Un reparo
Oye gritos a lo lejos, ve un arrollamiento.
Quiere saber cómo es quien manejaba, pero no sale del carro.
Se acerca. No puede creer tanta frialdad, tanto desprecio: ¿Cómo es posible que siga en el carro?, se dice, ¿Será que piensa huir?
No lo puede permitir.
Se agita, sin darse cuenta está corriendo.
Debe hacer algo, aclarar la situación, corregirla.
Llega al carro,
toca la ventanilla,
siente que le ignora.
Golpea la ventanilla,
siente ira pura.
Su rostro está al rojo vivo.
¿Quién se ha creído? ¿Qué estará pensando hacer?
El motor está en marcha, la velocidad está puesta: Todo en orden para arrancar.
Sin pensarlo, sin querer, se encuentra con la manilla de la puerta,
la acciona,
abre con facilidad.
Siente extrañeza.
--
No fue necesario increpar, no había forma:
No hay forma de increpar a alguien catatónico.
Vislumbra otra posible escena.
Se siente culpable,
pide perdón pero no obtiene respuesta.
No puede creer todo lo que hizo,
todo lo que pensó.
Voltea, quiere reparar lo hecho,
pedir disculpas, pero a alguien que esté consciente.
Se encuentra con mil miradas curiosas que le rodean (idiotizadas)
y con una mirada comprensiva que le consuela.
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¡Cuanta tensión! Pero al final, un rayo de tranquilidad.
Sí, algo de equilibrio nunca está de más...