“Cuentos para asustarte: Concurso de relatos inspirados en mitos y leyendas latinomericanas – Cataplasma”.

in #spanish6 years ago (edited)

Las oraciones, ensalmes y santiguos, derivan de indios, europeos y africanos, tres montañas distintas desde donde sus torrentes confluyeron en estas tierras venezolanas para legarnos sus costumbres y creencias mágico-religiosas, dando paso a un sincretismo, relativamente bondadoso y es por ello que el ánimo religioso venezolano es de tolerancia, marcada por la buena convivencia entre las distintas culturas religiosas y mitológicas, confluyendo muchas veces las tres vertientes en un mismo grupo o individuo.

En el siguiente relato los mitos y creencias se mezclan de manera naturalísima en una sola, es este el caso de los personajes de este cuento que les presento a continuación, , de hecho el cuento está basado en mi propio nacimiento y es que en Maturín y en parte del estado Sucre, se tiene la creencia de que si colocamos una cataplasma (variedad de alimentos en forma de pasta blanda) que se extiende entre una tela suave, pañales o gasas y se aplica ligeramente caliente sobre el abdomen de la mujer embarazada, el niño diagnosticado desnutrido, se fortalece y se salva. Esta creencia o mito es practicada por las parteras que quedan todavía en algunos pueblos o caseríos de la región.

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El cielo está nublado, las nubes cargadas para reventar el aguacero. Isidora, es domingo, me dirijo a Caigua a toda prisa antes de que caiga el palo de agua; con ánimos de ayudar a esa gente que vino a pedir mi ayuda.
Abuelita, son personas recién llegadas de Panaquire, un poblado barloventeño que se innundó con la última vaguada de por esos lados. Viviendo aquí en tu querido terruño: “Marigüitar preciosa bahía, donde el señor sembró sus palmeras"
Caigua (Marigüitar, Edo. Sucre)FOTO ARCHIVO PERSONAL Camara digital fujifilm FinePix S1500

He pasado todo el día en el porche de la casa vieja, esperando algún santiguo para trabajar, y jugueteando con mis sobrinos y mi pequeño nietecito Antonio. Recordándote, meciéndome en tu mecedora y hablando tonterías con la gente que pasaba a saludarme .

La muchacha tenía siete meses de embarazo y solo pesaba cuarenta kilos. No toleraba ningún tipo de alimento. La gente aseguraba que el niño no se le aguantaría, supe también que había tenido dos abortos este mismo año, entonces me preocupé por esa matriz debilitada. Me mandaron a llamar y tuve que acudir por la amistad que me ata a su prima Priscila.

A la barloventeña, la había conocido de pasada solamente, no sabía que estaba en cinta; demacrada y débil la joven muchacha, un signo de muerte se reflejaba en su cara. Abuelita, mi presentimiento no fue el mejor.
Los mandé a salir a todos del cuarto. Una señora gorda de apariencia senil, se devolvió y me susurró al oído, con acento trinitario y un tanto misterioso: “tiener un sapo en la barrriga” y salió.

La vieja gorda tenía el signo de la muerte en la frente, el aúrea de un perenne color grisáceo, pesada como su cuerpo, la percibí malvada, sentí su fuerza superior a la mía; entonces me aferré a tu recuerdo y me sobrepuse.
Un pensamiento me sacudió el cuerpo. Salvaré a esta pobre muchacha -me dije- luego me encargaría de la malvada vieja.

Abrí persignándome, recité la epístola de Santiago:
“Para sacarle los demonios unjo con el sagrado aceite de oliva a este cuerpo enfermo para curarlo.” Y cerré marcando la señal de la cruz sobre su espalda.
Luego un Padrenuestro, me encomendé a la santísima Trinidad y comencé a santiguarla con unas ramitas de fregosa recién cortadas en el camino, finalizaron totalmente enchamuscadas. Todo con la secuencia que me enseñaste; cerré nuevamente con la señal de la cruz sobre su pecho con la reliquia de la virgencita del Carmen que me dejaste en el baúl poco antes de tu poética despedida.

La muchacha fue quedándose medio dormida y la recosté suavemente en su cama, me coloqué a su lado y empecé a tocarle la barriga a ver qué encontraba, que percibía , las manos se me fueron poniendo tibias luego como quemándose.
A aquella muchacha la estaban matando lentamente, pero su cría estaba viva, era un varoncito. Me propuse salvarlo orgullosamente, ¡como que era la nieta de Carmen Isidra León!, la partera que trajo a tantos hijos de Marigüitar a este mundo de posibilidades hermosas.

Mandé a preparar la cataplasma en la cocina: una tortilla de pescado, pepinos, legumbres y hortalizas en un pañal de tela lo majé, plegué y se lo coloqué en la barriga, ordené que lo dejaran media hora cada vez y que lo repitieran en cada comida.

Todo marchó bien y en el momento del alumbramiento, me mandaron a llamar para asistir el parto, allí presencié orgullosa como el niño venía al mundo grande y sano, pesó cinco kilos.


FUENTE

Me obsequiaron flores y muchos regalos, al poco tiempo me llevaron al bebé para que lo bautizara, yo acepté orgullosa, satisfecha. Nadie me supo dar explicación de aquella misteriosa señora que habló con acento trinitario. Gracias, abuela Isidra por ayudarme a salvar a tanta gente, porque sé que tienes más de india que de española, siempre supiste cómo ayudar a los demás, con la magia de esas buenas personas, con tus remedios y ensalmos y con esas cataplasmas que son infalibles.
FUENTE
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Si deseas participar en este concurso organizado por @marlyncabrera. Pincha aquí

Sort:  

Me gustó tu relato,@jorlando; escogiste un tema poco tratado y un personaje narrador muy interesante; particularmente, valoro esa perspectiva que relaciona al narrador con su abuela, la que la instruyó e inició en su saber. Una buena tensión. ¡Suerte!

Gracias @josemalavem. Tus comentarios me confortan siempre, me ensusiasman para seguir intentando escribir, cuentos y poemas que agraden a los lectores, a mis amigos.

Me estremeció este relato, @jorlando. Incluso si no estuviese basado en un hecho real, uno puede sentir la cercanía de la probable.

Este mmomento vale oro:

La vieja gorda tenía el signo de la muerte en la frente, el aúrea de un perenne color grisáceo, pesada como su cuerpo, la percibí malvada, sentí su fuerza superior a la mía; entonces me aferré a tu recuerdo y me sobrepuse.
Un pensamiento me sacudió el cuerpo. Salvaré a esta pobre muchacha -me dije- luego me encargaría de la malvada vieja.
Abrí persignándome, recité la epístola de Santiago:“Para sacarle los demonios unjo con el sagrado aceite de oliva a este cuerpo enfermo para curarlo.” Y cerré marcando la señal de la cruz sobre su espalda.

¡Gracias por participar!☻

Gracias @marlyncabrera por tu comentario tan chévere. Sí, la vieja gorda es importantísima en el cuento, lástima que tuve que cortarle mucho al personaje, pues me había excedido en el número de palabras exigidas en las bases del concurso. Eso puede solucionarse con: "Continuará"

Bueno, si la continúa, avisa. Estaré pendiente, @jorlando. Tu narrativa tiene un realismo que atrapa.

¡Saludos! ☻

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Buen historia,cheo.
Luego hablamos algunas cosas,con calma

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