Mireya

Pudo ser una noche como cualquiera, pero para los demás, para el resto del mundo, los ajenos, para mí fue la noche que cambió mi vida, o más concretamente la de Mireya, mi hija adolescente metida en años, como bromeamos siempre en casa y que provocaba sus mohínes de disgusto y sus huidas alocadas. Debido a su extendida costumbre de no tomar nunca responsabilidades de vida adulta, nada que no fuese más allá de juntar bolsas de compras bajo una castigada tarjeta de crédito donde fundía con avidez insaciable.

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El teléfono, sonó a destiempo mezclándose con los últimos ecos del vinilo de Coltrane que amenizaba en esta ocasión, ese tiempo de preparación antes de ir a la cama. Fue el fijo, lo cual era no solo extraño no solía llamar nadie que no fuera para ofrecer depósitos de agua en casa o seguros de decesos, pero no eran sus horas acostumbradas, era quizás demasiado tarde, sorprendió por lo tardío y su persistencia que hizo descabalgar la aguja de su compañero de taquillón.

Salían un grupo de amigas siempre les insistí en que usarán a la vuelta taxi,Uber, Cabify o lo que se llevara en ese puto momento, normalmente no me metía en otras cosas, como todas he sido joven, se lo que es la vida universitaria y más si eres de provincias y mona.

El resto ya es conocido, la llamada era de atestados, angustia a la ida de hospital y dos largos meses para ver de nuevo su cara moverse, ver esos ojos con algo de conocimiento e intención. La recuperación, fue larga y desasosegante como no podría ser de otra forma. No hay más que ponerse en mi lugar, imaginaros, el duro embarazo, las renuncias, el convencer a la pareja, a los padres, tenerla, sacarla adelante a base de sacrificio y constancia, y proporcionar una vida que se prometía idílica y orgullo de sus padres, ver todo esto reducido a unos ojos que luchan cada vez con más sentido al principio, luego con palabra, luego palabras y gestos, pero que nunca más podrá valerse por sí misma, eso, es muy duro.

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Mireya no dio el curso por perdido, la paciencia de los profesores y su constancia le hizo al menos salvar un número decente de asignaturas, a base de exámenes extemporáneos, donde la pugna con sus nuevas circunstancias, no fueron mella para conseguir con esfuerzo sus resultados, esos que antes lograba simplemente yendo a clases y pasando a limpio los apuntes, pero el sabor a victoria de estos, ver el brillo de sus ojos y sus ganas de seguir bebiéndose la vida a borbotones, hacía que todo cobrase sentido.

A veces, la acompañaba de compras al centro comercial, tenía amigas, compañeras, siempre dispuestas a colaborar a ayudarle a subir y bajar de la silla, probadores, etcétera, pero eso día insistió en venir con nosotros, dimos un par de vueltas, tomamos café, estaba de excelente humor, la desgracia, en vez de agriarle el carácter había sacado a la niña que siempre fue con una alegría y una madurez al mismo tiempo que nos llenaba de secreto orgullo, enfilábamos un pasillo de esos que conducía a su zona de tiendas favorita, cuando de repente, paró su silla, marcó una pausa y tras el silencio, nos espetó frente a la clínica, “madre, padre quiero entrar, quiero hacerme la depilación láser en el coño”, ella tenía esas cosas de mezclar su comportamiento atildado con expresiones malsonantes y/o chabacanas,,no había ya ninguna duda, Mireya, estaba completamente recuperada.