Habían pasado años desde que no veía una alborada tan sublime, en los fiordos de Noruega, las puestas de sol solían ser tenues, pero esa mañana, ya no lo eran. El sol brillaba a todo su esplendor, sus cálidos rayos me acurrucaban como una madre cuando amamanta a su bebé recién nacida, la brisa acariciaba mis bucles rojizos con extrema sutileza y el rocío de la mañana propiciaba un ambiente de ensueño.

    Mientras olía las flores de mi jardín, me percaté de que, literalmente, la hierba estaba reverdeciendo frente a mis ojos, era como si me gritaran que la primavera había llegado, mi ataraxia era inconmensurable al ver como la naturaleza me trataba con tanto mimo, —hoy es el gran día —pensé.

    Me dirigía hacia el garaje, pero me detuve al ver una sombra escudriñando dentro de mi invernadero. Inmediatamente, corrí angustiada.

    Al abrir la puerta, sentí un alivio. —¡Henry! —exclamé, el niño corrió hacia mis brazos, se veía somnoliento y eso lo delataba, —seguramente pasaste toda la noche injertando mis rosas —, el niño asintió, —¡te he dicho que debes dormir por las noches! —grité, él me seguía mirando dulcemente con sus ojos cansados, —se me hace tan difícil castigarte —murmuré. No podía reprocharlo, su curiosidad me cautivaba, era como si me devolviese a mi niñez. Cuando tenía su edad, siempre le rogaba a mi padre para que me llevara a su consultorio.

    Deslicé mis dedos entre sus rizos dorados y le di un beso en la frente, —se parece tanto a él—pensé.

    —Ve a desayunar, tengo que llevarte a la escuela —.

    Al dejar a mi hijo en el colegio, me dirigí hacia los laboratorios Datavir, reuní a todos mis empleados, tenía que dar la gran noticia.

    —El equipo de geólogos ha reportado el desprendimiento de la capa de hielo Indlandsis, las organizaciones pertinentes ya han financiado y aprobado la expedición en la Antártida, pero solo me llevaré a los profesionales más destacados —dije.

    Los trabajadores me miraban sobresaltados como si estuviesen frente a un intimidante depredador, siempre trataba de mantenerme imponente ante ellos, el peso de ser la encargada de uno de los laboratorios de virología más importantes del mundo requería de mostrarme como una mujer con temple y resiliencia.

    Entre la multitud, escogí minuciosamente al personal más calificado, quedando solo un grupo reducido de veinte personas.

    —Mañana partiremos a primera hora, las condiciones están propicias, la capa de hielo se encuentra parcialmente derretida, seguramente podremos hallar microorganismos que datan desde el periodo de las formaciones glaciares, el objetivo es cultivar los virus que encontremos y realizar las pesquisas de rutina —les dije mientras me dirigía hacia mi oficina.

    Estando recostada en mi sillón persa de colores pastel, remembraba toda la información plasmada en mi tesis doctoral, el silencio sepulcral de mi sala simulaba una placentera entelequia que permitía concentrarme en leer mis escritos, —mi búsqueda exhaustiva podría estar por terminar —pensé. Prontamente, la serenidad de mi sala se ve perturbada por la predecible llegada de Cid Bronnfjell, el CEO de Datavir.

    —Esta será la última expedición que te financiaremos, hemos perdido mucho tiempo y dinero por tu búsqueda obcecada de algo que parece poco probable —expresó cínicamente mientras me miraba los senos con una lascivia que me incomodaba tremendamente.

    —He pasado los últimos once años de mi carrera buscando con esmero el eslabón perdido de mi investigación, desde entonces toda mi vida ha transcurrido en medio de estos laboratorios, ¿cómo te atreves a decir que todo esto se trata de algo poco probable? —repliqué enfadada a sus cuestionamientos.

    —Como he dicho, esta será la prueba de fuego, ¡no toleraremos otro fracaso de tu parte! —exclamó amenazándome con esa mirada que tanto deploraba.

    —Haz lo que quieras, no responderé a tus provocaciones. Sé que mi carrera depende de esta expedición, pero no por ello voy a ceder antes tus improperios. Creo que ya no necesitamos proseguir con esta conversación —le dije mientras recogía mis cosas y me preparaba para irme de la oficina.

    Manejaba en las solitarias carreteras que rodeaban a los bosques de Sognefjord, hasta que me detuve en una estación. Mientras mi coche eléctrico se cargaba, decidí ir a comprar justo lo que necesitaba para aliviar la extenuación causada por ese ajetreado día.

    —¿Qué se le ofrece señora Leblanc? —.

    —Saludos querida Frøya, quiero lo mismo de siempre —.

    —Aquí tiene su café cargado —.

    Luego de energizarme, regresé a mi carro para continuar mi camino a casa, mientras conducía en medio de la oscuridad que rodeaba a estas taigas, avisté una luz en la lejanía, —debe ser un carro —pensé mientras me acercaba cada vez más.

    Seguí adelante hasta que el resplandor se hizo tan imponente que apenas me dejaba observar a mis alrededores. Prácticamente enceguecida y con la incertidumbre invadiendo mi cuerpo, pisé el freno de mi auto cuando ya era muy tarde, —chocaré con… ¿un alce? —pensé mientras dudaba de ello. En cuestión de segundos, sentí el estremecedor choque y mi cabeza se impactó con la bolsa de aire.

    Sintiendo como si la cabeza me fuese a estallar, tomé mi pluma como medida de supervivencia y, después de varios intentos, logré desinflar la bolsa con un pinchazo. Al salir del carro, me dispuse a buscar al animal con el que había chocado mi auto, pero me percaté de algo sumamente abrumador, —no había ningún rastro de un alce en el suelo —.

    Caminaba descalza en medio de musgos y sobre un gélido suelo que quemaba mis pies, prontamente, llegué a un lugar donde empecé a observar un escenario totalmente irreconocible. —¿Qué ha pasado? ¿Dónde me encuentro? —pensé mientras deambulaba completamente consternada al presenciar una serie de eventos que desafiaban mi lógica.

    Los árboles se elevaban como plumas en el aire, los alces y renos volaban como si fuesen ruiseñores, las luces de los carros que flotaban se posicionaban en el cielo nocturno y lo alumbraban como si fuesen estrellas, el agua de los riachuelos ascendía y refractaba a la luz de la luna, era como si algo los estuviese atrayendo. —¿En qué momento pasó esto? —me pregunté mientras el pavimento empezaba a levantarse, corrí impulsivamente hasta que mis pies comenzaron a levitar.

    Esa atracción implacable me llevaba hacia una inmensa masa de agua flotante, hasta que quedé atrapada en ella.

    Empecé a sentir como me faltaba el aire, nadaba con impaciencia para poder salir de esa conglomeración de agua que, poco a poco, comenzaba a llenar mis pulmones.

    Mis movimientos solo eran guiados por mi desesperación, necesitaba obtener aunque sea una pizca de aire, pero apenas lograba rasgar los límites, salir me era imposible. Pasado unos segundos y a punto de ahogarme, empecé a sentir como mi vida se disipaba como el fuego de una vela.

    En medio de esa estrecha línea que separa la vida y la muerte, resplandeció otro destello que me ofusca y, junto con la luz, todo el fárrago desapareció, quedando completamente desolada en un vacío espeluznante. —¿Morí? —divagué entre sollozos.