Razones

Tener una persona favorita es experimentar amor (¿lo es?). Hay cuestiones filosóficas, en gran parte relacionadas con la ética, y también de índole físico u orgánico, incidiendo enormemente en nuestras escalas y en la escogencia de los destinatarios de nuestra afición y de nuestros mejores sentimientos.

Es preciso prestar atención a nuestros fenómenos internos. Yo, por ejemplo, he ido dándome cuenta de que mi reactividad bioquímica es sumamente elevada, hasta el punto de que soy capaz de percibir y localizar dónde están ciertos componentes que mi sangre transporta y visualizar claramente su desplazamiento, así como experimentar la subsecuente activación o bloqueo de la emisión o de la captación de una serie de sustancias por mí misma sintetizadas, siendo testigo y a la vez partícipe de los resultados, en su mayoría diametralmente opuestos.

Pero, permanezcamos alertas, porque, ¿cómo saber cuándo un sentimiento tiene un origen y naturaleza genuinamente positivos, con tendencia a permanecer a salvo de la corrupción, de la simpleza y de la bajeza que pululan por doquier?, y ¿cuándo no es más que es un evento distorsionador, desencadenado o desencadenante de una adicción, entendiendo ésta como apego pernicioso?

Alguien comprometido con otros, puede transitar tortuosos y adoloridos caminos si, por diversas razones, afronta el distanciamiento y la separación, temporales o definitivos, de sus seres queridos. Se enluta mucho o demasiado, cada vez.

Por lo dicho, igualmente es necesario observar bien la génesis de las querencias. No es difícil explicarse por qué uno ama a sus hijos desde antes de tenerlos e, incluso, de concebirlos o de ser conscientes de la intención de hacerlo. Tampoco es demasiado complicado entender la índole y la dimensión del nexo afectivo materno o paterno filial, o entre hermanos u otros parientes muy cercanos y, sobre todo, físicamente presentes y espiritualmente activos en nuestras vidas.

La cosa es más compleja cuando revisamos los por qués y para qués en cuanto a nuestras amistades, y aún más en cuanto a nuestras parejas. Yo sostengo que uno se une a los seres escogidos como a reflejos, así: dados los atributos que nos han agradado, con los cuales quizá nos identificamos porque nos creemos o sabemos desprovistos o insuficientemente abastecidos, quiere uno, vehementemente, hacerse del individuo, hacerlo suyo, imbuirse de su esencia, apropiarse de muchas de esas características suyas, convertirse en esa persona, en cierta forma. Analizar nuestros vínculos desde esta perspectiva arroja resultados sorprendentes, máxime cuando nos fijamos en que, muy frecuentemente, las cualidades que nos acercan son las mismas que nos separan, tras amargas desavenencias.

Otro factor que da calor a la fusión con nuestras personas favoritas es, como mencioné antes, su localización material. A quienes amamos o nos hemos aficionado especialmente, queremos verlos todos los días, estar en estrecho contacto, y llegamos a sentir que es vital respirar el mismo aire, tenerlos al alcance de la mano. Esa misma cercanía a menudo desfavorece el buen trato, porque viendo muy de cerca lo que nos gusta también notamos, y mucho, aquello que nos disgusta. Y ya sabemos lo que puede pasar: es común que las discrepancias ganen la partida.

Hay seres humanos que hacen gala de un admirable equilibrio emocional y gran templanza. No es mi caso, pero el devenir ha ido imponiéndome su ritmo, ajeno a mi modo de ser, sentir, pensar y actuar, mostrándome que, lo quiera o no, tengo que hacer frente a eventuales separaciones, y ver un infeliz letrero de FIN tras últimos capítulos —tan tristes como indeseables— de historias que comenzaron con el título de SIEMPRE. ¡Eso es una pesadilla! Lo más loco es que me doy cuenta de que me inclino, aproximo o sitúo en las afinidades con extraordinaria intensidad, al propio tiempo que un sinnúmero de impulsos me conducen en sentido contrario.

No quiero que se vayan

No, porque los amo más de lo que puedo comprender. Pero, más tarde o más temprano, probablemente ocurrirá: quizá ya no estaremos juntos.

Sé que, aunque los considero vitales para mí, la espuma sucia del hervor de mi emotividad, esa que a diario colma el crisol donde se combinan sus substancias y las mías, sobre una flama originalmente favorable, benévola, suele mostrarles en mi rostro, en mis palabras, y en tantos otros signos, mis frágiles puentes, viejos o rotos —acaso con precipicios debajo o fieras en los extremos— haciéndoles creer a ustedes (y a mí misma) que por allí no pueden cruzar.

Yo lo que tengo para ustedes en mi corazón es un hogar hermoso y cómodo, luminoso, ventilado, con todas las puertas y ventanas que quieran, y sin cerrojos —me digo, pero proyecto y termino por ofrecer, abierta, declarada e indudablemente, los muros de una prisión y, por ende, mi ideal de una fortaleza en libertad se transforma en una realidad en donde ustedes y yo nos encerramos, apartados unos de otros, queriendo escapar.

La finitud

Justamente por lo mucho que deseo que nunca lleguen a su fin, mi temor a algo que puede ser tan natural como inevitable, como lo es tener que dar por concluidos importantes capítulos, en lugar de retrasar puede precipitar el desenlace. El temor nos aproxima a lo que nos asusta, mientras que aceptar la caducidad de la existencia nos une al concepto de eternidad. Eso, en el plano intelectual, lo tengo claro, pero no lo vivo así, y voy perdiéndome el presente y las oportunidades de hacerlo feliz, aterrada por un hipotético drama futuro.

Me pregunto si, a estas alturas, no habiéndoselos dicho antes con claridad o lo suficiente, vale de algo que les escriba aquí y ahora lo mucho que me enternecen, me conmueven, me gustan y los admiro; que uno de mis mayores ruegos a la creación es que a ustedes, mis tesoros, no les pase nada malo y tengan una existencia plena de bendiciones, a salvo de situaciones desgraciadas y peligrosas; que he querido dar la vida por verlos sanos y felices, y hacerles saber que considero trascendental nuestro encuentro en este mundo, e importantísima para la Humanidad su estancia en él. Los amo, siempre, sí, siempre lo haré, y si me faltan muero, aunque siga respirando. Más allá de todo, el amor es inexplicable e indescriptible.

¡Qué fortuna han sido estos años de eternidad junto a ustedes!