Toda mi vida, en una noche esporádica de reposo, he tenido siempre el mismo sueño. Mis pies se deslizan por un campo inmenso de trigo dorado; brillante, como el tesoro que una vez se escapó de mis manos.

Camino durante horas sobre la belleza celestial de un paraíso extraño y me embeleso paralizado, contemplando la grandeza de esas tierras inimaginables para un hombre limitado por su razón.

Siempre vislumbro el cielo, el cual posee una raya gris en el medio, otras veces es magenta, y otras veces su aspecto es más extraño, lleno de fisuras extensas y conectadas unas con otras, parecido a un cristal roto.

La última vez este cielo era verde, y mientras recorría el hermoso campo de oro algo nuevo pasó, algo que me dejó pensando en varias noches queriendo dormir para poder contemplar otra vez ese suceso.

Me encontré a una anciana cubierta por una capa roja y los ojos vendados por una cinta azul. En el fondo del ambiente, se escuchaba una animada melodía emitida por un chelo desafinado y espeluznante.

Junto a la anciana había una niña, con rizos café, mejillas rosadas y portando un vestido gris. La pequeña cargaba en su mano derecha una bola de cristal que contenía monedas de bronce, al agitarla, libera de su contenido a una de estas monedas y me las ofrece.

En ese momento, al intentar tomar la moneda, pierdo el control de mi brazo y este se convierte en un terremoto incontrolable de espasmos —un tesoro más que se escapará de mis manos— fue lo que pensé.

De repente, después de haber tomado el control, noté que la niña y la anciana se habían marchado inexplicablemente y yo quedé solo. El cielo se convirtió en un portal gigantesco hacia la realidad y allí entré para despertar, dejando mi mente llena de cuestiones e incertidumbres.

Espero volver a soñar pronto para regresar al campo dorado de trigo, quiero retornar para escuchar aquella música estridente y diabólica, y encontrarme a la anciana y a la niña. Quiero intentar, tomar el tesoro de su bola de cristal, una vez más…

Ilustración

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