Fuego. Fuego y horror.

Los noticieros mostraban, dispersos sobre un campo de cultivo, los restos de un Boeing 747 que despegó dos horas antes del aeropuerto que Robin Larkin consideraba su templo.

Mientras veía los reportes del siniestro, Robin conversaba por WhatsApp con Sergio Ilabaca, uno de los agentes encargados de dirigir a los miembros del grupo de investigación. Ilabaca no debía estar compartiendo datos sobre el caso, pero él sabía que podía confiar en su amiga y que ésta no pondría en peligro su privilegiada posición en la agencia.

Ilabaca revisaba los reportes de sus hombres y le enviaba a su interlocutora fotos de las evidencias. Por un lado, Robin se sintió satisfecha porque sus sospechas acerca de la causa del accidente resultaron ser ciertas, pero por el otro, lamentaba tener razón.

Desde hacía meses, ella había estado notando que muchos aviones, al poco tiempo de haber dejado atrás el suelo, se veían obligados a regresar al aeropuerto a causa de desperfectos en algún área. Esto ya había ocurrido varias veces y un siniestro como el que mostraban en las noticias se convertía en sorpresa para todos... Todos menos ella.

A la hora de diseñar una aeronave o una serie de ellas, los ingenieros deben especificar qué tipo de componentes fueron elegidos para esa misma serie por lo que, cambiarlos sin considerar los pros y contras ni avisar a los demás ingenieros, allana el terreno para los desastres.

Las fotos y mensajes de Sergio llenaban su pantalla. La causa del accidente en esa ocasión fueron los tornillos. Los encargados de reparar y montar las piezas de nuevo no colocaron los tornillos correctos. Para más INRI, los cables del sistema eléctrico de la aeronave habían hecho cortocircuito lo cual explicaba el incendio en la zona de segunda clase.

Robin eliminaba los mensajes después de haberlos leído como una maníaca -que en el fondo, eso era- y llegaba a conclusiones fatalistas que le enervaban y le hacían sentir desprecio hacia los responsables de los vuelos cancelados y de las muertes innecesarias que plagaban los canales de noticias.

Sabía que tenía que hacer algo. Estaba asustada por dos razones diferentes. La solución que se le ocurrió -y deseaba tener una mejor idea que esa- podría funcionar, pero sentía que se la estaba jugando demasiado.

Aquí están los enlaces donde pueden leer los capítulos anteriores:

Sílfide: Templo

Sílfide: Fata Morgana

Sílfide: literatura

Sílfide: percepción