La Amistad

Aún lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Había cumplido los 10 años de edad y apenas habían comenzado las vacaciones escolares de aquel lejano, en el tiempo, pero no mi memoria, año 1978.

No teníamos previsto viajar en aquella oportunidad, mi padre no podía tomar vacaciones en su trabajo, por lo que mi rutina diaria consistía en levantarme pasadas las 9 de la mañana, asearme, desayunar y alistarme para ir a la playa, la cual quedaba a pocos metros de mi casa.

En uno de esos días mientras me columpiaba, se acerca un niño, probablemente de mi misma edad, y me invita a jugar. Nunca lo había visto antes en el pueblo, tampoco asistía a mi escuela, por lo que intuí que tal vez, era hijo de alguno de trabajadores de la gran fábrica que se encontraba en las cercanías, donde viviría con sus padres y que estudiaría en la escuela construida especialmente para los hijos del personal que allí laboraba.

En efecto, con el tiempo mis sospechas se confirmarían: se llamaba Miguel y su padre era uno de los gerentes de la fábrica. Acostumbrábamos vernos en la playa en las primeras horas del día, donde construíamos castillos en la arena, bañarnos en el mar, jugar chapitas, antes de que los turistas y lugareños abarrotaran la playa. Luego en la tarde cada quien se dirigía a su casa con sus respectivas familias.

Así transcurrieron aquellas vacaciones, y poco antes de reincorporarnos a clases, me confiesa que su padre había sido reubicado en el extranjero por su empresa, una gran transnacional con presencia en todos los continentes, en otro país, por lo que estaban ultimando los detalles para la mudanza de la familia entera.

Pasaron las semanas, los meses, y yo aún me preguntaba que habría sido de Miguel. Pronto los meses darían paso a los años.

Al finalizar mis estudios de secundaria, me mudé a la capital para iniciar los estudios universitarios, y una vez culminados, y luego de haber conseguido un empleo, decido casarme con la chica de mis sueños, Ana para formar una familia y cumplir de manera fiel con el ciclo de la vida, o al menos, con lo que entonces, eran las expectativas de un joven profesional que recién se incorporaba al mercado laboral.

Un par de años después, llegaría a nuestras vidas Manuel, el primero de nuestros dos hijos. Posteriormente, el número de miembros de la familia se incrementaría con el nacimiento de Andrés, nuestro segundo hijo.

Como era de esperarse, las responsabilidades en el trabajo y en el hogar se acrecentaban, y las vacaciones familiares, dentro o fuera del país, era la oportunidad perfecta para que pudiésemos compartir mas allá del ajetreado día a día.

Pronto los años dieron paso a las décadas, y nuestros dos hijos inician sus estudios en la universidad, lo que, además de permitirme compartir con mi esposa más tiempo, como lo hacíamos de novios cuando aún nuestras vidas no se habían unido en matrimonio, también me permitió retomar viejos sueños y proyectos personales postergados.

En todo ese tiempo, pocas veces había tenido la oportunidad de pensar nuevamente en Miguel, pero el avance tecnológico y la llegada de las redes sociales, me facilitó el reencuentro virtual con algunos viejos amigos del pueblo y antiguos compañeros de estudio.

No pasarían muchos meses antes de que recibiera una invitación de amistad, una solicitud que había esperado por mucho tiempo: era Miguel, y aunque en su foto de perfil lucía algo avejentado, seguramente para otros también lo estoy, sin embargo, me alegré y acepté la invitación de manera inmediata.

Con las semanas tuvimos la oportunidad de ponernos al giorno sobre que había sido de nuestras vidas luego de aquellas vacaciones escolares de 1978.

El padre de Miguel fue reubicado en diferentes países de América Latina, Asia y finalmente, Europa, donde se retiraría de la empresa y la familia se estableció permanentemente. Miguel también asistió a la universidad, se casó tuvo un hijo, pero lamentablemente, una larga y penosa enfermedad acabó con la vida de su amada esposa.

En todo esos años, nunca regresado al país, y ahora que su único hijo había decidido hacer su propia vida fuera del radar de su padre, estaba considerando la posibilidad de tomarse algunos días para retornar, visitar viejos amigos, y regresar al pueblo, que había experimentado un gran cambio en todos estos años.

Tras más de cuatro décadas, llegó finalmente el tan ansiado reencuentro. Pudimos compartir algunos días en la capital, donde Ana y yo hicimos de guías turísticos, visitando aquellos lugares que Miguel vagamente recordaba o nunca había conocido. El fin de semana, nos dirigimos los tres al pueblo, y luego de manejar por poco más de dos horas, llegamos en horas de la tarde.

Mi amigo había enmudecido, no podía creer que alguna vez regresaría, y se sintió gratamente sorprendido por el crecimiento que observaba. Luego de cenar y festejar con algunas bebidas espirituosas, decidimos dirigirnos al hotel para descansar, después de todo, habían sido días intensos.

A la mañana siguiente, luego de desayunar, nos dirigimos a la playa donde muchos años atrás, nos habíamos conocido siendo aún niños. Luego de recorrerla por una media hora, encontramos un columpio similar a aquel con el jugábamos, aunque evidentemente más moderno y en mejores condiciones, y evidentemente, cedimos a la tentación de montarnos en él y columpiarnos como niños, aunque ambos nos encontrábamos en el quinto piso de nuestras vidas. Ana sacó su teléfono celular y no perdió la oportunidad de inmortalizar en una imagen con el mar matutino de fondo, esta estampa, donde dos adultos juegan a ser niños nuevamente, y es precisamente la fotografía que encabeza esta publicación.

Esta es mi participación para el concurso Nuevo Concurso "Una Imagen, Una Historia". Esta es una iniciativa de @franyeligonzalez. Aquí les dejo las bases del concurso Enlace.

Invito a @sacra97 y a @lanegra2804 a participar

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