¿Quién soy? Soy el mundo

Yo soy un poquito de ti, un poquito de él, un poquito de mi país, un poquito de los libros que he leído, un poquito de lo que he escuchado y sobretodo un poquito de lo que pienso. Soy una combinación absoluta de todas mis vivencias. Si me definiera con exactitud esta sería la definición más confusa que jamás habrías leído.

Veras vengo de abuelos europeos que se aventuraron a ir a la hermosa Venezuela para lograr una mejor vida. Así que, desde mis raíces, italianas y alemanas, todo es un contraste. Mis abuelos italianos eran rocheleros, gritones, comelones y demasiado cariñosos. Por otra parte, aunque muy amados, mis abuelos alemanes eran estrictos, puntuales, refinados y con dos pies izquierdos. Crecí entre la rochela y el orden.

Creciendo yo era el contraste, aunque Venezuela tiene las mujeres más hermosas del mundo no tiene muchas catiras ojos azules, así que mientras mis amigos me llamaban “Europa del Este” porque decían que parecía más rusa que nada, yo me sentía más venezolana que una reina pepeada.

Con mi disfraz de rusa y mi corazón criollo fui creciendo entre ciudad, mar y selva. Mis padres para no dejarlos atrás son el contraste mayor de mi vida. Para mí el matrimonio de ellos fue un hechizo, algo sobrenatural porque no existe manera en la que estos dos seres se hayan enamorado y casado. Mi mama es hippie, literal, hoy en día vive en la gran sabana, abraza árboles y habla con todo lo que le parezca bonito. No puede ver una película de Disney sin llorar y no se le conoce miedo alguno. Al otro extremo tenemos a mi Papa, amante de la buena vida, de las mujeres, de vinos y comida, lógico y jodedor como el solo. Obviamente estos dos seres a los que amo con todo mi ser, no duraron mucho y se divorciaron cuando yo tenía un año. Mis vacaciones eran siempre entre la selva de la amazona donde vivía mi mama y el infinito mar de los roques donde mi papa pasaba su tiempo libre. Sin duda alguna fue la mejor manera de crecer. Me sentía libre, corría en ese paisaje sin límite, me montaba en los árboles, me lanzaba en los ríos, hacia castillos en la arena, nadaba como un pececito, veía los atardeceres mientras hacíamos parrillas, y me acostaba a ver el cielo donde siempre terminaba hablándole a las estrellas, como lo hago con ustedes ahorita.

Si creo haber tenido la niñez más divina del mundo y por supuesto, soy parte de esa selva, parte de ese mar, parte de mis atardeceres y mis diez mil estrellas. Seguí creciendo y seguí viviendo sin parar, como apurada por vivir, por conocer, por descubrir y absorber un poquito más de cada cosa. Eso es lo que soy, una esponja de amor que absorbe un poquito de todos y da amor. Y aunque definirnos nos limita me gusta mi definición.