Recuerdo aquella madrugada cómo si fuera ayer. El frío amenazaba con comerse mis huesos mientras esperaba el bus que me llevaría al trabajo. Tenía que levantarme muy temprano para poder llegar a tiempo, porque la empresa embaladora quedaba a dos horas de mi casa.

Apareciste tú, como bajando del cielo con un delicioso y aún humeante cafecito negro. Vivías en el edificio que daba cobijo a la parada del bus y no era la primera vez que me veías esperar. Como agradezco tu valentía de bajar y regalarme el primero de los mejores cafés de mi vida.

En que hermosa rutina nos convertimos, aquel esperar del bus se volvió tan placentero que esperaba el alba tan solo para poder vernos. Los días escurrían sus largas horas con lentitud de gotero, pero aquellos minutos en la parada de bus pasaban tan veloces que parecía que nos saludaban corriendo y nos tocaba saborear cada instante con intensidad para no sentir que había sido un sueño.

Nos mudamos juntos para llenar de amor tu apartamento, teníamos la sensación de que había que ganarle al tiempo. Y en parte le ganamos porque fueron muchos los momentos en que disfrutamos y volamos tomados de la mano absorbiendo cada detalle de nuestros cuerpos.

Nuestro ritual no desapareció. Cada mañana saboreábamos el placer de conversar, acompañados de ese delicioso café con aroma de canela que tanto me hacía soñar. Ese rato acompañado al compás de tus palabras, me hacían sentir que en el mundo todo era perfecto, que estaba hecho para nosotros y que nada nos podría separar.

Pero no contábamos con el tiempo, ese que de igual forma nos ganó y con su apurado paso nos hizo saber que ya era hora de separarnos.

Nos conocimos tarde, eso parece. Pero ¡disfrutamos tanto! No importaron los años que ya habíamos quemado, no importó con quién pasamos nuestra juventud, tan solo importaba el habernos encontrado con el corazón aún vivo y esperanzado.

Tú tenías 60 y yo 72 años y aun así le ganamos algo al tiempo para amarnos. Te has marchado primero y me he quedado buscando en el sabor del café tu aroma acanelado. Nuestro hermoso ritual no ha terminado, te converso cada mañana con un café aliñado, y te preparo tu taza como te gusta, incluso con galletitas al lado. Te extraño mi adorada, no imaginas cuánto lo hago.