Soy oriundo de Barquisimeto, una ciudad en el centro occidente de Venezuela, conocida por dos cosas principalmente: por ser la capital musical del país y por sus crepúsculos. Los atardeceres en Barquisimeto tienen un colorido único en la geografía venezolana, pero lo que los hace destacar realmente es su frecuencia. Casi a diario puede verse caer el sol entre tonalidades rosa, púrpura o naranja. Un verdadero espectáculo. Por eso fue inevitable pensar en mi ciudad cuando el cielo de Santiago se tiñó de sus colores una tarde. La fotografía que muestro no corresponde a mi país, sino a la capital chilena y aunque no es tan nítida como hubiese querido (limitaciones tecnológicas) es una muestra de que acá, más al Sur, el cielo también puede vestirse de colores llamativos al llegar la noche.