"Mi primera chaaaaaaamba"

_{Imagen diseñada en PowerPoint/ F/ F/ F}

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Estaba yo recién graduado y mandando el currículo para todos lados, cuando una profesora amiga me dijo que en el liceo donde ella trabajaba estaban solicitando un suplente para una docente que estaba de permiso porque acababa de dar a luz. "Eso no lo pagan tan rápido, me advirtió, pero puedes ir para que adquieras experiencia". Al otro día bien temprano fui entrevistado por los directivos de la institución y me aceptaron.

A la mañana siguiente, debía enfrentarme con el primer curso que me tocaba en el horario de mi primer trabajo más o menos formal como profesor. Durante una gran parte de la noche había estado preparando el tema que debía desarrollar y pensando, más que todo, en la mejor forma de tratar con aquellos jóvenes del séptimo año, quienes de acuerdo con las palabras de mi amiga y ahora colega, siempre trataban de formar un bochinche en clase.

Sin embargo, durante aquella primera hora de ese primer encuentro con los estudiantes todo transcurrió de maravillas. Esos muchachos estaban de más de tranquilos, sentados cada uno en su pupitre y concentrados profundamente en mis explicaciones. No hablaban y casi ni se movían. Ninguna de las preguntas que hacía mientras realizaba mi exposición la respondían y yo me limitaba a seguir hablando. Cualquier duda se las aclaro cuando realicen los ejercicios, pensaba en ese instante.

Fue cuando terminé de explicar el tema y pregunté si habían entendido, si necesitaban alguna aclaratoria, que habló al fin una muchacha con el pelo pintado de amarillo y una sortija rimbombante en cada dedo de su mano derecha: "Qué vamos a entender, profesor, -dijo con un acento entre sensual y desesperado- si cada vez que usted se voltea a escribir en la pizarra lo que dan ganas es de darles unas nalgaditas suaves, de tocárselas con cuidadito para que no se sobresalte, de acurrucarse detrás de usted"… Y en seguida gritó una voz masculina que ni siquiera vi de dónde venía: "Cierto, tichel, nosotros lo ayudamos a salir del closet, no se preocupe".

No pude decir nada, no me salió ni una palabra, me quedé consternado mirándolos a todos durante los minutos que pasaron antes de que el timbre anunciara el final de la clase. Siempre que pienso en ello, me convenzo de que ese silencio me salvó, en parte, de que la bochornosa situación se pusiera peor.

Al otro día, esta vez con un curso de octavo grado, la cuestión estuvo mucho más tensa. Encontré a un alumno colocando un clavo y polvillo del grafito de los lápices en la silla donde se sienta el profesor. A este sí lo enfrenté de inmediato y, tratando de intimidarlo, le hice saber que mandaría a buscar a su representante para mostrarle las cosas que hacía en el liceo. No contestó nada, simplemente se encogió de hombros y se fue. A la media hora, ya cuando estaba terminando la clase, se paró en la puerta del salón y me dijo que allí estaba su representante esperando para hablar conmigo.

Cuando me quedé solo en el aula, entró la madre del estudiante exhibiendo una sonrisa que no compaginaba con el caso. Era muy joven, tenía tatuajes en el cuello y en los dos brazos, un piercing en la nariz y otros tantos en las orejas, una blusa que no le cubría el ombligo y una licra casi transparente. Cuando habló cerca de mí me percaté de que tenía también un piercing en la lengua: "Proesssooor, dijo, cuál es la culebra con mi muchacho, yo lo mando para la escuela porque en la casa lo que quiere es andar agarrando mis hierros, las cosas con que yo trabajo y yo no quiero que desde ya se meta en esto"…

No pasa nada, le respondí, rogando terminar lo más pronto posible con aquella conversación. Dígale solamente que se porte bien para que no la estén llamando a usted… En cuanto la mujer se fue, también yo salí del liceo y no regresé más nunca.

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Invito a los amigos: @paholags, @rosiortega y @lirvic a participar en este desafío, moderado por @yonaikerurso.