Diario de Viaje / Ceará: paseando por el exótico noreste brasileño - I Parte
Fortaleza es la gran ciudad del noreste brasileño, con unos 20 Km de costa y muchos lugares interesantes para descubrir.
Llegué al aeropuerto Pinto Martins temprano en la mañana y supuestamente me iba a esperar un vehículo de un hostal en el que reservé habitación por Internet, pero luego de más de media hora, nunca llegó nadie y como afortunadamente no había pagado nada ahí, llamé a otro alojamiento para preguntar si tenían habitación o cama libre, me dijeron que sí, tomé un taxi y me fui para allá.
El señor encargado del hostal, ubicado en la zona de Iracema, era muy amable y conversador, como casi todos los brasileños que fui conociendo durante el viaje, y en mi portugués aprendido gracias a canales que veía por cable, entendí que me iba a poner en una habitación de seis camas donde ya había dos chicas alojadas. A lo largo de los días que pasé en este país, me di cuenta que mi nivel del idioma “brasilero” era bastante bueno ¡gracias TV Globo! Jajaja…
Dejé mi gran mochila en la habitación, saqué un bolsito pequeño donde metí el mapa de la ciudad, la cámara fotográfica y algo de dinero y me fui a conocer los alrededores. El hostal quedaba muy cerca de la Av. Beira Mar, por la que se puede caminar kilómetros con las playas a un lado, un paseo súper agradable para sentir el ritmo de la ciudad.
Por allí se coloca un gran mercado callejero de artesanías y hay venta de comidas populares como la tapioca, una tortilla hecha con yuca que se acompaña tanto con rellenos salados como el queso o dulces como el chocolate.
Ya por la tarde-noche pasé por Praia de Iracema, donde todo estaba muy animado con mucha gente paseando por este viejo muelle, jóvenes patinando y música que se escuchaba de los locales nocturnos cercanos, un ambiente alegre.
Regresé al hostal y me encontré con mis compañeras de habitación, resulta que eran madre e hija. Se estaban preparando para salir esa noche a bailar “forró”, un ritmo típico de la región noreste de Brasil. La madre súper coqueta bailaba mientras se arreglaba y estaba mucho más entusiasmada que la hija adolescente. Me invitaron a ir con ellas pero la verdad estaba muy cansada y ya tenía programada una excursión al día siguiente temprano. El encargado del hostal ofrecía paseos a buen precio y me recomendó conocer Canoa Quebrada, yo tenía ese lugar en mi lista, así que me anoté.
En la mañana me levanté temprano mientras mis roomates dormían (llegaron casi amaneciendo) y bajé a tomar el “cafe da manha” (desayuno), incluido en el precio del alojamiento diario: tostadas con margarina y mermelada, café, torta, jugo, frutas… bastante bueno para ser un sitio tan económico.
Llegó el transporte que me llevaría a Canoa Quebrada, pasaba por varias posadas de la zona a recoger a las personas que habían pagado el paseo, éramos unas 20. Afortunadamente cuando me monté pude elegir asiento con ventana.
Al irnos alejando de la ciudad de Fortaleza apareció ante nosotros la geografía semiárida que caracteriza a esta región de Brasil, y de repente, unas enormes dunas blancas al lado de la carretera. Así siguió el paisaje, con bastante arena por todos lados.
Más o menos hora y media después, llegamos a Morro Branco, una bonita población playera en la que fuimos recibidos por un guía, quien nos acompañaría durante el resto del paseo. Primero hicimos un recorrido por algunas tiendas de artesanía, donde destacaban objetos hechos con materiales marinos (conchas, caracoles, piedras…) y unos jarrones de vidrio de varios tamaños que tenían dibujos hechos con las diferentes tonalidades de arena que existen en el lugar, realmente impresionantes.
Después caminamos hacia una calle que se encuentra como en una colina y desde allí pudimos ver una hermosa panorámica de la playa.
El guía nos llevó hacia un sitio muy visitado del lugar: el Monumento Natural das Falesias (Acantilados), una zona como laberíntica, con altas paredes de tierra o arena muy compacta, a veces roja, a veces rosada y con varios cactus esparcidos por ahí. En algunas partes había como orificios desde donde salía azufre, alguien del grupo comentó que por el calor que hacía y ese detalle humeante ya estábamos en el infierno… jajaja.
Continuamos el paseo y bajamos hacia un tramo solitario de la playa, donde nos esperaban unos buggies, esos carritos especiales para rodar sobre la arena, nos montamos en pequeños grupos en varios de estos vehículos y recorrimos unos 15-20 minutos a gran velocidad, pasando al lado de los acantilados por un lado y el mar del otro ¡tremenda sensación de libertad!
Llegamos a un lugar con grandes formaciones rocosas blancas, eran unas cuevas, no recuerdo el nombre, entramos y ya había otro grupo de visitantes allí. En algunas partes había pequeños chorros de agua que caían a modo de cascaditas. Fue un breve paseo y al salir había un gentío refrescándose en lo que llamaban “el chorro de la juventud”.
Regresamos a los buggies y pasamos por una bellísima laguna antes de que ahora sí, nos llevaran a pasar el resto del día en Canoa Quebrada.
Finalmente llegamos a Canoa Quebrada, una playa muy singular por sus bellísimos acantilados de arena rojiza y rosada. Bajamos por una escalera de madera y antes de meternos en el agua ¡a tomarse fotos con el “logo” del lugar esculpido en la pared natural!
A pesar del ambiente agitado que percibí, creo que Canoa Quebrada aún conserva un toque bohemio, según leí fue uno de los lugares que comenzaron a ser frecuentados por el movimiento hippie y luego a través de los años, digamos que perdió un poco su aura alternativa y se convirtió en un destino muy popular entre los brasileros.
Siempre recordaré esta playa porque fue donde me di mi primer baño en aguas de Brasil. Aunque el viento haga que sea más para practicar deportes como el kitesurf o navegar en jangada (embarcaciones de pesca con vela triangular) que para nadar, disfruté mucho mi chapuzón. También me gustó ver a lo lejos un montón de molinos de viento o torres de energía eólica, que le dan una visión futurista al lugar.
Continuará…
Fotos propias
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