Desde niña, Ela había padecido uno de los males de esta época: se aburría rápidamente. Mientras que las otras niñas jugaban a la cuerda, con las muñecas o con la pelota, Ela se quedaba en un rincón, suspirando por su prematuro aburrimiento:

_¡Estoy muy aburrida! -decía Ela bostezando.
_¿¡Pero cómo vas a aburriste si eres un niña!? -preguntaba la madre sorprendida.

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En la escuela tampoco era diferente. Ela se aburría en las clases de matemáticas y con los cuentos en literatura:

_¡Presta atención, Ela! -pedían los maestros, pero Ela permanecía desentendida. Debido a esto, los padres la llevaron a especialistas y médicos que diagnosticaron que Ela era una niña con mucho talento y con una inteligencia superior al resto. Fue así que que todos aceptaron el aburrimiento de Ela como una marca de superioridad y sabiduría.

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Y así pasaron los años y Ela era la mujer que se aburría por todo y de todo. Se aburría de los novios, de las comidas y del trabajo:

_¡Ese hombre me aburre mucho! -decía y despachaba el pretendiente sin razón alguna.

Pero cierto día, Ela se pintó la uñas y encontró en aquel acto un placer jamás vivido. Luego de sus uñas, pintó las de otras, y otras y así, empezó a pintar uñas sin parar y sin mostrar aburrimiento. Fue así que descubrieron que, más que ser un ser inteligente o superior a los demás, lo que le había ocurrido a Ela era que no había descubierto algo que la apasionara realmente y que por eso se aburría tanto.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS