Es mi primer día de trabajo, me han dado un cargo importante en uno de los grandes bufetes de abogados del país. Tantos años de estudio, de no dormir, trabajar duro y, por supuesto, noches de desvelo han dado sus frutos. Mi mamá se ha emocionado a más no poder. Seré la mano derecha de un gran abogado.

Me he vestido de manera formal, e incluso he gastado mis ahorros en ropa, para la situación. Llevo mi bolso fuertemente pegado a mis costillas, los nervios me están consumiendo. Estoy segura de mí misma, sé que puedo con ello. El elevador suena en el piso 17 y bajo.

Todo es blanco, muy blanco. A mano derecha hay cuatro oficinas grandes, toman casi todo el piso, pertenecen a los jefes. A mano izquierda hay unos ocho escritorios distribuidos de una manera bien estructurada, uno de ellos era mío. Saber que pertenecía a mí, que me lo había ganado con esfuerzo y estudio… era reconfortante.

Caminé con paso firme hasta el sexto escritorio, justo donde me dijeron en recursos humanos, allí había una rubia de cola alta que escribía sin parar en una computadora. Soné mi garganta y ella paró de teclear, subió el mentón y me miró. Parpadeó tres veces, exactamente, y luego se paró como un resorte.

• ¡Tú debes ser Mika! –y me abrazó-.

No me gusta el contacto corporal, pero era acogedor el abrazo de la rubia. Me soltó, su nombre era Michelle. Me explicó la dinámica de la empresa, que teníamos que hacer para “el jefe”, cuál era nuestro trabajo y el que no hacer. Mi escritorio quedaba cerca del suyo, ambos estaban ubicados estratégicamente frente a la oficina de mi nuevo Jefe. Luego de todo explicado me dice que al terminar de instalarme vaya hasta la oficina.

Espacioso, fresco, cómodo. Así puedo describir el lugar que me ha tocado, creo firmemente que ésta será una experiencia inolvidable, estoy emocionada. Me aliso la falda y quito una pelusa inexistente de mi camisa; acomodo mis lentes y camino hasta la puerta de “el jefe”. Toco dos veces, como se me ha dicho, y una voz responde que pase.

El lugar es cálido, todo es muy moderno; a pesar de que los vidrios son polarizados y no se puede ver nada hacia dentro, desde la oficina se puede ver todo hacia afuera. Un hombre fornido se levanta de la silla, me mira fijamente mientras camina un poco hasta delante del escritorio.

• Mi nombre es Marcus, debes ser la nueva. Excelente estudiante, te graduaste con honores. He visto tus trabajos, lo haces excelente, espero seas así en todos los ámbitos. Me han hablado muy bien de ti algunos profesores, la verdad espero te destaques en todas las tareas que te prescriba.

Y se acercó, besando mi mejilla. Fue asqueroso. Los libros nos enseñan que los hombres imponentes, poderosos y guapos nos encantan. Su dinero, su poder, sus ganas de mandar en todo, hasta en una misma, es sensual. Pues, no lo es. Me toco el brazo y me piel se erizó de disgusto. Mi espacio personal es algo delicado. Sonreí de medio lado.

Luego de sentarnos y ponernos al día, las miradas de él me incomodaban cada vez más.

Salí de la oficina molesta, las miradas y frases con doble sentido me pusieron nerviosa, no quería problemas, el trabajo me caía como anillo al dedo, si me va mal puede que no me contraten en otra empresa, soy muy nueva.

El día fue de excelente a mal. Ya para el final de la jornada me sentía observada, tenía vergüenza de mi cuerpo, me sentía extraña. El jefe comenzó a solicitarme para cualquier opinión, con cualquier excusa. No me dejaba sentar, de pie me podía ver mejor.

Llegué a mi casa sintiéndome terrible, devastada, desilusionada.

Una semana después la situación se había hecho insoportable. Mi ropa era cada vez más ancha, mi mamá me preguntaba que me sucedía y yo le decía que estaba todo bien, la pobre creía que era exceso de trabajo.

El jefe aprovechaba cualquier oportunidad para rozarse conmigo, los comentarios eran más directos, más descarados. Sus papeles se caían a propósito y por ese tiempo me volví su favorita. Era desconcertante como me sentía. Ahogada, desprovista de dignidad, seguía allí por el trabajo, sabía que podía ser una mancha al currículo, así que me tragaba mi dignidad y seguía soportando las injurias.

A la hora de la salida bajamos el ascensor los que quedábamos, por cuestiones de horario y tiempo éramos solamente el jefe, Michelle y yo. Él, como cada vez que podía, se acercó a mí al extremo de rozar su brazo con el mío, me despegué lo más que pude con cara incomoda. Al llegar a planta baja nos dimos cuenta que el cielo se caía, llovía en exceso.

Michelle puso cara de tragedia, ninguna se esperó esto y no traíamos paraguas. Nos miramos la una a la otra y ella suspiró.

• Es un diluvio. Yo las llevo, no tienen por qué pasar por eso –dijo el jefe-.

Temblé. Por ninguna razón quería estar en el mismo auto que él. Michelle insistió y me seguí negando. Luego de unos minutos y para no quedar mal acepté el aventón hasta el departamento, quedaba a cinco minutos del de Michelle, no habría problema. Todo iría bien.

Pero no, nada fue bien, todo fue de mal a peor.

Después de una charla aparentemente amable, Michelle se bajó del auto. Por cuestiones de las malas jugadas del destino quedé en el asiento del copiloto, incomoda y nerviosa esperaba llegar pronto. Marcos tomó la ruta ya conocida, y me miraba de reojo sin parar. Al detenernos en un semáforo puso su mano en mi rodilla, tragué grueso y la quite.

• ¿Por qué eres tan arisca?

¿Es que no entendía que no me gustaba? Que su actitud me tenía con los nervios de punta, que él era mi jefe, no mi dueño. Que me pagaba por trabajar, no por ser su desfogue de noches.

• Tenemos una relación estrictamente profesional, por favor, no pase esos límites –le respondí con voz firme, aunque por dentro moría poco a poco-.

• Que los límites los pongo yo, ¿te da miedo? Tú me gustas – y puso su mano en mi pierna de nuevo, esta vez más arriba. El semáforo se puso en verde-.

Le rogué que me dejara en paz mientras él seguía colocando su mano en distintas partes, yo estaba nerviosa, asustada, enojada… eran tantas emociones que sentía mi cabeza palpitar. El jefe comenzó a aumentar la velocidad:

• Si no me dejas tocarte estrello el coche. Deja que te toque para que se te quite esa rebeldía que tienes, sexo es lo que te hace falta.