Me tomas la mano y me dices que me quieres, que siempre lo has hecho. Sujetas mi rostro con la seguridad que te caracteriza y que sólo tú eres capaz de transmitirme; besas mis labios y me dices cuanto me has extrañado, que nunca lo has dejado de hacer.

Intentamos arreglar todas las cosas que en veces pasadas nos salieron mal, rogando a Dios que esta vez sí podamos estar tan juntos como queremos.

Cumplimos cada uno de nuestros sueños. No paro de reír y viajamos tanto que resulta difícil permanecer en un solo lugar: justo como me habías prometido. La tierna mirada que me dedicas todas las mañanas es la estela de lo bien que todo tiene que salir si estamos juntos. Tu mano nunca me suelta y no podría sentirme más confiada.

Mi corazón se ensancha en tu presencia y por fin se siente como que todas las piezas están en su lugar, todo ha terminado de encajar.

Pero...

Me despierto y ya no estás.

Mi mente se esfuerza en recordar todo lo que soñé, y justo cuando lo consigo un amargo sabor me embarga y mancha todo el momento, todo el día, toda mi vida. Lo que teníamos era tan bueno. Demasiado bueno.

Desde el primer momento entendí los únicos finales que, entre sí, competían impacientemente para alcanzarnos: el mejor de los recorridos y un agradecimiento eterno al destino por unirnos; o un para siempre sin un nosotros.

¿Cuál crees que nos ganó?

Hoy, demasiados meses después –más de lo que me gusta pensar y admitir–, ya eres un completo desconocido y no deja de resultarme extraño como puede cambiar tanto, en apenas unos minutos. Después de no poder pasar un minuto sin hablar o contárnoslo todo, no tengo ni idea sobre lo que ocurre en tu vida, como la estás pasando o si los monstruos que tanto te atormentaban por fin te han dejado en paz.

Y entiendo, éramos -yo era- más de lo que puedes soportar. Demasiado niño para enfrentar tantos sentimientos, pero sobre todo, tantos miedos. Alejarnos siempre resultó ser la mejor opción para ti. La más cobarde, la más dolorosa, pero realmente, ¿la más certera?

Hoy, y cada día, son un recordatorio latente y doloroso de que siempre te puedo extrañar más.

Pasará el tiempo y aún seguirán habiendo lugares que me recuerden a ti. Pasará el tiempo y de pronto, me parecerá que el viento trae el olor de tu perfume y sentiré en mi mejilla lo caliente de tu piel. Pasará el tiempo y aún buscaré desesperadamente tus rulos en la multitud, creeré reconocerte y el corazón se me acelerará al imaginar tu abrazo y tus labios sobre mi frente.

Es imposible andar por las calles que recorrí contigo y que mi corazón no llore un poco. Me hiciste estrenar tantos sitios, que ahora han quedado un poco malditos y ensombrecidos por tu recuerdo.

Ya no podré hacer esas bromas con nadie más sin sentir que te traiciono; ya nadie podrá decirme que me veo linda si uso el rojo, porque a lo lejos, escucharé tu ronca voz y tu linda risa.

Te odio porque has cambiado mi percepción de la vida, me hiciste menos inocente, menos ingenua; me enseñaste a desconfiar en cada palabra que me dijeran y de cada promesa que me hicieran; me enseñaste que no todo es como parece; que la gente sólo es lo que te demuestra.

Pero sobre todo, te odio porque me has condenado a vivir sin ti.

Es que no te decides a dejarme por completo
Tu fantasma aún me persigue
Esta noche, otra vez
Te veo en mis sueños.

Alexmar Uzcátegui, diciembre de 2017.

¡Gracias por leerme!
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