Concurso de cuentos #fotocuento - Semana 9: La imagen de mi.

Esa tarde lluviosa, tenía ganas de llorar. Se sentía como un adolescente, cuando un domingo después del parque sabía que solo le espera el lunes de clases. La diferencia estaba que ahora tenía veinte años más, y ya no le aguardaban en casa, ni sus padres y hermanos para las travesuras, el hogar se había desintegrado con la muerte de sus progenitores, en un accidente cinco años atrás.

Con el tiempo había obtenido algunas claves para interpretar sus continuas congojas. Gabriel no huía de sus tristezas, ni se deleitaba de ellas. Las investigaba, razonaba sus raíces, y cuando llegaba a la base se disolvían. Inclusive en ocasiones se invertían, transfigurándose en alegría, ganas de luchar y de seguir viviendo.

Pero esa tarde no aparecía ningún ancla por donde comenzar. Transitó interiormente los últimos días, más no pasaba nada. Estaba en una buena etapa de creación como escritor y sus libros se valorizaban muy bien en las librerías. Su relación con Laura, su compañera de los últimos meses, avanzaba en positivo. Entonces, ¿por qué esa sensación de monotonía, de inutilidad total?. Dejó deslizar su mirada distraídamente por la avenida, estaba dentro de su automóvil. Estaba solo en su antiguo Fiat, en esa calle otoñal, de donde divisaba aquellos tres arboles desnudos.

Observó por el retrovisor el VMW acercarse velozmente hacia él. Encendió los faros para llamar la atención. Comenzó a llover como si se rompieran los cielos; sintió el golpe que apagó el motor, y ya resignado a su suerte, se aferró al volante.

Abrió los ojos, luego del impacto, alguien se movía fuera de su vehículo. Una mano golpeaba su parabrisas y un rostro conocido gesticulaba. Intentó bajar el vidrio de la puerta y la manija se obstruyó. Se exasperó tocando los botones y palancas; nada sucedía. Quiso destrozar el parabrisas y el cristal se resistía. ¡Su carro se había transformado en un ataúd de latón y vidrios indestructibles!

Antes de perder el sentido por la falta de oxígeno miró nuevamente el rostro del otro lado del parabrisas... era él mismo, con una paz anhelada; le escucho decir:
-No es tiempo, te necesito, no continúes muerto en vida, supérate a ti mismo.
Y despertó mojado por el sudor o la lluvia. En su cama. Se levantó, fue a bañarse, se cambió, y marchó a su escritorio a continuar el libro que tenía iniciado.

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