¡Hola Steemit! Esta es la segunda entrega de Lecciones de un intercambio, una serie en la que hablo de algunas reflexiones personales que he adquirido durante los meses que he estado viviendo y estudiando en Buenos Aires, a pocos días de volver a mi país. En el capítulo anterior (recomiendo leerlo antes de continuar) hablé acerca de aquellos aspectos de nuestra personalidad que nos llevan a concluir que no somos totalmente autosuficientes, mencionando también el punto de apoyo que puede llegar a ser Dios cuando tenemos ese choque. En el presente capítulo les hablaré de un tema que me gusta mucho, aunque me es difícil darles un adelanto breve en este párrafo. Por ahora, solo les pido que se pongan cómodos, se sirvan un buen café y abran su mente y/o corazón; pues espero que este post los haga pensar y crecer un poco en algún sentido, a pesar de tener un tinte tan personal. Bienvenidos a "El salto".

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El salto

Una de las mejores experiencias que tuve durante mi intercambio fue asistir a la Feria del Libro de Buenos Aires, un evento que logra evidenciar de la mejor manera la importancia que se le da a la cultura y al conocimiento en este país, siendo este uno de los hechos desencadenantes de la mayoría de sus logros como nación. En uno de los salones de conferencias del centro de convenciones La Rural (donde hacen la Feria del Libro normalmente) había una muestra de poesía, y aunque no me considero amante de este género literario, Daniela (@dagt12) quería entrar, así que la acompañé. Allí, uno de los poetas presentes (no recuerdo su nombre, le daría todos los créditos si me acordara) soltó una frase que me impactó por su profundidad:

"Es mucho peor el borde que el abismo"

Esa frase sintetiza perfectamente algo que llevo comprendiendo desde el mismo día que salí de Pereira para emprender esta locura. Así mismo, quiero apoyarme en un versículo bíblico que me gusta mucho y siempre ha guiado muchas de mis decisiones:

"Fue por la fe que Abraham obedeció cuando Dios lo llamó para que dejara su tierra y fuera a otra que él le daría por herencia. Se fue sin saber adónde iba. Incluso cuando llegó a la tierra que Dios le había prometido, vivió allí por fe, pues era como un extranjero que vive en carpas. Lo mismo hicieron Isaac y Jacob, quienes heredaron la misma promesa. Abraham esperaba con confianza una ciudad de cimientos eternos, una ciudad diseñada y construida por Dios." Hebreos 11:8-10

Recuerdo que desde hace casi dos años tenía la idea lejana de hacer un intercambio académico en otro país. Cuando empecé a concebir este pensamiento, el hecho no producía en mí mucho más que una frase totalmente inútil: "Qué bueno sería...". Después de un tiempo empecé a tomar las cosas con un poco más de seriedad, así que averigüé en mi universidad cuál era el proceso que debía seguir, los documentos que era necesario presentar y a qué instituciones podía ir. Analizando las posibilidades, recuerdo que mi elección en cuanto al país al que quería viajar fue casi instantánea: ARGENTINA. Sin embargo, a pesar de tener un destino elegido y una gran cantidad de información respecto a los trámites que debía realizar, la realidad es que el sueño del intercambio estaba todavía a años luz de realizarse.

Dios es el centro de mi vida, por lo que tengo como "política interna" tratar de no hacer nada que vaya en contra de su voluntad y su propósito para mi vida. Empecé a hacer todos los trámites para el intercambio (no son pocos), pero aún no me decidía totalmente por emprender el viaje, pues no estaba seguro si este proyecto estaba dentro de ese plan del Padre para mí. Tuve que orar mucho, y la realidad es que parecía como si Dios hubiese decidido quedarse callado, pues no encontraba alguna respuesta que me diera paz.

Sin embargo, si quería hacer el intercambio académico durante el semestre que tenía planeado, la hora cero se acercaba con más rapidez cada día. Tenía que decidir y no darle más largas al asunto. De un momento a otro, llegó algo así como una confirmación de parte de Dios, un hecho que me decía de una vez por todas que era hora de actuar. Así que la decisión estaba tomada: Me iba de intercambio.

Hay un refrán muy conocido en Colombia que recita lo siguiente: "Del dicho al hecho hay mucho trecho". El dicho se aplicaba perfectamente a mi situación, pues le empecé a decir a varias personas de confianza que me iba para Buenos Aires en tres meses, pero lo cierto es que no tenía los tiquetes del vuelo comprados y ni siquiera contaba con el 10% del dinero que necesitaba. Sin embargo, la decisión ya estaba tomada y a principios de Marzo debía viajar. Fue allí que dí MI SALTO.

Suban por un momento al versículo de Hebreos que les puse antes. La historia de Abraham es impactante, pues de alguna manera Dios le mostró el final de la historia, pero le dio muy pocas luces respecto a cómo iba a ser esto posible. Este personaje vivía muy cómodo en su ciudad, pero Dios le dijo que el primer paso para conseguir todo lo que le había mostrado era salir de ahí. ¿A dónde? Parece como si el Padre se hubiese olvidado de ese pequeño detalle. Si leen la historia de Abraham en Génesis, se darán cuenta de que Dios le iba mostrando cuál era el pequeño paso siguiente en cada etapa de su viaje. Fue así como el protagonista pasó de ser un viejo desdichado sin herencia a ser una de las personas con más dinero en la tierra y, a posteridad, el padre de la nación de Israel. Solo tuvo que hacer dos cosas, aunque en realidad son dos de las tareas más difíciles que se le pueden pedir a un ser humano: Creer y obedecer.

Tal vez el lector se pregunte qué tiene que ver una historia transcurrida hace más de 4000 años con mi intercambio académico. Bien, trataré de ser claro con la explicación:

La mayoría de personas que realizan un proceso de intercambio académico vienen de familias adineradas, pues casi siempre es el mismo estudiante el que tiene que hacerse cargo de todos los gastos, desde los tiquetes aéreos hasta la manutención durante los meses que se vive en el país de destino. Ese no es mi caso, pues aunque no soy pobre en lo económico, mi familia no está en condiciones de desembolsar una cantidad de dinero tan grande como la que yo necesitaba. Los pasajes en avión se estaban poniendo más caros cada día, y a eso hay que sumarle que Argentina está viviendo un proceso inflacionario bastante complicado: Los precios de todos los productos y servicios están aumentando considerablemente casi a diario.

Yo ya estaba seguro de que mi intercambio académico estaba dentro del plan de Dios para mi vida, así como Abraham lo estaba respecto a salir de su ciudad a un territorio desconocido. Dios nunca da un plan sin proveer los recursos, o más bien, sin abrir puertas y mostrar estrategias para que estos lleguen. En el caso de Abraham, Dios lo bendijo con el ganado que producía. En mi caso, surgieron un montón de oportunidades de negocio (no laborales estrictamente) prácticamente de la nada, las cuales me permitieron conseguir parte del dinero que necesitaba (con "el dinero que necesitaba" me refiero a la compra de los viajes y al dinero para sobrevivir por un mes aproximadamente). A eso hay que sumarle la generosidad de muchas personas que me rodean, quienes sin necesidad de que yo se lo pidiera, decidieron hacer aportes de diferentes sumas que fueron de gran ayuda para mí. La decisión ya estaba, el dinero que necesitaba inicialmente también. HORA DE SALIR, hora de dar EL SIGUIENTE SALTO.

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Llegó el día del viaje. Hice mis maletas con optimismo y, como les conté en el capítulo anterior, llegué a Buenos Aires en una madrugada de verano. Recuerden que no traía dinero para vivir 5 meses en la ciudad, pues lo que tenía me alcanzaba, como mucho, para un mes y medio. Por lo tanto, debía encontrar alguna fuente de ingresos; desde el primer día estaba obligado a conseguir un empleo. Llegué a Argentina en condición de turista, por lo que no tenía permiso legal de trabajo. Aunque muchos inmigrantes logran conseguir empleos "en negro" (así le llaman acá a los empleos de los extranjeros sin permiso laboral), parece que en mi caso esto no se haría nunca realidad. Caminé kilómetros en muchos sectores de la Capital Federal entregando currículums, y además pasé horas en portales de empleo web postulándome para diferentes cargos; unos relacionados con lo que sé (tanto Ingeniería en Sistemas como Música) y otros que surgían de la necesidad (mesero, barman, entre otros), pues pasaban las semanas y yo seguía gastando mis ahorros sin generar un solo peso. Los esfuerzos no estaban dando frutos.

Hay un versículo de Isaías que dice que "los pensamientos y los planes de Dios son más altos que los nuestros". Eso fue precisamente lo que pasó: En definitiva, Dios no iba a utilizar un empleo en negro para darme los recursos necesarios. Así como pasó cuando estaba consiguiendo el dinero necesario para viajar, surgieron oportunidades totalmente inesperadas que me permitieron obtener recursos. Todas eran distintas y no tenían ni montos ni intervalos temporales fijos. El caso es que, incluso sin saber cómo, he vivido en la ciudad más cara de un país con una alta inflación durante cuatro meses y medio, sin pasar ninguna necesidad fuerte y pudiéndome dar algunos gustos. Así es Dios.

¿De qué le sirve al lector desprevenido saber esta historia? De todo esto se puede concluir que, aunque sea una frase tan mal reciclada, los planes de Dios son perfectos. Cuando Él establece un propósito no hay ningún obstáculo que impida que se lleve a cabo. En este caso, lo que debemos hacer como hijos de Dios es ser sensibles a su voz para conocer cuál es el plan que tiene para nosotros, tener una fe que resista todos los impedimentos y obedecer a pesar de las dudas. Él se encarga del resto.

Espero haber sido claro con lo que les acabo de contar, que no se hayan aburrido y que, de una u otra forma, hayan podido aprender algo de todo esto. Gracias por leer hasta acá, nos reencontramos pronto. Steem On.