Maíta siempre fue una mujer de memoria extraordinaria. No olvidaba los cumpleaños ni los números de teléfono; si conocía a alguien le preguntaba los apellidos; y al cabo de media hora ya estaba mencionando a los abuelos y tatarabuelo del fulano conocido. Ni qué decir de los chismes; en eso mamá era impecable, todo con lujo de detalle lo contaba; y uno se abismaba ante la emoción que mamá le imprimía a los relatos en cuestión.

Pero cuando mamá cumplió setenta se levantó con la mirada perdida. Le pusimos las mañanitas de Vicente Fernández y preguntó con la voz apagada: ¿Qué se celebra hoy?

-¡Ahora, maíta!, le respondí, ¡tu cumpleaños!

-¿Yo cumplo año hoy?

-Claro, maíta, cumples setenta.

-Ah, caramba, me estoy poniendo vieja; y hasta estoy trascordá.

-Eso se lo dejamos pasar, pero después maíta se perdía cuando iba a la bodega, y no sabía decir a dónde había ido.

Yo soy mecánico, carpintero y albañil; y un día perdí una punta de dremel. En la casa, estábamos maíta y yo, así que aún consciente de que la memoria le estaba fallando, le pregunté si había visto un objeto de hierro con el que yo pulía la madera. Ella me dijo que no, que ella todo lo que encontraba de hierro lo ponía en la caja de herramientas. Ese día no pude trabajar, y tuve que pedir una punta de dremel prestada.

A los meses le dije a maíta que la iba a ayudar a limpiar su cuarto, y vi la punta del dremel puesta sobre una tapa de compota, en su mesita de noche.

-Maíta, ¿qué es esto? –le pregunté.

-¿Qué, mijo?

-Esto, maíta; dime ¿qué es esto? pregunté con tono de reproche, enseñándole la punta del dremel sobre la tapa de compota.

Ella abrió los ojos como antes, y me respondió:

-Ay, mijo, esto es una “regorgalla” que un muchacho llamado Leonardo Jiménez puso en Steemit para que uno adivinara qué era; entonces, yo lo guardé en el cuarto como algo valioso; y ahora tú me dices que es la punta de tu dremel; y yo estoy confundida. Vamos a ver quién de los tres está loco: ¿tú, Leonardo o yo?

Me la quedé mirando, confundido, pero feliz, porque la vi de nuevo sonreír con lucidez juvenil.

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