4 Gaticos

in #equipocardumen6 years ago (edited)

4 Gaticos

Saludos, querida gente de Steemit. No estoy seguro cómo catalogar el texto que están a punto de leer. Está basado en hechos reales, sólo que me atreví darle un tono ficcional y enmarcarlo dentro de algunos problemas que han estado sucediendo en Venezuela. El incidente me había estado atormentando por un tiempo, así que decidí exteriorizarlo, dejarlo ir. Espero puedan compartir sus impresiones.

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Cuando di vuelta en la asquerosa esquina ya era más de medio día. Me moría de hambre. El olor de la laguna de cloacas desbordadas a lo largo de la avenida no ayudaba. Tampoco ayudaba la basura recién apilada en el poste—regada por todos lados por los carroñeros que parecían multiplicarse a la misma velocidad que se acumulaba la basura y que ocupaban tanto espacio en las calles como esta—o el lodo, o los gatitos recién nacidos maullando, desesperadamente buscando salvación en medio de las pilas del mierdoso charco. Parecían grandes gusanos peludos arrastrándose fuera de una sartén, sólo para caer en la candela. Sin embargo, lo hacían con una desesperación tan instintiva que casi podía sentir que estaban seguros que de pasar la pila de basura alrededor del poste podían inclinar la balanza a su favor. Mi primer impulso fue recogerlos y moverlos a una esquina sombreada, un lugar donde alguien pudiera llevárselos y salvarlos antes que el sol los abrasara. Rescatarlos yo mismo no era una opción. Habíamos fallado miserablemente con los cachorritos del taller de en frente hacía algunos meses. Toda la camada, incluyendo la madre, había muerto. Habíamos estado pensando incluso en deshacernos de Brandy, April, y Chiquitín. No soportaba verlos morir de hambre. “El arte de perder no es difícil de dominar” , después de todo.

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El sonido de la llave abriendo la reja me sacó de ese pensamiento. La familia ya estaba en la mesa. Dejé caer el moral en el mueble de mimbre al lado de la silla del comedor, fui a la cocina a lavarme las manos y me senté a comer. Casi riendo intercambiaron miradas cómplices. Nunca me había sentado a comer sin cambiarme y darme una ducha. Como siempre, hicieron los mejor por animarme, aún sin saber que me incomodaba. Me sentí afortunado, y sin embargo culpable e ingrato. Se había vuelto cada vez más difícil devolver los favores. Pero ellas sabían cómo convertir una pérdida en ganancia, con el mismo estoicismo con el que se habían acostumbrado a comidas magras y sólo agua en la mesa.

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En la tarde había planeado visitar a mis hijas. Ya era tarde, no había tiempo para reposar la comida. No las había visto por un tiempo. Ningún mensaje o llamada. Un obstáculo tras otro. El transporte había sido la gota que derramó el vaso. Me detuve en un cyber primero. Ya teníamos más de un año sin internet en casa. “La plataforma se cayó”, los de atención al cliente automáticamente respondieron cada una de las 12 veces que llamamos. Debe haber sido una caída libre y esa plataforma debía estar llegando al mismísimo infierno ya, pensé. Revisar correo e investigar en lugares públicos por media hora a la vez es humillante, pero nos acostumbramos a las vainas más insólitas.

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Compré unos platanitos para mis hijas, luego pasé por los carretilleros para comprar algo de fruta. Ellas siempre me preguntan que les compré, nunca cómo me las arreglé para llegar allá y llevar algo. Lo que tenía me alcanzó para cuatro mandarinas. Noté que la señora de los besos no estaba, por cuarto día consecutivo. Primera vez en años. Cada día se me hacía más difícil comprarlos pero eran tan sabrosos. Se habían convertido en el único gusto que podía darme. De seguro los rumores eran ciertos (ahora tampoco se conseguía papelón; el coco y la harina estaban demasiado caros también). Ni idea. No había podido ir al mercado dese hacía mucho.

El único bus que pude tomar me dejaría a 1 km de la casa de mis hijas, pero últimamente no puede uno ponerse muy exigente. Me bajé en la entrada de la vía. Me disponía a caminar todo el trayecto cuando me tropecé con Fran. Estaba cambiando un caucho: 150 millones, usado; una ganga. Había vendido la picó azul, por eso no lo reconocí. Un carro pequeño era menos dolor de cabeza. No nos vemos muy a menudo ahora. Hasta eso se ha vuelto complicado. ¿Cómo reunirse con viejos amigos o hermanos cuando no puedes costearte ni unos pasapalos, que decir los palos? Esperé pacientemente que terminara su vaina. Me abrazó la nostalgia de nuestro pueblo natal. Esta cauchera me recordaba al taller del Señor Meteau. Se aprendía de todo un poco en ese taller. Yo sólo lavé carros por un tiempo cuando estaba en el liceo. No tenía madera para la mecánica; no toleraba la grasa, los chistes malos ni el tedio de los días flojos. Sin embargo, viéndolo bien, ese taller era un paraíso. Todo alrededor de nuestras vidas lo era entonces. Por lo menos teníamos la certeza de encontrar comida de sobra en la cocina a cualquier hora que llegáramos a casa. Podíamos freír las arepas que sobraban del almuerzo o de la cena y comerlas con mantequilla y mayonesa mientras veíamos televisión hasta el cierre de las transmisiones a la media noche. No existía el cable. Podíamos llevar visitas y no pasar pena. Las chucherías estaban garantizadas; hasta recibíamos ñapas en las bodegas: una fruta, un caramelo o hasta un puñado de leche en polvo como bono por nuestras compras.

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Fran me dio la cola hasta la casa de mis hijas. Hablamos en el camino de los bajos instintos que las familias estaban desarrollando desde que empezó la dieta de Maduro. Las actitudes más despreciables se exhibían en todo momento. El egoísmo era rey. Sobrevivencia del más apto. Como diría mi madre, “es el tiempo en que mono no carga a su hijo, y si lo carga es por un ratico”.

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Nos despedimos con el acostumbrado “vamos a cuadrar algo; tenemos que reunirnos un día de estos”. Sabía que no lo haríamos. Las relaciones se habían vuelto meras coincidencias y necesidad.

Llegué a la casa, la reja estaba entreabierta. Toqué la puerta varias veces, las llamé. Nada. Caminé alrededor de la casa. Toqué la ventana del cuarto. Nada. Podía escuchar el televisor encendido y el aire acondicionado. Deben estar durmiendo, pensé. Dejé una nota bajo la puerta y me regresé a la parada. Mientras caminaba me comí una de las mandarinas. Le envié un texto a la mamá para asegurarme que estaban en casa. Ella estaba segura que estaban en casa. Cuando llegué a la parada venía un autobus. Quién sabe cuándo pasaría el próximo. Me subí.

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Busqué en mi morral algo que leer. Tenía una copia de El camino de los muertos de Achebe. Me pareció irónico, casi profético. Me hizo recordar El invitado de Camus. ¿Qué tanto sentido tiene la vida? ¿Cuánto de nuestras buenas acciones impactan a la gente a nuestro alrededor? ¿Cuánta justicia recibimos? ¿Quién define lo que es justo o bueno?

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Me bajé en la parada del Elevado. Me arriesgué a esperar otro bus. Me descubrí comiéndome la bolsa de platanitos que había comprador para mis hijas. Después de un rato bajo el todavía incandescente sol de las 4 pm decidí caminar toda la avenida hasta la casa. Crucé a la derecha en el puesto de comida rápida. Otro negocio emblemático que se había ido a la quiebra. Mientras caminaba las 4 últimas cuadras pensé en ellas; en las muchas cosas que pudieron haber pasado. ¿Estarían bien? ¿Qué tal si había algún visitante indeseado? ¿Por qué se les hacía tan difícil comunicarse conmigo? Era llover sobre mojado.

Llegué a esquina asquerosa; no pude evitar mirar. Los gaticos estaban muertos. Sus boquitas abiertas, congeladas en un grito de auxilio que nadie escuchó. Sentí un coñazo en el estomago. Le menté la madre al que los abandonó; a su existencia libre de culpa; su indiferencia por la vida. Luego me maldije por no haber hecho algo temprano. ¿Era justo? Me decidí por maldecir al puto gobierno por habernos convertido, lento pero seguro, en bestias sin corazón. Luego me maldije más por permitírselo.

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Mi hijastra estaba en la puerta. Me miró cándidamente. “¿Estás triste porque no te has bañado todavía?” preguntó. Mi teléfono sonó. Era mi ex-esposa.



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Gracias por tu lectura. Tus comentarios siempre son bienvenidos.

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Ay caramba, este relato me arrugo el corazón... muy bueno, muy sincero. No pude evitar identificarme con cada paso que ibas dando desde el inicio del trayecto a casa de tus hijas, mirando alrededor como todo va desapareciendo hasta la vuelta a casa. Eso que comentas de como la crisis, la dieta de Maduro ha sacado lo peor de muchos es cierto, a veces me aterra pensar que somos como náufragos, o que sutilmente nos comparaste y te comparaste con esos gaticos en medio de tanta cosa sucia.
Solo te digo que ánimo y no perdamos la fe, en tiempos como estos aferremonos a la esperanza de que llegarán días mejores, te lo digo así porque así me nace decírtelo. Un gusto haberte encontrado por aquí ;-)

Hola, @inspiration
Disculpa que me hay tomado tanto tiempo en responder. Tuve que desconectarme un tanto.
Seguimos en la lucha.
Me dio mucho gusto conocerte tambièn. Nos seguiremos leyendo

En este relato hay una mezcla de sentimientos tan palpables que sentí vértigo al leerlo. Y sí, en este país reina una peste tan severa que ha sacado a relucir lo peor de nosotros, nuestras miserias humanas afloran sin poderlo evitar. Esto es terrible. No nos reconocemos.

Gracias por tu lectura y comentario, amiga. Cada día se ha convertido en una batallas interna.

Bueno...es un relato que retrata un día, quizás, como cualquier día que puede tener un Venezolano. Yo creo que lo más importante es no perder de vista nuestra identidad de "personas-seres humanos" con la que nacemos.
Saludos, @hlezama.

Gracias por tu aporte, @sandracabrera. Efectivamente, ese es el reto. Pareciera que en las muy buenas y en las muy malas enfrentamos el peligro a caer víctima de las tentaciones de ambos extremos.
La lucha por la preservación de lo que nos hace humanos es diaria, pero como diría el otro, asimétrica.

Me gusta un libro de Carl Rogers, "El proceso de convertirse en persona", para la ley y para la filosofía somos personas desde que nacemos, algunos plantean que lo somos desde el vientre materno. Rogers plantea que nos convertimos en persona a través de un largo y complicado proceso en el que se socializa y humaniza al animal que somos inicialmente.Este retroceso de país que vivimos desde hace veinte años nos está primitivizando. Tu post lo ilustra muy claramente.Espero que no estemos cerca de tener que luchar por el fuego como ahora lo hacemos por una perrera o por una harina pan.Hay que decirlo,@hlezama, hay que denunciarlo y hay que resistir no podemos acostumbrarnos a volver a la edad de piedra.

Muy acertado tu comentario, @ramonochoag. No conocía ese texto de Rogers. Suena interesante y comparto la premisa. Creo que nos hacemos...humanos, padres, educadores, amigos. Todo se aprende y también se desaprende.
Supongo que aún estamos a tiempo de revertir todo esto, pero creo que es la minoría quien cuenta con herramientas para resistir mejor.
La esquina de la Mariño cruce con Blanco Fombona (Unicasa/CumanaPlaza) se ha convertido para mí en el epicentro del primitivismo por venir.
Los dueños de esa casa de esquina, del compositor cumanés cuyos kalipsos muchos de los que le estan arruinando su casa bailan en carnaval, han hecho de todo (de palabra, con carteles) para persuadir a la multitud que pernocta ahí que ese es su frente, que esa es su casa, que deben respetar la entrada, que no deben amanecer ahí, o jugar cartas, o beber, u orinarse, o romper la cerca, o botar basura, o gritar obsenidades.
Llegaron al extremo de embadurnar la cerca con grasa. Nada ha dado resultado. Las autoridades se desentienden y sólo han recibido amenazas.
Una de mis estudiantes vive ahí. Le sugerí que probara cambiando la grasa por mierda. Just a thought.

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