Esa mañana de abril Laura se encontraba particularmente contenta y equivocadamente optimista. Pensó que ese día sería distinto, que él finalmente cumpliría con su promesa, una promesa antigua y marchita.

Al terminar su penosa jornada laboral, en una lúgubre, caótica y hermética oficina céntrica, Laura se dirigió hacia la cafetería, alejada de todo y de todos, que se había convertido en testigo de sus clandestinos encuentros. Un lugar impuesto por él, claro, debía ser un espacio poco concurrido, discreto, apartado, casi marginal. Sin embargo a Laura le agradaba sobremanera la cafetería, incluso las prefería a otras más cercanas y accesibles.

Llegó, se ubicó en la mesa habitual, entonces Francisco, el camarero, le sirvió lo de siempre, su café con leche tibia y dos de azúcar. Se saludaron, sus miradas conectaron, y es justo allí donde ella supo, sin que mediaran palabras, que él aún no había llegado.

Transcurrió una larga y tortuosa hora de espera. Laura intentó llamar por teléfono varias veces pero, como en tantas oportunidades, él no contestaba.
La realidad la abofetió en la cara, advirtiéndole una vez más que la había abandonado, entonces se juró así misma no volver a creer en sus planes y promesas vacías. Él no dejaría a su esposa, tampoco construiría un futúro juntos, simplemente porque no lo había, no existía, sólo vivía en su imaginación y deseos de escaparse los dos juntos, y dejar atrás un trabajo que odiaba para dedicarse a su pasión, la pintura.

Laura comenzó a sentir que su cuerpo colapsaba, le costaba respirar y le dolía el pecho, estalló en llanto, un llanto que fue contenido por Francisco, que rápidamente la tomó entre sus brazos y le susurró que todo estaría bien, que él la cuidaría. Ella sintió que ese abrazo había unido todas sus partes rotas. Él la acompañó a su casa, le preparó una sanadora sopa y cuidó su sueño. Francisco quedó prendido a los ojos de Laura desde la primera vez que la vió en el café, tres largos años habían transcurido, tres pacientes años de secar lágrimas, escuchar sin juzgar, y abrazar para proteger.

Hoy Laura pinta en su atelier cerca del mar, y junto a Francisco tienen una cafetería en la playa, él sigue preparándole el café con leche tibia y dos de azúcar.

Fotografía de mi autoría