Secretos de la composición literaria (Parte I) - #decomoescribir

Este es el testimonio de la creación de un cuento maestro mientras la autora escribe. Cuando lo encontré, me emocioné de ver la psicología de un artista durante su proceso creativo. Una de las más grandes escritoras del siglo XX somete a su protagonista a escribir una historia mientras narra las dificultades que enfrenta y cómo las va resolviendo. Al mismo tiempo, el cuento es una ficción en sí misma, y después, logra un efecto maestro: traslapar mundos literarios (este efecto lo estudiaremos en la segunda parte).

Este artículo REQUIERE la lectura previa del cuento y es para quienes tienen un interés genuino en las letras, en mejorar como escritores. Si en este momento no tienen tiempo, sugiero regresar cuando lo tengan. Realicen una lectura activa y llenense del goce de leer y de pensar en @decomoescribir.

LEER AQUÍ EL CUENTO:
LA COCECHA, de Flannery O' Connor.

Angela Treat Lyon, pintora

Durante la narración, Flannery O’Connor revela algunos secretos: principios básicos de la composición y el estilo. Su protagonista es una mujer preocupada por la limpieza de la casa; en las tardes, una escritora. Crea mundos, escapa de otros. La máquina de escribir es el reflejo de sus inquietudes y anhelos, miedos o alegrías. Mientras inventa sus historias, la escritora describe sus criterios para narrar: cómo elige la trama, cómo elige a los protagonistas y cómo generar sus principios de acción.

¿Cuál es el primer principio de la composición literaria?

El tema.

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¿De qué va a tratar? El cuento generalmente nace con un fin: el escritor conoce cómo y dónde se dirige, como dijo Quiroga: “en el cuento,cada palabra está pensada con miras hacia el fin”; la novela, en cambio, es un hallazgo en movimiento. En este fragmento nos lo plantea:

…y, si la señorita Willerton debía escribir un relato, antes tenía que pensarlo. Casi siempre pensaba mejor sentada delante de la máquina de escribir, pero por el momento tendría que conformarse con lo que había. En primer lugar, debía pensar un tema para el relato que iba a escribir. Eran tantos los temas sobre los que se podía escribir un cuento que a la señorita Willerton nunca se le ocurría ninguno. Era siempre la parte más difícil de escribir un cuento, ella siempre lo decía. Dedicaba más tiempo a pensar en algo sobre lo que escribir que a la escritura en sí. A veces descartaba un tema tras otro y, a menudo, tardaba una o dos semanas en decidirse por alguno. La señorita Willerton sacó el recogedor y la escobilla de plata y se puso a limpiar la mesa. «¿Y un panadero -se preguntó-, será un buen tema?» «Los panaderos extranjeros eran muy pintorescos», pensó. La tía Myrtile Filmer había dejado sus cuatricromías de panaderos franceses estampadas en sombreros con forma de hongo. Eran hombres magníficos, altos... rubios y...

Antes de escribir, cuando pensamos en una posible historia, nuestro cerebro (seamos conscientes o no) comienza a imaginar un mundo de símbolos que tratan de articular un significado. Por ejemplo, quiero escribir un cuento sobre la locura del amor contemporáneo: ¡Ya sé! voy a utilizar a un loco que se enamora de una mujer que no conoce, una mujer virtual. Y al final, será cuando conozca en persona a esa mujer y se lleve la sorpresa de....
Es una posible trama, ¿verdad? Quienes analicen las historias con cuidado, se darán cuenta que estos personajes ya existen, sobre todo, si mi tono trata de ser cómico: estoy reencarnando al Quijote para adorar a una Dulcinea virtual. El lector (y muchas veces el escritor) puede ni siquiera darse cuenta que utilizaste un arquetipo (el Quijote), sin embargo, entre más conscientes seamos de los elementos que usamos, más fácil nos será abordar una trama:

Mi Quijote ama a su Dulcinea Virtual -> Quiere salvarle la vida en el juego on-line en el que se conocieron -> su vida comienza a permearse de ese personaje y su misterio, enloquece de amor -> el cuento termina cuando se entera quién realmente estaba detrás de ese personaje online -> las consecuencias en el protagonista,

La razón que algunos personajes sean dominio del imaginario colectivo es porque todos llevamos un poco de ellos adentro: todos somos Quijotes, Don Juan, Hamlet, Harry Potter o (inserta-a-tu-héroe-favorito).

Cuando escribimos, antes de pensar en personajes, es necesario preguntarnos: ¿De qué quiero hablar? ¿Del amor y el despecho? ¿De la rutina de los hombres contemporáneos? ¿De la educación pobrísima de nuestra sociedad? El tema es el combustible, la materia prima. Aunque un texto puede abarcar muchos temas, un buen texto siempre tiene un motor y lo explora hasta sus últimas consecuencias. Y aunque el amor nunca será atrapado por las letras, no por ello dejaremos de intentarlo.

Muchas veces, cometemos el error de querer abarcar demasiado cuando nos iniciamos en la literatura. Tratamos de plasmar un mundo de símbolos como Thomas Mann, Dostoyevski o Tolstoi. Sin embargo, como dijo Jean Guitton, “una escalera se empieza por el primer peldaño”. Así como un constructor, el escritor novel deberá aprender a construir habitaciones antes de planear sobre casas o palacios. Por eso, el cuento es la mejor antesala de la novela, y de las grandes ingenierias literarias.

¿Cuál es el segundo principio de la composición literaria?

El narrador, el protagonista y los personajes.

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Toda narrativa es un organismo, no vive sin la armonía de sus partes. Escribir un cuento necesita un tema. Pero también necesita los medios para maquillarlo. Diría un maestro: "No quiero que me expliques por qué el viejo se arrepintió de sus acciones, quiero que me enseñes cómo sufre su arrepentimiento." Al lector le corresponderá sacar las conclusiones y formular sus hipótesis.

Si un personaje sufre una ansiedad terrible y es incapaz de amar a otros, no nos dices que es porque perdió a un hijo en un accidente de auto, nos lo muestras iendo al cementario para llorar sobre su tumba, y después siendo incapaz de hacerle el amor a su esposa.

Entorno a los personajes. ¿Qué nos enseña O'Connor? Imaginemos que nuestro cuento quiere explorar en el amor y en el despecho. Mínimo dos recursos/personajes serán necesarios: el amante y lo amado. Pueden ser personas, pero incluso puede, ser objetos o animales: un perro y un peluche de felpa, narrar la aventura de cómo sufrió perder su objeto más preciado, y la avenutra que emprendió para re-conquistarlo.

Flannery O’Connor, claramente, su tema a explorar es la tensión social. Lo explica claramente:

"La señorita Willerton se sentó delante de la máquina de escribir y lanzó un suspiro. ¡A ver! ¿En qué había estado pensando? Ah, sí. En los panaderos. Ummm. Los panaderos. No, los panaderos, mejor no. Tenían poco de originales. Los panaderos no producían tensión social. La señorita Willerton clavó la vista en la máquina de escribir. A S D F G... sus ojos recorrieron las teclas. Ummm. «¿Y los maestros?», se preguntó la señorita Willerton. No. Por Dios, no. Los maestros siempre hacían que la señorita Willerton se sintiera rara. Sus maestras del Seminario Femenino Willowpool estaban bien, pero eran todas mujeres. El Seminario Femenino de Willowpool, recordó la señorita Willerton. La frase no le gustaba nada: Seminario Femenino de Willowpool... sonaba a biología. Ella se limitaba a decir que se había graduado de Willowpool. Los maestros hacían que la señorita Willerton se sintiera como si estuviera a punto de pronunciar algo mal. Además, los maestros no eran oportunos. Ni siquiera representaban un problema social.

"Problema social. Problema social. Ummm. ¡Los aparceros!"

La protagonista elige los aparceros –la aparcería es el contrato entre un dueño de la tierra y el peón que la trabaja. El personaje que elige encarna un problema social. Dueños y peones, soberanos y dominados: el eterno problema de la ciencia social. ¿Elegir a este personaje puede servirle? Definitivamente. Tendrá materia prima para jugar. Ella lo confirma:

"La señorita Willerton nunca había intimado con ningún aparcero pero, reflexionó, como tema tendría tanto arte como cualquier otro, ¡y le permitirían conseguir ese aire de trascendencia social que tan útil resultaba en los círculos que esperaba conocer en sus viajes!"

¿Cuál es el tercer principio de la composición?

El estilo.

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El personaje de la escritora va creando una historia a la par que lidia con su aburrido cotidiano. Nimiedades: las hermanas pidiéndole tener cuidado con X o Y: la comida para el próximo almuerzo, la limpieza, el libro que tiraron hace unos días... Mientras escribe la interrumpen, atiende los problemas y regresa a la máquina de escribir. Retoma la historia desde donde la dejó: ya tiene a los personajes y tiene el tema… ¿Qué sigue? Algo complejo y divertido: tiene la historia y los personajes, ahora, ¿cómo realmente comenzar a escribir?

«Lot Motun -registró la máquina- llamó a su perro.» Una pausa abrupta siguió a la palabra «perro». La señorita Willerton siempre se esmeraba en la primera oración. «La primera oración -decía siempre-, le venía como... ¡como un chispazo! ¡Tal cual! - decía, y chasqueaba los dedos-, ¡como un chispazo!» Y sobre la primera oración construía su relato. «Lot Motun llamó a su perro», le había salido automáticamente a la señorita Willerton, y al releer la frase, decidió no solo que «Lot Motun» era un nombre adecuado para un aparcero, sino que hacer que llamara a su perro era lo mejor que se podía esperar de un aparcero. «El perro levantó las orejas y, con el rabo entre las patas, se acercó a Lot.» La señorita Willerton había escrito la frase antes de que le diera tiempo a advertir su error: dos «Lot» en un mismo párrafo. Resultaba desagradable al oído. La máquina de escribir retrocedió chirriando y la señorita Willerton escribió tres X sobre «Lot». Entre líneas anotó a lápiz: «Su amo». Ahora ya estaba lista para continuar. «Lot Motun llamó a su perro. El perro levantó las orejas y, con el rabo entre las patas, se acercó a su amo.» «Y también tengo dos "perros" - pensó la señorita Willerton-. Ummm.» Pero decidió que eso no molestaría tanto al oído como los dos «Lot».

Aquí aborda una cuestión esencial y recurrente en los talleres literarios: la no repetición de palabras en un mismo párrafo. ¿Cuál es la razón? La primera, es sonora. La otra, de estilo. Un escritor supone un manejo amplio del vocabulario: repetir una misma palabra en un párrafo demuestra una falta de léxico. Sin embargo, en la literatura, a quien se buscar deleitar es al sonido. "Se lee con el oído, no con el ojo", diría Flaubert. Puede existir una repetición si la variación no molesta o el cambio de palabra podría resultar postizo. Si ella cambia la palabra “perro” por “canino”, por ejemplo, parecería un narrador sumamente artificioso.

Explica la idea de Flaubert:

"La señorita Willerton era muy partidaria de lo que denominaba «arte fonético». Según ella, el oído era tan lector como el ojo. Le gustaba expresarlo de ese modo. «El ojo forma un cuadro -le había dicho a un grupo en las Hijas Unidas de las Colonias- que puede pintarse en abstracto, y el éxito de la empresa literaria -a la señorita Willerton le gustaba la expresión "empresa literaria"- depende de esos elementos abstractos creados en la mente y de la naturaleza tonal -a la señorita Willerton también le gustaba eso de "naturaleza tonal"-, que registra el oído.» La oración «Lot Motun llamó a su perro» tenía un toque cáustico y seco que, seguido de «el perro levantó las orejas y, con el rabo entre las patas, se acercó a su amo», le daba al párrafo la salida que precisaba."

La naturaleza tonal que menciona Flannery O’Connor es el principio que rige a un buen estilo. Los narradores generalmente son personajes que cuentan la historia. ¿Quién cuenta Moby Dick? El marinero Ishmael. ¿Quién cuenta Pedro Páramo? El hijo bastardo de P. P. No es lo mismo imitar el lenguaje de un marinero que la oralidad de un pueblo. Su lenguaje es distinto: el marinero tendrá expresiones y palabras que le ayudarán a crear un mundo de puertos, barcos y aventuras; mientras que el hijo bastardo de un antigüo hacendatario entenderá los coloquialismos de los habitantes. Las historias están hecha de palabras, evocan mundos, pintan atmósferas extrañas o coloridas. El narrador es cuidadosamente elegido, las palabras del narrador se hilan con cuidado. Sitúan al lector en un mundo. Lo hacen parte de él. Un mexicano jamás utilizaría expresiones como: “Che, ¿clavaste al pibe?” ni un argentino diría: ¿Wey, plantaste al vato?".

¡Bonus!

Los principios de los personajes.

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Entendiendo el tema, los personajes y el estilo del narrador, sigue elegir los principios de los personajes. Generalmente la literatura los aborda desde la acción. Como escritor, si quisiera abordar los principios de un personaje devoto, quizá lo haría recibir una llamada y persignarse antes de contestar. Las pequeñas acciones sirven para revelar información. Ninguna acción debe ser gratuita. Si un detective tiene que abrir una puerta, que valga la pena esa acción. Sino, será mejor decir: “entró y todos levantaron las manos”, en lugar de, "entró, caminó por el vestíbulo, abrió la puerta y todos levantaron los manos."

"La señorita Willerton se apoyó en el respaldo. Era un buen comienzo. Ahora planificaría la acción. Había que incluir una mujer, claro. A lo mejor Lot podía matarla. Ese tipo de mujeres siempre sembraba cizaña. Incluso podía provocarlo para que acabara matándola por libertina y, después, quizá a él lo perseguiría la mala conciencia.

"Si debía tomar ese rumbo, sería necesario dotarlo de principios, aunque no sería demasiado difícil dárselos. Se preguntó de qué manera introduciría ese aspecto, en vista de toda la atención que en el relato debía dedicarle al amor. Tendría que poner algunas escenas bastante violentas y naturalistas; el tipo de detalles sádicos que una leía en relación con esa clase de gente."

Cuando la señorita Willerton comienza a dar rienda a su perversa psicología creadora (que todo escritor tiene), ella, O'Connor, se dirige hacia logra un efecto maravilloso: traslapar/atrapar a la protagonista entre mundos. Esto corresponde a un capítulo aparte, el segundo.

Concluyendo,

los cuentos se distinguen por encontrar una acción que desencadenará una atmósfera de extrañeza, digna de ser contada. Un asesinato, un naufragio, el éxtasis o la depresión de un individuo son esos principios que menciona Flannery O’Connor y devendrán en la acción sobre la que los personajes serán obligados a actuar fuera de sus hábitos. Este hecho extraordinario (en el sentido literal de la palabra: fuera de lo ordinario) es la razón de existir de la mayoría de los cuentos. ¿Cómo justificar esos actos? Dotando de principios a los personajes. Si planeas un cuento donde el protagonista asesinará al cobrador de rentas, un ejemplo simple, podría ser:

“Una hora antes del despertador, el teléfono lo despertó a las 6a.m. Raúl dio un sobresalto, y después se puso la almohada sobre la cara. Cuando el teléfono se resignó, sintió cierto alivió. Media hora después volvió a sonar: "¿número desconocido? hmmm" y vaciló un momento antes de contestar amodorrado.

–Diga…

–¿Sr. Escobar?

Colgó, y apagó el teléfono. Se molestó consigo mismo por ser tan ingenuo.

Se duchó, y no terminaba de picar la fruta cuando el hombre ya tocaba en su puerta.

–¿Sr. Escobar?–hubo un silencio–Puedo escuchar su televisor encendido.

Apretó los labios y empuñó el cuchillo en sus manos. Finalmente lo clavó en la tabla, y fue a abrir la puerta..."

Estas lecciones nos la regala Flannery O’Connor sobre el arte de narrar.
¿Interesante?

Daniel Camacho