La constelación de María

in #spanish6 years ago

Saludos, amigos todos.

Por aquí de nuevo compartiendo con ustedes un cuento más de familia. Forma parte del libro BLACAMÁN EN MATURIN Y OTROS RELATOS. Tiene la particularidad que mientras se narra deja ver su procedencia. Espero lo disfruten desde lo que representa, la historia de muchas mujeres venezolanas.

La constelación de María

La familia de Teresita vivía al lado del Cine que regentaba su esposo Ramón. Teresita, guarda entre sus recuerdos, de manera especial, el día de la inauguración del Teatro, cuando Gardel cantó tantos tangos como el público quiso escuchar. El dueño del local, en honor al famoso porteño, colocó en el pórtico un gran letrero TEATRO GARDEL y dentro, sobre la puerta principal, su retrato. Por el año 35, Teresita tenía 8 años, fue la primera en salir corriendo a vestirse, cuando el abuelo mandó a emperifollarse a todos en la hacienda, para llevarlos al espectáculo. Su vestido se lo había regalado Juanita, la cocinera de la hacienda, tal vez en agradecimiento por acompañarla en la madrugada, a prepararle café al abuelo. Teresita apenas intuía la importancia de su presencia en algún rincón de la cocina, envuelta en su cobija, amurruñada, controlando el entusiasmo del abuelo, quien de manera pícara pretendía mandarla a dormir, para darle rienda suelta a sus pasiones tempraneras.

Debido a la escasa altura del valle y la imponente serranía circundante, en San Baltasar de los Reyes llovía todas las tardes. Aquel domingo, cayó un aguacero largo hasta bien entrada la noche. Mientras recogía el último reguero del día, Teresita esperaba la llegada de Ramón, con el oído parado, le seguía el hilo a la historia de la película, estaban pasando El Enmascarado de Plata y los Vampiros de Chapultepec. A poco se hizo el silencio, indicándole el final de la película. Soñolienta por lo avanzado de la noche, miraba algo distraída a sus siete hijos, olía la humedad y los inagotables, tiques tac, de las gotas residuales al caer sobre el zinc, luego otros, tiques tac, sobre las hojas de las malangas, perfecta armonía combinada, en la tranquilidad de la noche.
Acostumbrada a los sonidos noctámbulos, puso más atención, al escuchar algo diferente. Un grito, como un pujido desesperado. Teresita salió volando con la linterna en la mano, hacia el traspatio, otro grito ahogado le indicó la dirección, era por el escusado de hoyo. Adentro, María piernas abiertas a ambos lados del hueco, daba a luz una criatura.
A la experiencia de Teresita, se le escapó la preñez de la negrita María, traída de los lados de Paria por sus vecinos. Las dos familias desde un principio las unió la confianza, y las casas de ambos se comunicaban por los patios traseros.
Teresita con sus pequeños ojos espantados agarró como pudo a la niña y a la madre, azarosa recogió una pinza de ropa, caminó con ellas hacia el cuarto más cercano, sentó a María en la cama, le apretó el cordón en algún sitio con la pinza y le dejó la niña sobre el pecho. Salió corriendo hacia el interior de la casa del doctor, y le tocó la puerta del cuarto con fuertes golpes en señal de urgencia. Apenas salió el doctor, lo arrastró hacia su casa. La situación no permitía explicación, el doctor al ver a María y a la recién nacida cubierta de la pringosa placenta, solícito, se encargó de todo como si en el ambiente se colara caramelo. De no haber sido Teresita, el doctor no la sigue, así comentó posteriormente él: - porque parecía una loca con los ojos desorbitados.
Ahora ya más tranquila dejó de caminar de un lado a otro, entonces se hizo notoria su mudez. Así pasó tres días. Al cuarto día, Teresita se levantó cantando como de costumbre. A la semana le pusieron el agua a la niña y la llamaron María Luna. La señora y el doctor se fueron a vivir a Bretaña, con sus dos hijas y María Luna dada en adopción.

Dicen que todo lo que nosotros estamos buscando, también nos busca a nosotros y que, si nos quedamos quietos nos encontrará. Dicen que es algo que lleva mucho tiempo esperándonos. En recuerdo a Teresita me animé a escribir esta historia en días pasados. Y, por si las casualidades fueran pocas, hace una semana me acerqué a visitar a la comadre Adola. La encontré rodeada como siempre, por las orquídeas e iguanas, en perfecta simbiosis. Parecía un milagro ver sus macetas repletas de flores, unas endémicas, otras híbridas, de mil formas y colores. Adola aprendió el arte de cruzar orquídeas con sus padres en San Baltasar de los Reyes, lo de hipnotizar a las iguanas lo aprendió cuando niña, jugando a ser doctora, para sacarles los huevos sin abrirles la barriga. Junto al buen Jerez casero que nos sirviera, comentó el retorno de María Luna a las tierras parianas en busca de su madre.
¿Sabes quién estuvo por aquí?, la señora Fina acompañada de Nicaragua y María Luna. Con ochenta y dos años de edad, el doctor murió de la enfermedad del olvido, ella jugaba con él divertidos juegos matemáticos, pero que va, esa enfermedad nos despide vivos. La razón de su viaje por estos lares, es que de vuelta a Bretaña debe someterse a una operación de alto riesgo y decidió venir por una semana a poner en orden algunas cosas pendientes en Venezuela. Aquí Adola respira y sigue redondeándome la historia. Ella y el doctor, cuando llegaron al país hace cincuenta años, se residenciaron en Yaguaraparo, allí les nace su primera hija. En poco tiempo cambian al doctor para el pueblo de San Baltasar de los Reyes y alquilan una casa cerca del Cine, fondo con fondo con Teresita y Ramón, y con ellos traen a María oriunda de Yoco, un pueblito de una sola calle. Cuenta la señora Fina que María cuando vuelve a salir embarazada por segunda vez, ella le dice: -Oye María, una sí, pero dos no puedo. Cuando tengas la otra niña veremos que hacemos contigo y la segunda niña. Pero, enfurruñada María respondió: -Si las cosas son así, me llevo a María Luna. A lo que la señora Fina le respondió: Bueno María, esa es tu hija, llévatela, si eso es lo que quieres.
Cuenta la señora Fina que a la semana María regresó con la niña deshidratada pero con los papeles firmados listos para entregársela en adopción. Con las niñas pequeñas se fueron a Centro América, porque al Doctor le salió una beca para hacer el postgrado. Siempre añoraron con volver al pueblo de San Baltasar de los Reyes, pero al terminar los estudios le salió trabajo en Bretaña y se fueron a vivir para allá con las tres muchachas. Ya crecidita María Luna, como de unos trece años, nota la diferencia genética entre ella y sus hermanas. A su inquietud le dan una explicación acorde con su edad. Cumplidos los veinte años, el carácter y el temperamento de María Luna se hacen sentir y pare una niña bautizándola María de Lourdes, su padre es un marino de los que pasan tres meses en la Antártida agarrando cangrejos. María Luna es de grandes ojos y de piel morena, pero más clara, y con marcado acento bretón, ¡y con una chispa! Un grupo de amigos nos fuimos con ellas, entre cantos y chistes les hicimos una divertida barra, hasta llegar al pueblito de Yoco, por cierto, muy arreglado con cruces cargadas de flores, como para darle la bienvenida a la caja de recuerdos que lo visitaba, ahora tenía dos calles. Paramos en donde la memoria de la señora Fina la llevó, en fin, pocas cosas cambian en los pueblos lejanos. En la puerta estaba una joven con un niño dentro de un coche, ella era delgada, con los mismos grandes ojos de María Luna. La señora Fina se acerca y le pregunta:
-¿Aquí vive la familia de una señora llamada María? Ella se fue a trabajar al pueblo San Baltasar de los Reyes por los años setenta cuando era joven como tú.
-Si, aquí vivimos sus hijos.
María Luna gritó:
-Entonces! ¡Eres… mi hermana. Me llamo María Luna! Y tú?
-María Magdalena.
Algo pasmada, nos invitó a pasar al interior de la casa, y nos presentó a los otros 9 hermanos, hijos de un mismo padre, todos casualmente allí presentes para celebrar juntos la fiesta a La Cruz de Mayo. La emoción nos embargaba. Fue indescriptible el momento cuando el hermano mayor dijo recordar a su mamá comentarle:
-Ustedes tienen dos hermanas, una en Bretaña y otra en el pueblo de San Baltasar de los Reyes. Luego de despedirme de María Luna, la que se fue a Bretaña, sin saber hasta cuándo, caminé hacia la Iglesia un día 6 de enero, con María del Valle en brazos fui a pedirle a mi santo negro que me iluminara el camino. En medio del altar estaba una gran cruz sin Jesucristo, hacia el lado izquierdo alumbrado con una velita estaba El Sagrario, del lado derecho un Rey Mago blanco rodeado de flores, de rodillas me atreví a pedirle: Tal vez tu corazón sea cucurrucero y escuches al mío, tal vez te pasó lo que a mí, perdiste el camino, dicen que santo perdío no lo devuelven no me desees tu misma suerte, ve mi corazón. Esta muchachita María del Valle, ya tiene muchos ojos prendados de ella. Dame tu bendición, dame fuerzas para comenzar de nuevo en Yoco. Recibe y guía a mis dos Marías, protégemelas. Mira, hijo, esas dos estrellas de allá son ellas, estas de acá son ustedes. Hasta el año pasado que murió, todos los seis de Enero recogíamos en la orilla del río palos, para en la noche prender una gran fogata en la playa y desde aquí bendecía a sus hijas, tan lejanas como las estrellas.
Agotados como estábamos, la señora Fina decide ir a Yaguaraparo. Los cantautores celebraban sin descanso el día de la Cruz, recordaron las bondades del Doctor frente a su familia y le dedicaron en su memoria unos versos.

Todos lo queremos
por su gran esmero
eso que se trata
de un extranjero.
El pueblo lo quiere
es muy merecido
otro como este
aquí no ha venido.
Cuando hay un enfermo
lo van a buscar
al llegar a la puerta
entra a mejorar.

Allí estaba la piedra de la playa, intacta como un tótem meditabundo frente al mar, el tiempo todo lo puede, el tiempo siempre cumple.

Sentadas en un café, celebrábamos Teresita y yo otro feliz reencuentro, cuando vimos pasar y detenerse a saludarnos a Inés María, con tan sólo 18 años, también del pueblo de San Baltasar, se acercó a saludarnos con familiaridad. Muy buenamoza, se había hecho “las lolas”. Y entre bromas Teresita le preguntó por su abuelita.

-Vale!, la abuelita Ventura va a cumplir en el próximo agosto 101 años y mi mamá eternamente con ella, para arriba y para abajo, siempre viendo novelas.

María Inés se despidió con un hasta pronto. Mi memoria revolvió el pasado y le pregunté a Teresita. ¿Es la misma María, de la niña en Bretona, del escusado de hoyo y del susto que te dejó muda?

-¡Claro! Teresita comienza a recordar: -María, pronta a parir la otra muchachita decidió quedarse en San Baltasar de los Reyes, trabajando en casa de los dueños de La Frutería. Esta segunda niña, la bautizaron con el nombre de María del Valle. Al poco tiempo, María supo como volver a su casa, y yo, al mudarme a Cumaná, no supe más de ella. Como María del Valle se crió en San Baltasar de los Reyes, con esta familia de amigos, eventualmente me enteraba de los adelantos de la niña. Doña Ventura es de esas abuelas chiquitas, de cabellos como el algodón, vestía a María del Valle como una muñeca de pasta de los años cincuenta. Cuando la niña cumplió 18 años la llevó para la capital. María del Valle, siempre salía acompañada con doña Ventura, pero un día, la viejita, después de ver la novela de la tarde, la mandó al abasto de la esquina a comprar lo de siempre, para la cena. María del Valle, regresó al siguiente día. En el ínterin, Doña Ventura y su hija fueron a hablar con el portugués, para preguntar por ella. En efecto, la vieron conversando con el repartidor de Vinos de Oporto. Al día siguiente, en horas de la tarde, María del Valle tocó a la puerta del apartamento. Allí estaba con la ropa de muñeca estrujada, expeliendo un olor rancio, unos cuantos nudos en el cabello y más tartamuda que nunca. Doña Ventura solo atinó a balbucear ¿llegaste? Su hija y el esposo decidieron no preguntar mucho, ¿para qué? María del Valle, se recuperó, pero al mes comenzó a sentirse mal y la llevaron a la emergencia del Hospital Clínico en Caracas. Le informan lo sucedido en pocas palabras al doctor. Él, todo capcioso, pone en duda la historia y le pregunta en voz alta. ¿Cómo es posible, una sola noche y estás embarazada?. A lo que María del Valle le contestó: Será porque ese bárbaro, me lo hizo 14 veces. A su regreso a San Baltasar, doña Ventura se deshizo dando explicaciones a los vecinos por lo sucedido a María del Valle en la capital. A lo que, cuando me vino con el cuento, le recordé lo que mi compadre, Manuel Uzcatequi, el margariteño, decía: Hay hombres con suerte y mujeres con televisión.

Hasta la próxima historia

Sort:  

Hola, @antolinamartell. Con este problema de débil capacidad en RC (poco SP), no he podido mantener mi acostumbrada dinámica de comentarios. Ahora he podido entrar a tu post y disfrutar nuevamente de esta grata y pícara crónica de tu libro. Son personajes muy atractivos, con sus aventuras y desventuras tan propias de nuestros pueblos. Gracias por compartir. Saludos.

Yo también he tratado de ajustarme a las nuevas normas. Tus comentarios me alientan a seguir compartiendo el cuentacuentismo del cual fui receptora y aprendiz de esos antepasados ocurrentes y necesarios en la familia. Hacer estos cuentos de todos, se tornó un compromiso de vida.
Un abrazo querido @josemalavem.

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