La peste.

Saludos steemianos: Existen situaciones complejas para el ser humano, que entenderlas sería la odisea más inquietante de la vida. Las almas buscan descansar en paz, así tengan lleno su currículo de pecados. A continuación el texto para su consideración y comentarios.

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¡Oye… Dale con cuidado! - Las punzadas continuas entre los dedos índice y pulgar derecho molestaban más de lo que imaginaba. Por eso no quería hacerme el tatuaje.

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Esa pequeña cruz diseñada con finas líneas y bordes precisos, finalizados con círculos bien detallados, marcaron mi destino para siempre.

Salí a eso de las 10 pm. La ciudad estaba convulsionada. En el barrio me lo advirtieron, debía tener cuidado. Hice caso omiso, para mí, lo importante era salir y divertirme, pasar un rato bebiendo con algunos amigos. Allí comenzó todo.

Me pasaron buscando en un carro que recuerdo era viejo, destartalado, una reliquia de chiveras. Violando el toque de queda, andábamos por las calles a todo volumen. Me percato que muchos convoyes y efectivos militares se trasladaban de un lado a otro.

Así transcurrió el viaje. Llegamos al sitio planificado donde sobraban mujeres para todos. Eso era lo importante. El tiempo pasaba como el licor por nuestros cuerpos. Además, se fueron uniendo al grupo personajes de barriadas aledañas. No me importaba.

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Al amanecer la situación en la ciudad empeoraba, se escuchaban gritos, gente corriendo con trozos de reses en sus lomos, otros con televisores y algunos con personas gravemente heridas o tal vez muertas, guindando entre tres o cuatros personas, quienes lo agarraban por los pies y otros por los brazos. Llamaradas devorando locales comerciales. Desde mi perspectiva, aquello era parecido al infierno.

Mi estado de embriaguez, me sacaba de ese mundo, me daba igual lo que mis ojos veían, lo mío era disfrutar de las frías, que por cierto, las que quedaban mi estómago las rechazaba por estar demasiado calientes.

Me llamo Manuel alias Coco, el menor de dos hermanos. Pablo se dedicó a cuidarme cuando mis padres se fueron un día de la casa y no regresaron jamás. <p< 28 de febrero del 89, desconociendo lo que estaba ocurriendo, violé el acuerdo de la abuela y Pablo, no debíamos salir.

Los disparos de Fal aún se escuchaban. Estábamos delirantes; los últimos sorbos de licor fueron sin ganas, quedaban pocas en la cava.

-Oigan…Me voy – grité entre balbuceos y salivas

-No te puedes ir así – me detuvieron halándome por un brazo, casi nos caíamos.

-Debo regresar, mi hermano estará preocupado -

-No es bueno salir en estos momentos - una chica se antepone en el camino, pero sin vacilar la esquivé, saliendo a la calle. Me dirigí al viejo auto. Forcé la puerta, antes de entrar me halaron por la franelilla revolcándome por el suelo.

Sucedió todo tan rápido. Una bala atravesó mi corazón. Huyeron. Fui abandonado en la puerta de emergencia de un hospital, pero este yacía atestado de cadáveres.

Hubo toque de queda esos días, nadie me reconocía, por lo que fui a parar donde llevaron los muertos, al cementerio General del Sur, sector la peste.

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Años después, mi hermano opto por terminar mi búsqueda en ese hediondo lugar. Llega acompañado de abuela y mi madre, quien tenía tiempo sin sentirla. El dolor las ahoga, hasta que por fin se atrevieron a buscarme en el peor de los sitios.

Los vi muchas veces, los visité en sus sueños, los acompañé en sus lágrimas, pero no daban conmigo.

En el sitio, le muestran varios álbumes llenos de fotos sin nombres, solo rostros destrozados, tienen en este momento el tomo donde aparezco, lo único que mi foto no es del rostro, sino de mi mano, mostrando el tatuaje que ellos me criticaron en su tiempo.

Estoy aquí con ellos. Llegan a la página, me atrevo a tocar el hombro de Pablo, en el preciso momento.

Su corazonada y aquel toque parecido a una ráfaga de viento, es cuando mi hermano se percata del pequeño dibujo. Lo ha recordado. Mira a las viejas y las abrazas.

Por fin, podré descansar en paz…

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J.R.M.(@siondaba)

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Gracias por leer. Hasta la próxima.