Alumbrando la oscuridad con la luz interior

“Lo tenés todo, pero no has aprendido a meditar, entonces no tenés nada”, me dijo este extraño ser de otro planeta. Hablamos de todo y de nada, de los rusos, de los gringos y de los chinos. De la dictadura, de la violencia y del cambio climático. Luego percibió mi nerviosismo. “¿Por qué tenés el corazón acelerado?”. Le dije que me causaba desconfianza y cierto temor todo su conocimiento. Era realmente alucinante. Me dijo que como ella, había muchos otros y que estaban regados por todo el planeta. Le pedí que me disculpara, que últimamente los humanos me generan reconcomio. Se sonrió. “Lo sé, porque puedo leer tus pensamientos, pero no, no soy humana. Y tampoco deberías sentir miedo.”. Me dijo que miraba en mis ojos buena estrella. Ya me lo dijeron antes, le dije. Se volvió a sonreír. “Pero te falta algo”. ¿Y qué es? Pregunté exaltada pero sin esperar una respuesta coherente. Por lo general, la gente siempre tiene una receta para resolver la vida de los demás sin aplicarla ellos mismos. Sobre todo Occidente con su idiota superioridad moral. Los hombres y su paternalismo diciéndote qué hacer y qué no deberías hacer. Tus amigos culpándote de todo lo que te pasa. Pero ella no parecía ninguno de esos trillados personajes. “Te falta aprender a meditar”, me dijo con unos ojos de amor fraternal. “Una vez que aprendés a observarte, comenzás a protegerte de verdad. Meditar es alimento para el alma. Un cuerpo y un alma bien nutridos jamás podrán ser heridos”. Mi pulso se normalizó. Seguimos hablando de su origen. Me tranquilicé. Le di las gracias. En el poco rato de vida he aprendido a valorar los pequeños regalos. Quedamos de ir platicar otro día, con más calma. Había tanto qué contar. Al llegar el taxi me despedí, la abracé, le dije que volvería. “Feliz cumpleaños”, me dijo. “Es un nuevo nacimiento, no volverán a hacerte daño”, bosquejó a lo lejos. Me desperté con una sonrisa. Algún ser mágico vino de lejos a dejarme ese regalo hace un mes. Todavía lo recuerdo exacto, como si hubiera pasado realmente.
Desde entonces llevo averiguando qué es eso de la meditación. Y mi primer descubrimiento fue que la mayoría de los que se sienten iluminados e iluminadas por “meditar”, los que se refugian en una burbuja de prepotencia y egoísmo, andan más perdidos que los halcones gringos -ahora y siempre-, tratando de invadir Venezuela. La frase de “todo es lindo y maravilloso” y el “flowerpower” de algunos se resume en: “soy mejor persona porque soy vegana, adicta al yoga y a la ayahuasca y medito todos los días”. Y cuidado, porque en la trampa caemos todxs. Esa práctica, que en vez de encerrar debería liberar, nos va alejando unos con otres. He escuchado las perores palabras de odio de personas que se sienten “ungidos por Dios”. He visto el clasismo y racismo de los gurús de la New Age. La negligencia de los nuevos chamanes y “brujas modernas” que repiten conceptos a personas vulnerables y las empeoran. Y para rematar, tenemos las mismas mañas viciosas de las religiones. Es un despelote. Un desorden que asquea pero que es necesario desentrañar. ¿Por qué? Pues porque habitamos la misma nave. Y ahí afuera la noche se pone más oscura. Es preciso alumbrar.
No digo que nacemos aprendidos, aunque de alguna manera es así. Tengo la certeza que toda la sabiduría del universo se condensa en la memoria genética de nuestro ADN, pero así como cuando bebés, necesitamos a lo largo de la vida de maestros y maestras. Es decir, los viejos y los niños. Todos, sin excepción, tienen algo que enseñarte. No quiero considerarlo “bueno” o “malo”. Lo que nos encasilla nos limita. Simplemente nos enseñan a vivir y cuando sea el momento, nos enseñan también a morir. De lo viejo, conservar lo mejor. A lo nuevo, entregar lo mejor.
No importa en qué rueda del zodiaco te encontrés. Si no has aprendido a meditar no has aprendido a vivir. Y espero no busqués el secreto en Google, Youtube y mucho menos aquí. La fórmula la crea cada quien. Ahí radica nuestra divinidad. Ahí merito está la diosa y el dios que llevamos dentro. Por eso me río y también lloro cuando intentamos imponer nuestros paradigmas a los demás. En cambio, sí podemos transmitir herramientas que han funcionado. Y no busquemos más razones para hacerlo. Afuera se cocina la tormenta perfecta, adentro, Huiracocha nos susurra cosas que no entendemos. Ya no entendimos. Pero siempre nos manda regalos para comprender un poquito mejor esta inmensa obra de arte abstracto. El barrio es una jungla cada vez más letal. Vivir en este lugar del distrito en pleno génesis del estallido, no está tan florido que se diga. Los zombies siguen en las aceras, echando espuma por la boca. Los vampiros sedientos de energía fresca. Nos ganan la partida, sí. Los que cuentan mentiras sobre la muerte. Los que nos ocultan verdades de la vida. Nos llevan ventaja porque se están llevando lo más puro que tenemos. Violación. Muerte. Suicidio. Los monstruos centran su mirada en las luces más limpias… o en las más sucias. A las primera las necesita para vivir y a las segundas para llegar a las primeras. Ellos son fuertes, más no lo controlan todo. No controlan nada a través del miedo. Nunca serán legítimos. Así quede amarrado a un árbol el último indígena en nuestra tierra. Pero hay días, hay semanas que son el remolino del toilet. Los frijoles rancios. La leche cortada. La oscuridad ganando y ganando a pura muerte y sangre. Los medios ejerciendo el sicariato mediático. La paranoia en sus rostros. Le desolación, madre mía. ¿Qué hacer ante tanta oscuridad? No les diría que tomar un fusil y empezar a matar colonos. La historia ya nos demostró cientos de veces que eso jamás funcionó. Hay algo que ellos no lograron dominar todavía: nuestra luz interior. Y las que quedan, que no son pocas, siguen alumbrando caminos.
La meditación tiene senderos infinitos pero el destino es el mismo: llegar a la esencia de tu ser. La respiración y la observación (interna) son las bases, pero para llegar a casa hay que atravesar también las sombras. La oscuridad al alrededor también se proyecta dentro. Y esas batallas son personales pero también son colectivas. Lejos de tratar de imponer una verdad, deseo que cada quien haga su propia búsqueda, porque estoy segura que la encontrará. Así como el regalo que me dejó aquel ser estelar el día de mi cumpleaños. Todavía no entendí nada de la vida pero hoy tengo una certeza: a la oscuridad se le mira de frente, con la lámpara encendida. Sólo así no podrá alcanzarnos. Sólo así podremos sobrevivir al futuro sombrío.
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