La Promesa. ( I )

Pablo era un niño de once años, vivía en una de las montañas de Los Andes venezolanos con su padre y se levantaba muy temprano para ir a trabajar. Nunca conoció a su madre, según escucho una vez a su abuela, murió cuando lo dio a luz. El no se atrevía a preguntar, porque las pocas veces que lo hizo, no recibía una respuesta clara. Junto a su padre trabajaba en el mercado de San Cristóbal, ayudando a descargar las frutas y verduras que traían desde los pueblitos aledaños. Cada mañana salía de su humilde casita para emprender un día maravilloso, sonreía siempre, nunca se le veía triste y era muy popular, las señoras le tenían mucho aprecio. A su abuela no le gustaba tanto cariño y aprecio que le demostraban al niño, siempre le reclamaba al papa de Pablo que lo alejara de esas hijas de la mala vida, no quería que se le acercaran a su amado nieto.

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-¡Tú eres especial! ¡No te dejes tocar por esas brujas! – le decía cada día.

Su abuela le tenía mucho cariño, ella esperaba que Pablo le llevara el dinero para así hacer mercado. Pablo soñaba con viajar a Caracas, la capital, solo la había visto en recortes de periódicos, desde muy pequeño un amigo que también trabajaba en la plaza le contaba historias relacionadas con la capital venezolana, esto había despertado su interés pero cada vez le era más difícil y veía imposible poder llevar a cabo aquel sueño. Además de trabajar medio día en el mercado, tenía que encargarse de las cabras lecheras que tenía su padre. Era algo con lo que obtenían otros ingresos.

El niño Pablo era también muy curioso y pícaro, tenía guardada baja su cama una revista que encontró cerca de la plaza, era una revista pornográfica y con ella tuvo su primer despertar sexual. Una vez viendo a la cabras comer, se fijo en su partes traseras y le recordó los cuentos que escuchaba de los jóvenes que se reunían en la plaza a comer chimo y tomar miche, el escuchaba sus cuentos de cómo perdieron su virginidad con una burra y otros con una cabra.

Un día no aguanto y se llevo a una de las cabras a pasear. Camino algo por un largo rato, hasta llegara una cueva. Recordó que su abuela le decía que no se alejara mucho de la casa, pero su curiosidad era tremenda. Entro a la cueva junto a su cabra y se aventuro a hacer todo lo que había escuchado de los jóvenes en la plaza. A partir de ese momento no había día que pablo no sacara a pasear a las cabras.

Ahora el jovencito se pavoneaba con los chicos de la plaza, el ya era también como ellos, todo un hombre., todos los días les contaba sus experiencias con las cabras.

-¡Pablo! – lo llamo una anciana.

-A su orden señora. . . – le respondió con alegría.

-Dame esos cambures que tienes en venta. . . se ven muy buenos. . . toma. .. Quédate con el vuelto.. . . estas hecho un hombrecito. . .

Pablo tomo el dinero que le dio la anciana, era una suma mayor al costo de los cambures, además también había una moneda extraña, una moneda dorada que nunca había visto y en el centro tenía una serpiente.

-Le das saludos a tu abuela, dile que se los envía Doña Simona. - se despidió la anciana con una gran sonrisa, dejando ver su dentadura amarillenta.

Al llegar a su casa, le conto todo a su abuela y esta se puso furiosa, tomo el dinero, salió de la casa y prendió una fogata arrojandolo todo al fuego. Le ordeno al niño que se encerrara en la casa, ella se puso a discutir con el padre de Pablo. - ¡Te dije que no te llevaras a trabajar contigo mijo! – decía su abuela con lagrimas en sus ojos- ¡ tranquila ma!- era lo único que decía Amador, el padre de Pablo. Antes de anochecer el joven se fue hasta donde habían encendido la fogata y vio la moneda dorada, estaba intacta, la tomo y escondió en su habitación, junto a su amada revista.

No había terminado de conciliar el sueño cuando se despertó de golpe por unos extraños ruidos que provenían del techo de la casa, parecían unas gallinas que caminaban. Amador se levanto y agarro un machete, salió pero no veía nada entre tanta oscuridad.

-¡Son esas malparías! - exclamaba con preocupación la abuela- ¡malparías! ¡brujas!

Pablo se asusto, nunca había visto a su abuela de esa manera. Ella lo agarro y abrazo fuertemente. El padre de Pablo se subió al techo y se escucho un machetazo en el techo, Amador entro con unos pedazos de plumas negras en su mano y les dijo que logro espantarlas. Se perdieron en la oscuridad. La anciana abrazo con más fuerza a Pablito, que no encontraba explicación a lo sucedido.

No pudo dormir muy bien, pero se sentía alegre y con ánimo de ir a trabajar, su padre lo detuvo y le dijo que hoy no irían a al mercado que se quedarían en casa cuidando a las cabras. Aunque él quería ir a la plaza, no le molesto la idea, podría pasar más tiempo con las cabras. Cuando abrieron la puerta vieron a una anciana que se dirigía hasta sus casa, Pablo la reconoció, venia con la misma sonrisa y dentadura amarillenta, era Doña Simona.

-¡Vete de mi casa malparida! – grito la abuela de Pablo desde el fondo de la casa- ¡Vete! ¡Te corro! ¡Toma bruja hijaeputa! - le gritaba al mismo tiempo que le lanzaba sal.

-¡Amiga Josefa!¡Se acerca el momento! No podrás evitarlo. . . no puedes luchar contra el destino. . . ¡No te pertenece!¡Es nuestro! – tomo un poco de sal que cayo en sus ropas y la probo- ¡gracias por la sal!

La anciana se dio media vuelta y se fue por el mismo camino que llego. Amador agacho la cabeza y entro a la casa. Josefa abrazo nuevamente a su nieto y se puso a llorar.

-Prométeme que nunca te vas a ir mijo. . . .

-Te lo prometo abuela, nunca te voy a dejar, siempre estaré contigo. – le dijo Pablo.