Alternaba mi vista con desaire entre la taza de té y el paisaje, como buscando esconderme en alguno de los dos—siempre ilusa, cuando a mis oídos llegó el retumbe de la voz del inspector neozelandés que, en fino español me dijo:

—Señorita Carvajal, esta pequeña caja de madera fue todo lo que se pudo rescatar, lo siento. Adentro hay algo que quizás le pueda ser valioso—declaró serio el inspector.

—Gracias, señor. Lo estimo mucho—repuse sin demasiadas fuerzas.

Enseguida, todo el equipo de investigación se marchó y quedé sola en el sitio, o no tan sola.. de alguna forma sentía un tibio regocijo, a pesar de la fría brisa que soplaba. El alma de mi madre me acompañaba. Lloré como jamás lo había hecho, y mientras empezaba a bajar por una ladera cercana donde yacía la cabañita—ahora quemada—de mi madre, callé los últimos sollozos y entoné suavemente una canción que ella solía recitar cuando yo era niña, como intentando sentirme conectada a ella. Unos metros más adelante divisé un tronco cortado próximo al lago, muy desligado de la armonía del Parque Nacional Aoraki, pero acorde a mi incómoda situación. Allí me senté. Después de varios intentos para abrir la caja y no poder, me frustré y la lancé contra el suelo: se hizo añicos. Al cabo de unos segundos, vi, según dos de mis ojos—usaba lentes por miopía—un papelillo en la tierra. Lo tomé entre mis manos temblorosas. Era de tonalidad amarillenta, y al menos más de la mitad del papel estaba en mal estado por haberse mojado alguna vez. Sin embargo, en la parte seca se distinguía algo así:

27 de diciembre de 2005

Otro día, eh, otro día que no rompo ritmo. Mi vida ha pasado de ser un bolero a un ball pla. Suelo equivocarme mucho, y no sé que me ha hecho pensar que dejar la formación de mi chiquilla allá en Castilla a otra persona mientras hago de nómada por el mundo debía de ser distinto. Tal vez deba volver con ella el año que viene. Mejor no. Seguro madura a grandes pasos, y ya no creo serle útil. Pero, eso sí, yendo de aquí para allá, he concluído que uno no siente tan cerca la casa, sino cuando se está muy lejos.

Allí recordé a mi también difunto padre: “los seres humanos somos seres extraños".