La Leyenda de Elisabeth Parte II

Los dos amigos despertaron maniatados en una barca, dirigida por un monje.
Se miraron entre ellos desconcertados porque no estaban seguros de que fuese una pesadilla compartida.
Dexter empezó a observar el entorno, estaban en una cueva subterránea. Alzó la mirada por encima de la barca y sus ojos se entreabrieron como platos al ver que se dirigían hacia una cueva con forma de calavera. Miró a Sam, que no había dicho ni una palabra y estaba completamente aterrado. Dexter miró hacia donde tenía la mirada puesta, su amigo. Cuando observó que el monje que dirigía su barca no tenía rostro. Estaban completamente paralizados por el extraño suceso e inmóviles por el miedo.
Después de atravesar una inmensa hoguera, llegaron a tierra firme. El monje movió la guadaña indicandoles el camino.
Pensaron que era el momento de escapar, cuando de la nada empezaron a salir monjes rodeandolos y formando un pasillo. Evitando todo tipo de fuga.
Aterrorizados buscaban en los monjes algún tipo de humanidad que pudiese apiadarse de ellos, sin éxito alguno.
Llegaron a unas estancias donde estarían alojados, sin saber cuánto tiempo y lo peor de todo, ¿el porqué de aquel embrollo?
Custodiados por varios monjes, hacía imposible su fuga.
Al llegar la noche, se les acercó un monje. Llevaba una jarra con un extraño líquido rojo, que les obligó a beber. Estaban tan sedientos que aceptaron a tomar aquel líquido. A los 5 minutos, entraron en un estado somnoliento e incapaces de mover, algún tipo de músculo.
Los monjes recogieron los cuerpos y los llevaron al centro de una sala. Habían dos piedras colocadas a modo de mesa para sacrificios, donde fueron depositados y atados con grilletes de hierro fundido.
También había un pequeño altar y muchas velas encendidas para iluminar el lugar y extraños símbolos pintados en las piedras con sangre.
Se aproximaba la hora, la luz de la luna de sangre pronto iba a iluminar las cuencas de los ojos de la calavera, dando inicio a la ceremonia.
En aquel silencio sepulcral, comenzaron a sonar unos tambores. Avisando del inicio de la ceremonia. Un grito estridente y desgarrador, hizo callar a los tambores.
Apareció de las sombras un hombre pintado de negro y símbolos pintados a modo de tatuaje, hechos con sangre.
Al pasar la luz de la luna, por el pequeño altar, cogió un pollo y le arrancó la cabeza, recogiendo su sangre en un cáliz, tallado de huesos humanos.
Al extraer toda la sangre del pollo. Volvió a dar aquel espantoso grito, con lo que iniciaron el sonido de los tambores.
Se acercó a Sam y con un cuchillo le arrancó, los botones de la camisa dejando su torso desnudo al descubierto. El hombre extraño untó dos dedos de la sangre recién extraída y le pintó en su pecho un símbolo que no entendía. Se dirigió a Dexter y repitió el mismo proceso.
El hombre extraño, extendió sus brazos y los tambores cesaron su sonido. Todos los monjes empezaron a murmurar un rezo, en una extraña lengua, cada vez el tono del rezo era más subido de volumen.
Cuando el suelo empezó a vibrar, eran pasos como de un gigante aproximándose, cada vez estaba más cerca.
El sonido de una caracola anunciaba algo, pero jamás hubieran imaginado eso.
Apareció una luz, que iluminaba la sala y desaparecía, la temperatura cada vez era más elevada.
Era una situación completamente surrealista para Sam y Dexter, inquietos e incapaces de mantener los ojos abiertos unos segundos. Seguían pensando que debía ser fruto de la ingesta de alguna sustancia alucinógena y que todo quedaría en unas risas, al día siguiente.
Dexter percibió que había alguien cerca de él, intentó hacer un esfuerzo para abrir los ojos y ver qué ocurría. Cuando antes de que pudiera gritar, de un zarpazo le arrancó parte de sus órganos vitales.
Se dirigió a Sam, cuando éste abrió sus ojos. No podía creerlo, era un dragón. Inmóvil solo podía mirar a los ojos de aquel extinguido animal.
Pronunció sus últimas palabras a modo de murmullo y con lágrimas en los ojos, despidiéndose de Elisabeth. La mujer de la que se había enamorado locamente. ”Elisabeth estés donde estés, mi amor es para tí, es puro y sincero. Y si este es mi destino, lo aceptaré con orgullo. Tal vez en la próxima vida, estemos juntos”
Cuando observó por sus escamas caer una lágrima de compasión.
El dragón emitió una especie de gruñido, se dió media vuelta y se alejó por el mismo lugar donde había venido.
Sam notó que aquellos gigantescos pasos, se alejaban y los rezos empezaron a bajar el volumen. Estaba exhausto y se desmayó.

<Continuará>

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