Este sábado pasado me vi envuelto en una situación angustiante y terrible, que me hizo dar cuenta de lo dependiente que soy a la tecnología. Les cuento: Perdi mi celular y sentí que se me iba la vida...

Iba subiendo en autobús desde la ciudad de Valera hacia mi casa en La Puerta. El calor del día, la hora después del mediodía, y lo monótono del viaje me hicieron entrar en una modorra irresistible. Sin darme cuenta, me quedé dormido durante un buen rato.

Me despierto de pronto, miro a mi alrededor, desorientado, y me doy cuenta que ya casi llegábamos a mi parada, me levanto apurado y pido al chofer que se pare para bajarme. Aún adormilado, me bajo rápidamente del bús y sigo mi camino hasta la casa.

Fue como media hora después de llegar, lavarme la cara y comer, que me doy cuenta de algo terrible: mi celular no estaba en la mochila donde yo juraba que lo había puesto. La idea de tener que comprar otro celular, recuperar los datos guardados y enfrentar los peligros asociados a la pérdida me paralizaron.

En ese momento, sentí que la tierra se abría y me tragaba, que me moría. La angustia se apoderó de mí al pensar en todas las cosas importantes que tenía guardadas en mi celular: contraseñas de mis cuentas, los datos de los bancos y mucho más. Además, me invadió el temor de quedar incomunicado, pues no me sé de memoria los números de contacto de familiares y amigos.

Desesperado, (más de media hora después), corrí hasta la parada de la línea de buses en La Puerta. Allí, veo el autobús y fue mi primer respiro de tranquilidad, pregunté al chofer si había encontrado mi celular. Y para mi alivio, sin hacerme preguntas, el chofer me lo entregó. Di un suspiro de tranquilidad definitivo. Bendije al chofer y les di las gracias.

Resultó que la señora que iba a mi lado lo vio tirado en el piso debajo de mi asiento cuando le tocaba bajarse y se lo entregó al chofer. En ese momento, mi fe en la humanidad se restauró.

Agradecí a Dios por la honestidad de esa señora y su bondad. Sin embargo, también me di cuenta de lo dependiente y esclavo que soy de una máquina. Me sentí atrapado e incapaz de funcionar sin el celular, ¡Se imaginan!

Me prometí a mí mismo cambiar, liberarme de su esclavitud, vamos a ver si mantengo y cumplo mi propósito.