En la noche ese mismo día, mientras duerme, Katie se estremece en medio del sueño al notar ciertos sonidos, como snaps, un rápido crujir como el que se escucha al morder chucherías crujientes, mientras yace tendida. Enciende la luz de su lámpara desentendida, y es aquél ¡torpe y tenebroso! Katie inmediatamente grita con preguntas condenatorias:

— ¿Qué te sucede? ¿Qué estás haciendo?

Georgy responde con un timbre vocal suave, retraído y con el atavío tonal del que está profundamente enamorado e hipnotizado:

—Eres hermosa. Eres bonita. Ven, siéntate, hablaremos.

—Te advierto que voy a gritar.—Responde Katie, con mirada fulminante y pose defensiva; con los brazos ligeramente en abducción, el torso ligeramente flexionado, como alguien preparándose para atacar, ejercer la más justa defensa contra el intruso.

— ¿Por qué lo haces? Por favor, siéntate, hablaremos.

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Katie revuelve de forma desesperada un cajón y saca de forma veloz sin dar paso a reacciones, una pistola paralizante de shock eléctrico y dispara; los dardos se extienden como es debido mediante alambres de metal y se adhieren al pómulo izquierdo, desatando la corriente eléctrica. Lo inmoviliza rápidamente y corre. Logra llegar a la puerta principal, pero la desesperación coacciona sus habilidades motoras y no logra abrir la puerta con eficacia. Cuando finalmente lo consigue, es capturada por la espalda. Georgy, con el brazo izquierdo rodea su abdomen para ejercer dominio sobre su eje corporal y con el brazo derecho, rodea su cuello aprisionando con la mano la boca para evitar los gritos. El forcejeo no dura más porque Katie muerde la mano derecha y es tumbada rápidamente al suelo. De forma inmediata, Georgy se articula con todo el peso del cuerpo sobre su abdomen, la toma por la cabellera y empieza a golpear la cabeza contra el piso; el impacto lo sufre el occipital. Repetidamente. Forzosamente. Susurrando en voz baja, prácticamente inaudible:

—Cállate, cállate, cállate, cállate, cállate…

Logra inmovilizarla y de inmediato toma un paño de cocina y lo mete en la boca de Katie, forzándolo, hasta ir un poco más allá de la lengua, bloqueando cualquier posible grito de ayuda. Luego, arranca el cable de una de las lámparas de la sala de estar y empieza a amarrar sus tobillos, buscando bloquear la movilidad de sus miembros inferiores. Katie intenta forcejear pero es inútil, la han dominado por completo. El nefando saca de sus bolsillos una navaja, pequeña y vistosa, pero no por ello menos amenazante. Y dice, con un cambio notorio en el timbre vocal, ahora con la sonoridad grave de un perpetrador sin alma:

—Calla. Deja de moverte. Quiero que dejes de moverte. Quiero que dejes de moverte. No te muevas.

Georgy la voltea hacia abajo y empieza a amarrar sus muñecas para sitiar los miembros superiores. Como si se tratara de un voraz carnicero fungiendo la dinámica de inmovilización en los indefensos animales. Sí, para los depravados sexuales, aquellos con un deseo activo, impetuosos en sus formas de saciarse, las mojigatas, como la llamaron a ella los hermanos, Iván y Nicolai, son animales, animales que merecen sufrir la inmovilidad; sufrir el paroxismo de la vegetación aplicada y sistemática; una paralización del cuerpo y también de los sentidos y claro está, del pensamiento porque ¿Quién puede pensar bajo un rapto injustificado, cruel, violento, mientras está a punto de ser ultrajado no por el espurio falo sino por sulfúrico deseo?

La situación claramente se elevó por encima de lo vislumbrado. El sujeto, borrico e introvertido, procedió a tomarla por la fuerza, sin mediar palabra, para violarla y saciar sus enfermos deseos que lo inundaban, en unas ganas depravadas, por poseer a la joven aspirante a modelo. El deseo del nefando, aquí, es otro tipo de deseo. Normalmente, los deseantes son desertores naturales; desertan con el pensamiento y desertan con el espíritu; los cuerpos, descarnándose y abandonados, son los que permanecen materialmente en la estancia terrenal donde vieron la luz por vez primera. Pero permanecen inertes. En una especie de acceso o «síncope nirvano», donde las agujas de reloj no marcan las horas sino los decesos celulares; cada célula muere, segundo a segundo, enfrentando la indisposición espacial que existe entre cuerpo y pensamiento. En la mente, se está viviendo una posibilidad que se extrema al punto de sentirse como una vida real y lúcida, no obstante, el cuerpo, la carne y los huesos, están privados de esa nebulosa representación que no es posible ser experimentada porque está desasida del espacio-tiempo. Nadie vive una posibilidad, sin embargo, el deseante la vive al máximo, estrechándose en una dimensión poluta para la conciencia.

Este deseo violento, ambicioso por cubrir los espacios exteriores por la fuerza, es parte del metabolismo del deseante con su naturaleza antitética; es decir, con aquella naturaleza que es una antítesis a la naturaleza universal, verídica y palpable. Ergo: estos deseos violentos, diferentes a los deseos pasivos, son de una naturaleza inmaterial, nebulosa, de concepción estructuralmente necrótica, como medularmente muerta, pues, aunque se le ve en visiones pasajeras o perennes de la mente, su reflejo se trastoca en una quimera porque no puede centellear y, por tal, no reverbera cual astro, en tanto que, repetidamente, se intente colorearle una forma, una sombra. Hay deseos que pueden mutar, volverse esquirlas dentro de la realidad y, de esquirla a esquirla, se puede formar un espejo donde los reflejos son verdaderos, verosímiles, materiales; como son los casos de los deseos pasivos. Pero éstas son pocas excepciones. No es el caso de este bellaco, torpe y borrico, vil y estúpido, anfractuosamente esculpido por la mente de aquellas mujeres, que posiblemente ha enfrentado ya esta ansía enferma, pulquérrima en la insalubridad exultada en el automatismo conceptual de su mente enferma.

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En medio del enfrentamiento y los sonidos que, para cualquiera indicarían una fuerte confrontación, despiertan al vecino y amigo, de uno de los domicilios contiguos al de Katie, el cual entra para constatar lo que sucede y se la encuentra, tendida y mancillada por la brutalidad de un monstruo sexual. Pero el violador, ubicado fuera de la periferia del sujeto entrado a escena, sorprende a éste con una serie de puñaladas, rápidas y feroces, para acabarlo en el acto. El amigo cae sin demoras. Luego, Georgy se acuesta en la espalda, mirándola con aquellos ojos hundidos, penetrándola con su pútrida alma, mientras que con su mano manchada de sangre ubica la navaja frente a los ojos de la ultrajada, diciéndole con un áspero sonido vocal:

—Dime, dime que te gusto. Dime, que te gusto. Que te gusto, vamos. Georgy, me gustas, vamos. Di que te gusto. Me gustas georgy, me gustas georgy. Esto es necesario, te gustará, te gustará, esta bien.

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Se desabrocha los pantalones y le destroza la ropa interior a Katie. Consuma sin demoras su excitación sexual, mientras el amigo desfalleciente lo mira todo mientras se desangra hasta morir. La penetra y repetidas veces la embiste, dejando salir frases de cariz obsceno. Al terminar, Georgy, entra en razón y sorprendido, como todo vil bastardo que sólo sabe saciar el nefasto deseo, decide limpiar el desastre con algo de ayuda. Llama, diciendo repetidas veces que lo arruinó. Sus hermanos, el fotógrafo y Nicolai, llegan. Empiezan a limpiar, mientras ella, atemorizada y hurgada, veía atónita y acongojada. Deben limpiar todo. Eso la incluye a ella. Le apagan las luces. La drogan con ketamina y todo se vuelve negro.

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Continuará...

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Te invito a leer las partes que preceden aquí:
Narración literaria de una película: "Escupiré en tu tumba". Parte II
Narración literaria de una película: "Escupiré en tu tumba". Parte I