Hoy deseo compartir con ustedes una sucesión de eventos. En algún momento llegué a pensar en la imposibilidad de canalizarla a través de la pintura anecdótica. Sin embargo, confiando siempre en el destino logré concretar una pintura: OJOS DE PERRO AZUL. Obra que ofrecí –como lo dijera el profesor José Malavé- para que se ejercitara la tentativa ensayística de varios de los partícipes, en el taller ACERCAMIENTO AL ENSAYO.

Están invitados los Steemados asistentes al taller antes citado, a compartir su experiencia ensayística.

Uno de ellos ya está publicado en Steemit, es el de @sandracabrera, los invito a leerlo aquí. Es un ensayo memorable.

Apenas tomaba la tiza, la inocente mano convidaba con su trazado a instantes felices. Por entonces, la tierra era mi pueblo, el purgatorio era como un baño en el río, el infierno apenas lo imaginaba y el cielo siempre estaba para mí. Aún hoy, la frescura de esos juegos pervive en la ensoñación. Por ahora, evito visitar mi pueblo: me siento expatriada de él en un lugar elegido para morir cerca del mar. Valoro tener la misma suerte de aquel río, que hoy baña mis pies en el golfo donde también él vive decantando residuos violentos con el amor de las despedidas.

Vi transformase a Cumaná, esa ciudad-pueblo. Ayer vi a los cumaneses disfrutar esos sencillos placeres de enamorarse, saborear helados en familia y pescar en las riveras del Manzanares. Hoy lamentamos la temprana muerte de sus inocentes. Desagradable transposición que me llevó a retomar un dibujo donde la protagonista era la calidez humana. En busca de su transfiguración escogí el juego de la rayuela, escala inocente que evoca, simultáneamente vida y muerte; el tiesto señala el presente, el destino fatal o la estrella. Y es que, así la rayuela permite entrar y salir de distintos recintos.

El expresionismo alemán me impactó de cerca: vi, en el muro de Berlín, imágenes de la desesperación humana coronadas con alambres de púa. Comprendí desde su parca amabilidad, al nuevo hombre que surgió de las cenizas de la eruptiva Segunda Guerra Mundial. En un cruce de miradas se podían sentir las barreras culturales en aquel Festival Mundial de la Juventud de 1973. Pero, fue milagroso poder sentir la lluvia mientras escuchaba, al descampado, a la Filarmónica de Berlín interpretando la Novena Sinfonía de Beethoven. Que si a mis 21 años comprendí el significado de esa vivencia, no lo sé; a veces siento revisar mis días, y los he pasado, secretamente, anhelando utopías.

“Ojos de perro azul” muestra un escenario donde se representa un infierno activo que condiciona el resto de los ámbitos; allí está ubicado el tiesto en la boca de un leviatán, codicioso devorador; un cielo diligente y regenerador; un purgatorio límbico, aislado, mostrando tantas almas ingenuas como hojas puedan cargar las copas de dos árboles, y un Planeta Tierra con sus deseos y su magia. El estilo expresionista remueve emociones, porque es la línea la conductora de los sentimientos, la que expresa la voz interior. El color interconecta cada trazo con la forma; cada forma es pensada desde lo simbólico, en comunión con el mito.

Lo real maravilloso de esta historia está en la imagen de un intrigante y apenas perceptible perro que con su actitud demuestra su poder; él traspasa de un tiempo pasado a un presente indivisible del otro. El perro azul está en el mismo plano de conciencia que el observador perplejo y el de un niño. Él no sabe, yo no sé y tú no sabes a cuál callejuela o portal nos conducirá un simple tiesto en la rayuela.

Cumaná 2017