Su piel morena se mezclaba con la oscuridad que dominaba las pútridas cloacas, como si fuese un celaje, casi invisible de no ser por sus ojos claros y su reluciente dentadura, la cual entraba en contraste con el color de su tez, sus discursos delataban intenciones de fungir como líder, uno que solo intentaba propiciar la unión y el consenso entre las multitudes tumultuosas, pero al mirarlo detalladamente, era apenas un crío, —¿Quién carajos lo seguiría? Es incluso menor que mi hijo, pero, no obstante, su impresionante madurez y sus habilidades sobrehumanas son, sin dudas, buenos puntos a considerar —pensé.

El chico instó a todo el gentío a mantenerse en las sombras y a combatir sigilosamente a la supuesta amenaza. Apenas podía escuchar toda esa cháchara que él recitaba, el agobiante dolor de mi brazo mutilado atenuaba todos mis sentidos, aún así me mantenía resiliente, pues las guerras en el Medio Oriente me habían acostumbrado a este tipo de situaciones, el dolor era algo que todo marine debía soportar.

Comencé a delirar, ya no lograba discernir lo que decían y el sangrado no se detenía, mi vista se tornaba borrosa y, casi en la inmediatez, me desmayé.

Creo haber pasado más de un día en ese estado, al despertarme, prontamente me percaté de que mi brazo ya se encontraba suturado, —al parecer estas personas pudieron curarme —pensé, la hemorragia se había detenido, aún me encontraba muy endeble, estaba hastiado por el fétido olor a mierda que ya me tenía saturado los pulmones y ese estruendoso ruido que me obstinaba. Tenía que encontrar la manera de salir de este maldito lugar, necesitaba saber cómo se encontraba mi familia.

El niño se acercó a mí y dijo:

—Hemos encontrado un refugio, llevaremos a los heridos a un lugar más limpio y seguro —expresó mientras me cargaba en sus hombros para ayudarme a caminar.

Salimos del alcantarillado y, en nuestro recorrido, observé cómo nos alejábamos del gueto y nos adentrábamos nuevamente en lo que era el antiguo centro cosmopolita de la ciudad, a pesar de mi resistencia al miedo, un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar el lugar en el que murieron centenares de personas, entre todos ellos, la que más me dolía era la muerte de mi querido hermano, sentimientos encontrados de nostalgia e impotencia habitaban en mi mente al ver como los rastros de sangre todavía teñían el suelo desértico de un rojo tenue, el deja vu se hacía inevitable.

Al cabo de unas horas, me dispuse a analizar el comportamiento de los que me rodeaban, rápidamente me percaté de que ciertos grupos se lamentaban, no me sorprendía, pues las personas del común estaban predispuestas a seguirnos como borregos y a quejarse sin hacer nada para cambiar su situación, en cambio él y yo éramos parecidos, un par de resistentes mangostas tratando de sobrevivir a la intemperie.

—¿De dónde sacas tanta fuerza niño? —vociferé con un tono extenuado.

—En mi tribu dirían que es un don, pero lamentable sus orígenes provienen de un pasado que preferiría no recordar —expresó con un tono serio.

—¡Pero suelta chico! ¡Tampoco te andes con tanto misterio! Tus habilidades sobrehumanas me han dejado en el total desconcierto, ni siquiera en todos mis años de servicio había visto algo parecido a lo que hiciste en aquel lugar —aventuré para tratar de persuadirlo.

—Solo te diré que esto fue una carga que me fue dada, básicamente lo que poseo es el catalizador de la adaptación en los seres vivos.

—¿Catalizador de la adaptación? ¿Pero qué coño es eso? ¿Acaso te refieres a algún tipo de tecnología avanzada?

—¡Ja! Mejor que eso, es algo que se remonta a los albores de la creación de la vida misma, lo han llamado de muchas maneras, pero a la final, digamos que ha sido el último recurso de la raza humana.

—Creo que no lo he agarrado aún, ¿ni siquiera es una invención del hombre? Y, de ser así, entonces, ¿qué es?

—No me preguntes nada a mí, apenas soy un vil mundano, todos esos descubrimientos se los debemos al trabajo de una admirable visionaria, en su tiempo, ella desafió a gran parte de la comunidad científica con sus ideales vanguardistas que modificaban la biología moderna. Sin dudas sus escritos tardaron mucho tiempo en ser valorados, sin embargo, en los tiempos de crisis, su legado fue crucial para nuestra supervivencia.

Distraído por toda la interesante conversa, ni siquiera me percaté de que ya estábamos a solo un par de metros del refugio, de pronto se escuchan una serie de disparos, de inmediato la adrenalina se propagó en mi cuerpo, agudizando mis sentidos. Rápidamente el chico me soltó de su hombro, saltó un par de metros y asestó un golpe contundente al piso, el cual estremeció el lugar, los disparos cesaron en un santiamén. Con su puño sangrando, levantó la mirada, supe enseguida que venía con uno de sus típicos discursos conciliadores.

—No quiero usar la fuerza bruta y pienso que no deberíamos usarla entre nosotros, pues todos tenemos un enemigo en común y es aquel que nos ha tratado de extinguir en repetidas ocasiones. Mi tiempo en esta era está terminando, me quedan solo un par de horas si quiero evitar una divergencia espacio-temporal, así que, dejen las diferencias y comprométanse a valorar toda existencia de vida terrestre, ya que probablemente necesitemos a cada uno de los presentes para lo que sea que se les avecine en esta línea temporal —gritó en medio de los bandos en discordia. Su mano, la cual hace poco estaba destrozada debido al sobresfuerzo, se recuperaba con gran rapidez, tan solo era un chico, pero su templanza era magnánima, —después de todo, el chico si que tiene madera de líder —pensé.