Para mí el ajo es uno de los condimentos más deliciosos de la cocina. Gracias a su potente aroma y acertado sabor podemos lograr que la comida más sosa reviva y se convierta en un manjar para degustar.

Hay quiénes de plano no soportan este condimento y lo tildan de hediondo o innecesario. Pero para mí no hay como su rico toque para que mis comidas queden divinas.

El ajo o Allium Sativum, es una especie proveniente de la familia de las liliáceas (Yo me llamo Liliana, será por eso que me gusta tanto) . Se dice que sus orígenes radican en Asia. El bulbo de esta planta es lo que comúnmente denominamos "Cabeza de ajo" que a su vez está compuesta por gajos a los que se les conoce como "dientes". Cada uno de estos dientes puede dar vida a una nueva planta de ajo ya que contienen información genética y son capaces de germinar.

No solamente es utilizado para aderezar platos en la gastronomía mundial, sino que también es ampliamente utilizado para tratar diferentes afecciones de salud.

Siempre me ha gustado el ajo. Mi madre me cuenta que cuando yo estaba pequeña acostumbraba a "robarme" pequeños dientes de la cocina y los iba masticando poco a poco. Ella no le daba la mayor importancia hasta que un día en que íbamos de viaje a visitar a mi abuela y ella me llevaba sentada en las piernas, literalmente la descoloqué durante todo el camino con mi "olorcillo" o mi aliento al más puro y concentrado ajo.

De allí en adelante el envase de los ajos cambió de sitio y mis habituales "mascadas" quedaron prohibidas hasta que creciera y viera yo quién se aguantara mi aroma del Allium Sativum. Afortunadamente mi aliento ya de grande no huele a ajos ja,ja,ja.