Hola mi nombre es Brenda gusto en saludarte. Con una gran sonrisa extendí mi mano y conocí a ese hombre maravilloso con el que más adelante contraje matrimonio…

Apenas con 19 años edad ya era una mujer arriesgada. Mantenerme sola en la capital para cumplir mi sueño de ser politóloga me obligó a serlo. Tomar riesgo, no era, no es, si será, una tarea difícil para mí. A mis 19 años logré darme cuenta de que tomar riesgos es simplemente, una habilidad. A mí se me convirtió también en un Hobbie.

Mis metas claramente estaban en completar los estudios. Sin embargo, no por ello dejé de hacer las cosas que más me gustaban como por ejemplo, rumbear, ir al cine, la playa, la montaña, visitar a los amigos y hasta tener novios.

Llevar a cabo todas estas actividades, implicaba a su vez asumir grandes riesgos. Para rumbear por ejemplo, tenía que caminar de puntillas y sin zapatos, con luces apagadas salir a escondidas, saltar muros y cercas porque en la residencia donde vivía alquilada no era permitido llegar a altas horas de la noche.

Desde ese momento, a mis 19 años de edad, mis amigos y amigas comenzaron a llamarme la chica de los cuarenta.

Conocí al Señor Felix cuando él tenía treinta cinco años de edad. Era un hombre muy amable, respetuoso, con voz sensual, a veces parecía tímido. Sus ojos color almendra me cautivaron.

Yo una chiquilla madura, arriesgada y a veces caprichosa, lo puse en la mira. Ese día el Sr. Felix y yo coincidimos y compartimos en una misma fiesta. Fue una noche súper agradable porque me encontraba disfrutando luego de unos fuertes exámenes parciales, estaba al lado de mis amigos quienes ya se habían convertido en parte de mi familia. Ese calor humano, no tenía nombre. Lo único negativo de todo era que había salido escondida y tocaba regresar antes el amanecer.

Veinte minutos para las cinco de la mañana, era la hora perfecta para regresar a casa…

Ese día de la fiesta no quería que pasaran las horas, no quería que acabara la noche. Bailé hasta no soportar el ardor en mis pies. Reí de la manera más grotesca que podía hacerlo. Sentí una inmensa felicidad sin ser necesariamente un día especial. Tomé varios tragos de ron, mi bebida preferida. Me pasé un poco de trago pero, también sé controlarme, bebo para disfrutar no para hacer el ridículo. Eso creía...

Esta es la primera parte de la historia que desde hoy comienzo a contarles, continuará. Gracias por leer, votar y comentar