santa paz sin decir mucho. Posterior a la cena, Brandon se retiró de la cocina, Alana lo acompañó, él se limpió el rostro en el baño para luego reincorporarse en su asiento frente a la máquina de escribir, y la muchacha por su parte a realizar su trabajo doméstico. Aunque Brandon nunca se había parado a pensar en ello, pues, por ejemplo, las cartas siempre seguían en el mismo sitio, aun así, él no le reprochaba nada. Muy en el fondo apreciaba esa única y constante compañía.

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