Woodstock en el 23

En estos días volví a ver la exquisita película, Taking Woodstock (bienvenido a Woodstock- 2009), del director taiwanes Ang Lee (Hulk, La Vida de Pi, El Tigre y el Dragón).

El título pudiera hacer pensar que la película es una nueva versión del histórico festival de música rock y experimental de 1969, inmortalizado en el excelente documental de Michael Wadleigh "Woodstock, tres días de paz, música y amor”. Pero no hay que dejarse engañar, El señor Lee no se centra en el festival, lo usa como telón de fondo para tejer una historia intimista, sobre la iniciación de un joven que busca un sentido a su vida.

El film está basado en una historia real, la vida de Elliot Tiber, un joven que está residenciado en New York y que regresa a su pueblo a pasar las vacaciones del verano. En la casa de Elliot, las cosas no andan bien. Su familia vive de regentar un pequeño hotel de un pueblito rural, donde la afluencia de turistas ha caído en picada. Al principio, pareciera que las cosas no van a mejorar para esa pequeña familia, Elliot, su madre y su padre; pero la suerte les sonríe.

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Una serie de problemas burocráticos impiden que un festival de música se realice en un condado vecino. En el pueblo de Elliot, les conceden los permisos y es así, como el histórico festival se traslada de sitio. De allí en adelante todo es prosperidad para los habitantes de la pequeña comunidad rural donde habita Elliot con su familia.

A medida que se van produciendo los preparativos para el gran evento, el joven Elliot empieza a confrontar sus aspiraciones y deseos con el modo de ser de los citadinos que van llegando. Se siente seducido por un nuevo estilo de vida. Al final, se decide a partir en busca de su identidad; emprende un gran viaje personal que lo va a llevar lejos de casa.

Ang Lee, logra tejer una bonita historia sobre la superación, la determinación y la búsqueda. Si tienen la oportunidad vean este delicado film.

A medida que iba viendo la película, empezaron a llegarme imágenes de cuando yo era joven. Ver a Elliot emprender su camino iniciático, me hizo pensar en mi historia de joven caraqueño, por allá en los años setenta del pasado siglo. Por aquel entonces, yo estaba terminando mi bachillerato en el liceo Manuel Palacios Fajardo, del 23 de Enero, tenía 16 años.

La Caracas de aquellos años era un hervidero de ideas. Había una mezcla de hippies y revolucionarios. Estaba en pleno proceso la pacificación de la guerrilla de los años 60. Estos ex guerrilleros comenzaban su transición para la vida democrática y tenían una fuerte presencia, e influencia, en la juventud liceísta y universitaria. Eran los tiempos donde buena parte de la juventud estudiantil simpatizaba con las ideas marxistas.

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También estaban nuestros Hippies criollos, gente que creía en una sociedad pacifista, gobernada principalmente por la fuerza del amor. Me acuerdo que para entonces ya les decían come flores. Yo, como era muy inquieto, deambulaba entre los dos bandos, a ratos era revolucionario y a ratos era hippie. Me sintonizaba con cualquier grupo donde se respirara rebeldía. ¡Cómo hice sufrir a mi madre! A veces, cuando está muy molesta, me lo sigue reprochando.

No recuerdo, si fue a finales del 70 o comienzos del 71, cuando estrenaron la película de Woodstock, en Caracas. Recuerdo que la vi como nueve veces en el cine España, en la avenida España, en Catia, al inicio del sector el Cuartel. Hoy ese cine ya no existe, sobrevivió más o menos hasta mediados de los 80.

La película creó una gran excitación en toda Caracas, en el Este y en el Oeste. Por todos lados salían grupos de aficionados que hacían covers sobre los temas más sonados, principalmente versiones de Santana, Janis Joplin, Jimmy Hendrix y Ten Years After, todas las semanas había presentaciones en plazas, cines, teatros, o en cualquier local donde pudiera caber un buen número de muchachos. Fue un buen tiempo para ser joven, en Venezuela.

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Recuerdo que un día, estaba estudiando en la plaza Cristo Rey, con mi respectiva silla de extensión, mis cuadernos, mi tabla de apoyar y mi termo de café. De pronto, pasaron unos Hippies, con sus pelos largos, sus sandalias de cuero, chaqueta de blue jean Wrangler, entregando unos volantes. En ellos se invitaba para un gran concierto en homenaje a Woodstock, en el teatro Cristo Rey, de allí mismo, en el 23 de Enero.

Desde el momento que recibí la invitación no tuve paz, sólo pensaba en el día del concierto. Mi mamá, lógicamente me prohibió que fuera, pero yo estaba decidido. Iría, contra viento y marea.

Llegó el día esperado. Con unos amigos del barrio y unos del liceo, nos plantamos en las cercanías del teatro, hicimos como dos cuadras de cola; parecía que todo el Oeste estaba allí. Cuando entramos, mis ojos no podían creer lo que veían. Por todos lados habían reflectores de colores, amplificadores, guitarras eléctricas, bajos, baterías, y un ejército de melenudos. No había ningún tipo de custodia policial. ¿Raro, no?

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Comenzó la música. Mis oídos no daban crédito. Cada grupo que tocaba yo me lo imaginaba como si hubiese llegado desde la película. Voy a escribir una blasfemia; pero hoy les confieso, que en esa noche se produjo el fenómeno de la trasmigración de las almas, esos que estaba en el escenario recibieron en su ser al espíritu de los originales, porque yo logré escuchar a Santana, a Jimmy Hendriz, a Sly and the Family Stone. A todos los escuche esa noche.

El concierto se prolongó hasta la madrugada. Cuando salimos de allí no había ningún tipo de transporte. Nos tocó caminar hasta nuestras casas. La mía situada en un barrio, de la carretera al Junquito, situado como a unos 12 kilómetros del sitio.

En esa larga caminata, tuve mucho tiempo para reflexionar sobre mis futuras decisiones, comenzaba a abandonar la adolescencia y me preparaba para la Universidad. Mi vida, después de esa noche ya nunca fue la misma. Me pasó un poco como a Elliot. A mí, nuestro Woodstock en el 23, me indicó un camino.

Gracias por su tiempo.

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La edición digital y el Gif son de mi autoría.