INTERVALO. (Historia de tiempo y muerte, Última parte).
Hola amigos, feliz domingo! con este texto finalizo mis post referentes a "Intervalo". esta es la cuarta parte de este cuento sobre tiempo y muerte, te recomendaría leer previamente las tres partes anteriores...
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Todo sucedió de la forma en que ella advirtió que sería, desde la desolación hasta los reproches. Ahí estaba el viejo, con su mirada estoica y ausente, esperando el pronto fin de esa serie de escupitajos que le había asestado la vida en el rostro. Hasta podría jurar que aquel anciano, de piel marcada por los años, esbozó una sonrisa al percatarse de que la blanca mujer que se acercaba con paso lento, con una mirada implacable y serena a la vez, se encargaría de acabar con su ignominiosa existencia.
Nunca podré olvidar la expresión que apareció en el rostro de ese viejo, predecesor a aquella ingenua sonrisa; y el hecho de no poder olvidarla se debe a que quedaría plasmada en mi rostro hasta el fin de mis días. Por unos instantes fui uno con ese desgraciado ser, encarné todo su drama y pude experimentar el horror que descubriría su espíritu en el momento de la incertidumbre… pero hubo algo más, algo que no mencionó la lánguida muerte, es más, creo que ella misma no conoce ese algo. Aquello que experimenté, que él experimentó, fue un deseo de vivir inmensurable.
Veo necesario retroceder un poco en los hechos de aquella escena de muerte para aclarar la forma en qué aquel viejo, cansado de su existencia, pudo anhelar de una forma simplemente hermosa, aunque fuese cinco minutos más de vida. Todo comenzó con su completa aceptación del fenómeno de la muerte, cuando ésta se presentó frente al anciano, en ese momento, él se sintió alegre. Lo hacía feliz pensar que finalmente abandonaría su existencia maldita y terminarían sus desdichas.
De pronto, mientras la muerte se acercaba más y más en cortos pasos, ocurrió el previsto quebranto del condenado a la incertidumbre, pero en este caso hubo una variación: el ya anciano niño, acostumbrado a las desgracias, no intentó convencerse a sí mismo de un destino mayor. Al no conseguir una respuesta de aquella extraña mujer acerca del futuro de su alma, asumió que aquel futuro, con una vida mejor luego del fin de la suya, no era más real qué el tiempo dando marcha hacia atrás.
Cuando entendió que su vida, la única que conocía y por ende la única real para él, llegaría a su fin, la amó más que nunca y odió más que nunca a la muerte por darle fin a ésta… su cuerpo aceptaba, mientras esa mujer ya estaba a menos de dos pasos de distancia, que ya no daba para más. Pero su espíritu moriría como un rebelde subversivo a las leyes inquebrantables de la vida, haciéndoles frente hasta en su último suspiro.
No hubo llantos ni berrinches, ese hombre no reprochaba ya nada. Solo lamentaba no tener unos minutos más para corretear a las rojizas ardillas y observar emocionado, con un poco de temor, a las ancianas iguanas. La chica de los ojos grandes, envuelta en su elegante abrigo, lo tomó entre sus brazos, tornándose ambos en una postura similar a La Piedad de Miguel Ángel. Lo miró a los ojos y pudo ver en ellos la fría asimilación y el repudio hacia su particular labor… Yo no tenía ni la más leve idea de qué pasaba por la mente de ella, pero, desde mi asiento en la frontal del teatro, puedo decir, con riesgo a equivocarme, que se le veía feliz.
Posó lenta y delicadamente sus rojizos labios sobre aquellos secos y cuarteados, y le dio así el último adiós a aquel cuerpo que se convertiría instantáneamente en polvo. Esparciéndose en el espacio, llenando con su rebeldía la plaza de mis recuerdos. Así acabó aquel extraño acto y yo regresé a continuar con el mío.
Tenía el dedo índice reposando sobre el gatillo, la camisa estaba empapada de un sudor tan frío como el de una grave fiebre, mientras la boca del fusil se paseaba por mi sien. Llevaba días jugando con la idea… poco a poco fue creciendo hasta convertirse en un fantasma persuasivo, que entraba en mi pequeña habitación todas las noches. Un momento antes de mi visita a la plaza, la decisión estaba totalmente tomada y parecía irrevocable. Estaba cansado del absurdo de mis días, que no me aguardaran más que un desagradable deterioro y una segura muerte. Pero ahora esto, todas esas ideas, habían perdido su importancia… solo quería hacer una cosa. Puse cuidadosamente el revolver en la mesita de noche y salí apresuradamente.
Regresé al escenario que había visitado en los rincones de mi mente, pero esta vez no experimenté esa incomoda angustia. Era una tarde soleada y con mucho viento, los niños corrían de un lado a otro y yo observaba entretenido a las iguanas. Me senté a descansar en una banca en la que, minutos después, se sentó junto a mí una hermosa mujer de lánguidos y grandes ojos negros, casi tan negros como su largo cabello que contrastaba con su blanca, casi transparente piel.
Al dar un vistazo a la perdida mirada de aquella mujer, que observaba pensativa el movimiento de los frondosos árboles, sentí una fuerte necesidad de hablarle, necesitaba conocerla. Así que no lo dude ni un segundo… no recuerdo qué tontería habré dicho, estaba muy nervioso, pero su alegre y aguda risa me tranquilizó. Cuando tuve la oportunidad le invité un café. A ella la desconcertó un poco mi actitud, rio y luego aceptó… por favor, no piensen que soy un apresurado, es que no quiero que se me escape el tiempo.
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pd: la ilustración también es de mi autoría, en el perfil de instagram reseñado en mi biografía puedes encontrar otras similares :)