El Ritual (III)

Una semana con fiebre mantenía a Pablo tumbado en su cama. Las mordeduras de la cabra negra estaban sanando. Su abuela pasaba el día cuidándolo, no tenía fuerzas para levantarse. De lo acontecido, solo recordaba las serpientes en la cueva. Amador habia convencido al médico del pueblo para que subiera la montaña hasta su casa. Pero el joven no podía levantarse de la cama. Los antibióticos no le hacían efecto, al contrario, cada día empeoraba.

-Debes buscarlo. . . es el único que podrá salvar a nuestro Pablito- le dijo Josefa a Amador.

-Ma, habíamos jurado que nunca lo buscaríamos.

-No queda otra mijo, es eso o se nos muere el muchacho. . . fueron ellas. . . esas malparías. . .

Amador salió de madrugada, no quería ir a buscar la ayuda que necesitaba, pero no quería ver a su hijo delirando de la fiebre. Apenas podían darle agua para que no se deshidratara. El poco dinero que tenia lo gasto para trasladarse hasta el otro pueblo cercano. Ya a la media tarde fue que regreso acompañado de un hombre de piel oscura, barba muy larga y abundante cabello gris. Era un hombre mayor, pero en la piel no se le notaban las arrugas. Se llamaba Eusebio y aunque la mayoría lo catalogaba de brujo, el era un Mohán. Uno de los últimos aun vivos.

Al entrar a la casa, fue directo a la habitación donde se encontraba Pablo. Encendió un tabaco y saco una botella de aguardiente para calmar a los espíritus. Pudo sentirlos al entrar. Sintió el frio de los espíritus ancestrales reclamando lo que les pertenecía. Recito una oración en una lengua extraña y luego escupió la bebida a los cuatro puntos cardinales. Eusebio elaboro un pequeño altar. Colocando su mano sobre el cuerpo de Pablo inicio su ritual. Amador ni Josefa estaban a una distancia prudente –Ches, tú que tienes el poder de controlar tiempo y tienes el poder del perdón y del castigo, cubre con tu poder a esta persona y muéstramelo, dime que mal le aqueja y sánalo, Chamukuteeee- recitaba el Mohán. Sus ojos se pusieron blancos. Su cuerpo temblaba –Oh dios inmortal ¡perdóname! No sabía tus intenciones, toma su cuerpo moral, te pertenece ¡perdóname!¡perdóname – exclamo el Mohán, sacando una botella con un brebaje, le dio de tomar a Pablo. Recogió todas sus cosas y al salir de la habitación ahora si podían notárse las arrugas en su rostro. Se fue sin despedirse. Amador se quedo observándolo desde la puerta, hasta que no lo perdió de vista.

A la media hora Pablo estaba recuperado. Su abuela lo abrazaba y besaba –Pensé que te nos irías mijo – le decía su vieja querida –Te prometí que nunca te dejaría y lo cumplire -le respondió Pablo. Amador arreglo la mesa y le sirvieron una sopa bien caliente. El joven se notaba lleno de energía, algo distinto. Ninguno le pregunto que le había ocurrido el día antes de su cumpleaños. Cuando llego ensangrentado y prendido en fiebre. Como todo en esa casa, sería otro secreto, algo de lo más nunca se hablaría.

-Alguien pregunto por ti en el pueblo – dijo Amador.

-¿Por mi? – se mostro totalmente extrañado el joven.

-Era una joven, recién mudada de la capital, me dijeron en el supermercado que estuvo buscándote.

Pablo sintió una inmensa alegría. Era la chica a la que le llevo las compras hasta su casa. Pero su alegría se desvaneció rápido, pensó que seguro lo buscaba para también burlarse. Recordó a los jóvenes que lo llamaron cojecabra frente a ella, le dio un fuerte puñetazo a la mesa y se levanto -¿Qué paso mijo? – preguntaba su abuela. Pablo sintió un dolor en el estomago. Era tan intenso que cayó al suelo, su abuela fue a agarrarlo, pero Amador la detuvo al escuchar el ruido que hacían las cabras. Comenzaron a balar.

El cuerpo de Pablo se fue torciendo, sus huesos estaban como quebrándose. Su abuela y su padre solo miraban con completo horror la transformación que estaba ocurriendo frente a sus ojos. La boca del joven se fue agrandando soltando un grito de dolor. Le fue brotando una especia de hocico y salían unos colmillos. Josefa hacia la señal de la cruz y Amador estaba paralizado. Veian a Pablo convertirse en algo mitad humano y mitad una criatura espeluznante que nunca había visto.

Pablo los miro, emitió un gemido y se miro en un pequeño espejo que colgaba en la sala. Salio corriendo de la casa y se percato que lo hacía en 4 patas, su mente estaba asimilando la transformación. Se sentía lleno de energía. Con fuerza y poder. Corría a gran velocidad. Se detuvo y se ergio, una parte continuaba siendo humano y otra parte era un monstruo.

Llego corriendo a lo alto de la montaña, donde estaba la cueva. Ssu refugio. El lugar donde disfrutaba sus momentos con las cabras. En ese instante se sintió libre. Con fuerza. Con poder. Se sentía genial y también se estaba hambriento. Mucha hambre. Podía oler y escuchar cosas que ocurrían a larga distancia de allí. El olor de la cabra negra le llego, giro hacia la cueva, de allí provenía, necesitaba calmar su hambre, lanzo un grito nunca antes oído por los mortales y se fue directo a la cueva.

A un kilometro de distancia de allí El Mohán seguía rumbo a su pueblo. Escucho un grito proveniente de las montañas. Se detuvo un instante, luego continuaria caminando con calma. Llego a una pequeña casa de bahareque al final del camino, la puerta se abrió. Lo saludo la anciana de dientes amarillentos.

– Ya está hecho ¡Nunca vuelvas a buscarme! Ahora solo le sirvo a él.