La llamada. Relato de terror. Parte cuarta. Final

in #spanish7 years ago (edited)

 

Si no has leído la primera parte:

La llamada. Relato de terror. Parte primera

La llamada. Relato de terror. Parte segunda.

La llamada. Relato de terror. Parte tercera

IV

El día señalado salieron a la hora estipulada y llegaron cuando cayó la noche. Se tomaron un café en la furgoneta de Eloy, que hacía las veces de centro de operaciones, cuando salía a realizar los trabajos de campo. Sobre las diez menos cuarto, llegó el responsable de la estación que les abrió sin decir ni una palabra.

Entraron con mucha expectación, menos el médium, que ya empezaba a sentir las primeras sensaciones extrasensoriales que hacían que los pelos se le pusieran como escarpias.

Gonzalo y Lucía se sentaron, observando como Eloy organizaba todo, la cámara de video, la cámara fotográfica, la grabadora y el termómetro. El parasicólogo le preguntó a Esteban:

—¿Algún lugar especial para sentarte?

—No, Eloy. Cualquier sitio es bueno. Ya estoy sintiendo los primeros impulsos y son muy fuertes. Aquí hay una presencia muy poderosa.

—Pues no perdamos más tiempo.

Eloy, apagó algunas de las luces del perímetro, dejando solo la luz suficiente para poder realizar la actividad sin dificultad.

Esteban se sentó, cerró los ojos y comenzó a realizar tranquilas y profundas respiraciones, para ir entrando en trance, al tiempo que Eloy activó todos los aparatos sin perder de vista el termómetro.

Al cabo de unos instantes, las luces comenzaron a titilar, el termómetro comenzó a bajar a toda velocidad y Esteban comenzó a temblar y dar pequeños saltos en la silla. Tanto Gonzalo como Lucía no se perdían detalle de todo lo que estaba ocurriendo.

En un momento dado, las tres únicas luces que permanecían encendidas, reventaron en una gran explosión, el médium se levantó de la silla y gritó con una voz ronca:

—¡Mis hijos han muerto por su culpa! Lo maldeciré toda la eternidad.

—¿A quién maldecirás? -preguntó con la voz quebrada Eloy.

Durante unos minutos la estancia permaneció en silencio y en penumbra, mientras que Esteban permanecía en pie. De repente, una serie de convulsiones comenzaron a afectar nuevamente al médium, su pecho se agitaba de una manera sobre humana hasta que se quedó petrificado y una especie de neblina le comenzó a salir por cada poro de su piel. Gonzalo se levantó y preguntó:

— Eloy ¿Qué coño está pasando? ¿Se está quemando?

—No te preocupes y guarda silencio. Ahora está transmutando al espíritu con el que ha contactado. No se asusten con lo que van a presenciar. Pocas personas en el mundo han visto lo que ustedes van a ver ahora. No digan nada, solo hablaré yo.

Al poco de terminar de hablar, delante del médium comenzó a aparecer una bruma blanquecina que, a medida que transcurría el tiempo, se iba transformando en una figura de mujer perfectamente distinguible. Una mujer morena, con un traje negro, el cabello largo y negro y con la piel muy blanca.

El espectro dio un paso adelante, y cuando lo hizo, era perfectamente visible cada parte de su cuerpo, a simple vista no parecía un ser que venía de otra dimensión. Miró hacia un lado, como buscando a alguien, después dijo:

—No hicieron caso, si hubieran atendido mi llamada, ahora mis hijos estarían vivos y no se hubieran quemado vivos. Tienen que pagar su culpa. Prometí que los perseguiría hasta su muerte.

—Pero, el responsable está muerto ¿Cómo se llamaba? Emeterio. Murió la noche en que se incendió la estación –dijo Eloy mirando sus notas.

—No, Emeterio no está muerto. Sigue vivo. Él fue el responsable de toda la tragedia que ocurrió aquella noche. Mis vecinos llamaron por teléfono y él estaba revolcándose con aquella golfa mientras mi casa ardía en aquella noche fría de invierno.

—¿Cómo que no está muerto? —preguntó con asombro Eloy.

—La noche del incendio de la estación, quien murió fue Godofredo. Emeterio sigue vivo, y él tiene que pagar y pagará. Aprovechó la muerte de su hermano para enterrar su culpa y las miradas acusadoras de sus compañeros y le robó su identidad.

—¿Y cómo pagará?

—Con la muerte. El que a hierro mata a hierro muere.

—¿Entonces, ¿dónde está, Emeterio?

—Vive en el pueblo. Todos estos años ha vivido en el pueblo.

Durante unos segundos, el ente permaneció en silencio, hasta que dijo:

—En todos estos años he intentado que pague por lo que hizo, pero siempre se escapa de una u otra manera. Él sabe que lo persigo.

—¿Y no podríamos arreglar esto de otra forma? Con su muerte no se consigue nada.

—¿Nada? ¡Justicia! Ya no tengo nada que perder ¡Ya me pudro en este infierno! ¡Qué más me da quemarme en otro! La venganza es un cáncer que te corroe el alma; yo no tengo alma, hace muchos años que se me pudrió por el odio y el resentimiento. Me iré cuando todo esté concluido y eso será cuando Emeterio esté seis metros bajo tierra.

—Veo que poco podemos hacer. Lo que sí te pediría es que dejaras de atormentar a mi amigo.

— Tu amigo tiene un poder psíquico muy fuerte, por eso puedo contactar con él. Pero sí, lo dejaré en paz. Ya estoy cansada, muy cansada.

—¿Por qué no perdonas? Quizás, se alivie tu pena —le recomendó Eloy.

—No puedo perdonar ni olvidar. Esperaré aquí, en este limbo de soledad y tristeza, hasta que él venga, para acompañarlo hasta el infierno. Ya le queda poco para nuestro encuentro, está viejo y enfermo. Ya me tengo que ir, tu amigo no puede más.

—Una última pregunta. ¿Quién es Emeterio?

— Tú ya sabes quién es. Hablaste con él la semana pasada.

—¿El sargento Velásquez? Pero si habló del caso como si no fuera nada con él, incluso me dio la impresión de que no lo recordaba.

—Emeterio ha querido olvidar y lo ha conseguido, ha echado tanta tierra sobre sus recuerdos, que los ha enterrado. Ya tengo que irme.

El espectro dio un paso hacia atrás, y tal y como había aparecido, se fue metiendo por cada poro de la piel del médium, hasta que desapareció por completo. Esteban cayó de rodillas, inspiró profundamente, abrió los ojos y dijo:

— Tráeme una de las bebidas isotónicas que están en la nevera de tu furgoneta. Necesito reponer fuerzas. Este espíritu tiene mucha mala sangre, está llena de odio...

— ¿No es para estarlo? —le preguntó Eloy.

—El odio no nos lleva a ningún lado, solo a la desesperación y a la soledad. Ella no quiere perdonar. Créeme Eloy, este espíritu está condenado, su alma es negra como el tizón. Todo el amor que sintió por sus hijos, lo transformó en odio y venganza. El amor te salva, el odio te pierde para siempre en las tinieblas.

—Bueno, por hoy ha sido suficiente, mañana nos espera un día movidito. Entre todos recogieron el equipo. Gonzalo y Lucía, permanecían callados, reflexionando sobre todo lo que habían visto y oído. Nunca olvidarían aquella noche.

Eloy se levantó muy temprano, y con la bicicleta que tenía en la furgoneta, salió antes del amanecer para comprar el pan y preparar el desayuno a sus amigos. Vio como el día despuntaba, como la luz se abría paso y una vez más, vencía a la oscuridad. No pudo dejar de pensar en todo lo que había ocurrido la pasada noche. Todo había sido impresionante. Al pasar por la entrada del pueblo, observó como el sargento Velásquez leía el periódico en el porche, aparcó su bicicleta a la entrada, subió las pequeñas escaleras y dijo:

—Buenos días, Emeterio. El sargento giró la cabeza, lo miró con el semblante serio y le dijo:

—Como ya le dije, Emeterio murió hace mucho tiempo, en aquel incendio.

—Pero ¿no me dijo que usted era uno de los gemelos?

—¿Quién se lo dijo?

—Las tonterías en las que usted no cree. Es usted Emeterio, ¿Verdad?

El viejo se quedó callado durante un minuto, mirando fijamente a Eloy, buscando dentro de sí, una respuesta, hasta que dijo:

— Salga de mi casa, ya pagué mi pena.

—No, no la ha pagado. Se escondió como una sabandija, bajo la identidad de su hermano para ocultar su responsabilidad y su culpa.

—¡Váyase de mi casa! No hay un solo día en el que no recuerde lo que pasó. Durante años sufrí los ataques del espíritu de esa mujer, que cada día me atormentaba con ruidos, gritos, hasta que logré echarla de mi casa. Hace años que no sé nada de ella, pero sé que sigue ahí, porque yo también tengo oídos y sé lo que se dice del fantasma de la estación. Es ella que deambula buscándome.

—Pero ¿Por qué lo hizo, por qué se escondió, por qué no reconoció su culpa? Quizás así aquella madre desolada hubiera perdonado, hubiera descansado en paz y para siempre. Pero usted decidió esconderse como una rata de alcantarilla ante las miradas del pueblo, a fe que lo consiguió. Pero usted también tiene el corazón podrido.

Eloy sentía como el cuerpo le temblaba de rabia, que se le helaba por segundos y que sentía unas ganas irrefrenables de agredir al viejo bombero. El viejo se levantó como pudo, apoyándose en su bastón, se acercó a Eloy y le dijo con una sonrisa, volviendo a recuperar el control:

—Esas son historias de pueblo, y como le dije no me interesan.

—Es usted un desgraciado.

—Sí, lo sé, pero sigo aquí entre los vivos. Otros no pueden decir lo mismo -le dijo, mientras pasaba por delante de Eloy. En ese mismo momento, el parasicólogo sintió como sus manos le empezaban a temblar, como unos escalofríos le recorrían todo su cuerpo y en su cabeza había una sola imagen, tan clara, que casi la podía tocar: fuego, llantos y niños.

Cuando Emeterio casi terminaba de pasar por delante de él, le dio un pequeño empujón en la cadera derecha, con la fuerza suficiente, para que el anciano se desequilibrara y cayera escaleras abajo, rompiéndose el cuello. Antes de perder el último aliento de vida, Emeterio escuchó:

—Nos veremos en el infierno.

Eloy se quedó de pie observando la escena, sin saber muy bien que había ocurrido y sin recordar nada de lo sucedido. Se sentó y llamó al 112 para informar que un anciano había tenido un desgraciado accidente.



 Fuente de la imagen: propia 

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muy buen trabajo compañero!
espero leer más !! ;)

Gracias por leerme, @elbauldeolc, seguiré escribiendo, no me queda otra.

Grande relato, esperamos seguir leyendo más @moises-moran

Gracias, @velazquez, sí, seguiré escribiendo y compartiéndolo con esta gran comunidad.

Buena redacción Moises, espero seguir leyendo mucho más y que tú sigas escribiendo. Un abrazo hermano.

Muchas gracias, @caspell, seguiremos escribiendo y espero que los siguientes relatos te sigan gustando.

Así es, hay que escribir y escribir.

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