Como ya he contado muchas veces, me dedico (entre otras labores) a la costura. En mi taller he recibido gran variedad de pedidos. Desde sencillas reparaciones como hacer un ruedito a un pantalón hasta confecciones muy delicadas como vestidos de quinceañeras.

Gracias a mi experiencia de años, según la persona a quien esté atendiendo, me doy la libertad de darle algún consejo acerca de lo que me encargan. Por ejemplo, en una ocasión, le recomendé a una señora que estaba muy pasada de peso que no usara una tela de rayas horizontales pues no le favorecería, sino que podría resaltar de manera negativa las curvas de su cuerpo. Y ella agradeció el consejo y, como ya había comprado la tela – y eso no se puede devolver ni cambiar – le dio otro fin y luego me llevó otro corte de tela para el trabajo que inicialmente deseaba.

Sin embargo, no siempre estoy pendiente de decir las cosas con tacto pues, desde mi punto de vista, no es nada malo y voy y lo suelto sin medirme.

Una vez, una jovencita con quien tenía confianza y una naciente amistad pues ya me había encargado varios trabajos de costura, me llevó un corte de tela para que le hiciera una blusa y me llevó de modelo una vieja blusa que, como era su preferida y la tela ya estaba muy gastada, quería ir preparando un reemplazo idéntico al modelo.

Yo hice lo que ella me pidió con aquel corte de tela y, días después, cuando la muchacha fue a retirar el trabajo, le mostré la blusa. Ella se la probó y yo, al oír de sus labios que había quedado como ella quería, sonreí orgullosa.

La joven se cambió de blusa, me devolvió la nueva y yo la metí en una bolsita y se la entregué.

Cuando ya había pagado el trabajo y estaba por irse, la muchacha me pidió la blusa que me dio para que copiara el modelo. Y ahí abrí mi bocota y le dije: “¿No la ibas a reemplazar con la nueva? Yo casi la eché a la basura porque esa blusa está feísima y no aguanta ni una lavada más.”

La sonrisa que había adornado la cara de la muchacha desapareció de golpe. Yo busqué la blusa modelo y se la entregué sin mirarla.

Mi hija, quien estaba conmigo pues siempre me acompañaba en el taller, negaba con la cabeza mientras me miraba con desaprobación. “Es su blusa favorita, mamá. ¿No lo dijo bastante?” Me dijo tan pronto quedamos a solas.

De eso hace más de dos años y la muchacha no ha vuelto por mi taller.