Ayer, como les comenté, tuve un día de mucha tensión y de avalanchas emocionales que me sacaron de mi círculo de estabilidad. Cuando era estudiante, el profesor Abel Machado, psicólogo educativo de la UDO- Sucre, fallecido prematuramente, nos decía que todos debíamos crearnos un círculo, que se asemejara a una muralla, y no permitir que nadie lo atravesara, porque eso rompía con nuestra armonía mental. Y eso fue lo que me sucedió ayer. Mi círculo voló en pedazos, y logré medio recomponerlo cuando escribí el diario. La almohada también me ayudó: Descansé y me levanté con ganas de verle a todo el lado positivo. Lo primero que hice fue llamar a mi sobrino enfermo de Covid para saber cómo había pasado la noche y cómo se sentía. Lo noté aún con tos, y con la voz algo apagada; pero me contó un chiste y sentí que está dando los pasos para ser el que siempre ha sido.

Con la alegría de su sonrisa, salí tempranito al centro a comprar las cosas del hogar. Son seis kilómetros que camino, y me gusta hacerlo, porque me permite pensar. A veces el trayecto no me es suficiente para organizar todas mis ideas, pero lo intento. Me llevé mi Tab3 Samsung en el bolso; con miedo de sacarla en cualquier lugar, porque no es muy cómodo tomar fotos con ella. Pero aproveché que aún era muy temprano y tomé esta de mi Carúpano querido.

Luego no pude tomar más fotos, porque me da miedo hacerlo. Uno nunca sabe de qué rincón salta alguien y nos arrebata este tesoro comunicativo.

El retorno a la casa lo hice también a pie, con bolsas de cuatro kilos en cada mano. El clima no me castigó, incluso llovió; los amigos que he ido haciendo en el camino me ofrecían refugio, pero les decía que no, que debía llegar rápido a casa. Aproveché para llorar, así mis lágrimas se confundirían con la lluvia.

La caminata, el estrés y la lluvia me agotaron. Recordé que no había desayunado, pero como la hora de comer se me había pasado, me senté frente al computador a revisar las publicaciones de Steemit y a comer maní.