Madrugada / Early morning

Cariño, qué desorden, mira cómo tienes esas ojeras. Digo, orejas. Todas llenas de sordo ámbar. Hazte cargo, mira..., quiero decir, oye. Ya va a salir el Sol de medianoche. No, eso no es por estas latitudes. Pero sí, sí es, somos ciudadanos del mundo. Del mundo inmundo, y del otro, bellamente profundo, ¿será inventado? ¿Será que lo inventamos o inventaremos? Cuando yo... No, déjalo así, volvamos a tus ojeras. ¡Digo, orejas! Están vueltas un desastre. Presta atención a eso. Te sugiero quitar de allí ese ambarino barniz color solo de medianoche, porque su hedor es oscuro. Negro soliloquio. ¡¿Cómo que por qué?! Paciencia... Te explico. Esa gelatina grasa está imbuida de palabras. Esas que no has querido escuchar. Creíste que se irían con todo y sus pertrechos, si no abrías la puerta, si les negabas la entrada, obturándola con un áspid enmudecedor, pero no; todas se incrustaron allí. Los dichos, reconvenciones, verdades, mentiras, gritos, lloros, reclamos, susurros, secretos, todo, todo está ahogado, pero vivo, en esa pasta. Qué hacer, qué hacer. Bueno, yo te recomiendo agarrar tus ojeras, quiero decir, orejas, y darles la vuelta, y tomarte el tiempo de retirar este revestimiento del cual te hablo, liberando todos esos sonidos moleculares, esos mensajes globulares, que han estado encapsulados allí por largo o corto tiempo, revolviéndose levemente, apretándose unos a otros, pugnando por un escape imposible, obturándote el alma hasta dejarla sorda. Luego, duerme en silencio. Sobre la perlada y aceitosa almohada, hecha de esa cera llena de historias textuales, abandonadas al mundo exterior, lejos de tus ojeras. ¡Orejas, digo!