La joven de la sangre de oro (Prólogo)

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Seres alados invadían el garage. Volaban rápidamente, haciéndolos prácticamente imperceptibles. Sus ojos se enfocaban, no obstante, en el grupo de hombres que disparaban con desesperación; en sus rostros podía percibir el miedo, el asombro, la incertidumbre. No sabían a qué estaban disparando; esa duda era lo que les corroía dentro de sus almas.

Se volvió hacia su protector.

Esperaba encontrar a un joven de cabello negro, ojos azules brillantes, de estatura alta y de atavíos elegantes. En su lugar, se encontró con enormes dientes, escamas doradas y enormes ojos azules dorados.

Abrió los ojos con sobresalto. Su vista poco a poco empezaba a aclararse conforme se incorporaba lentitud en el lecho. Somnolienta, se volvió hacia la ventana; la oscuridad estaba huyendo de la luz que emergía desde el horizonte. 

Era hora de levantarse y realizar el primer ritual de la mañana: Escuchar música del primer género que se le ocurriese: Metal, clásica, pop, boleros... Cualquier cosa que la prepare mentalmente para la realidad que le aguardaba al otro lado de la puerta.  Sin embargo, había un problema: no tenía celular y audífonos. Todo eso se había quedado en casa. 

Y que no estaba en su habitación, sino en la de una amiga suya con quien se había quedado a dormir el día anterior.

Se levantó sigilosamente; no quería despertar a Laura, quien estaba roncando feliz en su hamaca. Saliendo de la habitación, se fue directo al baño.

Se puso a reflexionar sobre los acontecimientos de las últimas semanas: Hace un mes había sido secuestrada, vendida y a punto de ser violada en la ciudad de París. Había sentido el miedo y la incertidumbre que, estaba segura, atraviesan todas las víctimas del tráfico humano; estuvo a punto de desaparecer del mundo en un abrir y cerrar de ojos, atrapada en las cuatro paredes de una jaula de oro y a los pies de un infeliz que pretendía usarla como inodoro para semen.

A pesar del miedo, decidió pelear. Vencer o morir. 

Sin embargo, había algo que la intrigaba demasiado: ¿qué fue lo que realmente sucedió esa noche en el garage del traficante? 

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París, Francia. Cuartel General de la Interpol.

Charles Volanges bufó mientras se acomodaba en la silla. Impaciente, miró el cristal polarizado, desde donde seguramente le observaban los agentes que lo habían dejado encerrado en esa sala. Mientras tanto, al otro lado del cristal, el agente Jacques Ferrer y el fiscal Gustave Delon lo miraban con recelo. Delon estaba convencido de que Volanges cooperaría; solo era cuestión de esperar. Ferrer, no obstante, prefería enviarlo directamente a la cárcel sin darle esperanza de regresar al mundo exterior.

Para él, Volanges era cómplice de un delito grave, aún cuando alegue que le "había salvado la vida" a una de las testigos principales. Además, era uno de los asesinos a sueldo de mayor poder y reputación en el bajo mundo a quien se le ha atribuido las muertes de artistas y políticos de renombre. Él no iba a dar su brazo a torcer ni aunque se le ofreciera un castillo en Escocia, de eso podía estar seguro. 

-No hablará.

-Dale tiempo -replicó Delon.

-Le hemos dado lo suficiente. Él no hablará.

Ferrer y Delon se marcharon, no sin antes encargar a tres policía que estuvieran alerta. No obstante, ninguno de ellos tenía idea de que uno de los oficiales, esperando el momento en que estén muy lejos, entrara a la habitación. Un policía de ojos azules claros y cabello negro. Uno a quien Volanges reconoció de inmediato.

-Vaya... No sabía que realmente eres un policía, Ivar.

El aludido, sentándose frente a él, le replicó:

-No lo soy... arcángel.

Volanges se inclinó hacia el joven. Mirándole a los ojos, inquirió:

-¿Qué quieres... dragón?

Un silencio repentino surgió entre los dos. Un silencio que duró muy pocos minutos cuando Ivar respondió con seriedad:

-Tú sabías que ella no es humana.

Volanges sonrió con suficiencia mientras que Ivar continuó:

-¿Para qué la querías?

-Para follar.

-No... La querías para dársela a tu verdadero amo.

-Mi amo y señor es Jápeto.

-Yo no estoy tan seguro... Aesir Aeseryon.

La sonrisa de Volanges desapareció. Ivar, desafiante, añadió:

-Te ví en el Metnal* hace unos años. Te espié mientras traspasabas la información a Creont. Estabas traicionando a Jápeto en sus meras narices. No quiero saber las razones de tu proceder, aunque puedo imaginármelo muy bien. El poder... Ser el más poderoso de los arcángeles. Tu sueño, tu pasión, tu amor...

-Si piensas chantajearme, no lo conseguirás. Nadie le creerá a un dragón.

-Yo no diré nada. Solo me maravillo de qué tan terrible es ser un supuesto ser de luz que hace impunemente toda clase de atrocidades a los humanos. Ser cómplice de cómo violan a mujeres y niños frente a tus narices indiferentes, asesinar a gente que ha incomodado a unos corruptos... Follar a tu madrastra cronoata incluso a espaldas de tu angélico padre...

-¡Maldito! -farfulló Aesir.

Se abalanzó encima de él con la intención de matarle, pero Ivar se apartó de inmediato y lo tomó por sorpresa al prenderle fuego a la mesa. Los policías que estaban afuera entraron estrepitosamente a la habitación y sacaron a Aesir mientras que Ivar se escabullía entre la pequeña multitud que se estaba formando.

Marcó a un número.

-¿Hola?

-Febe, soy yo. Tú y Caronte reúnanse de inmediato. Temo que ha pasado lo peor.

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*Metnal: En la mitología maya, el Metnal es el noveno nivel del Inframundo (Xibalbá) gobernado por Ah Puch, uno de los amos y señores principales (Wikipedia versión española).

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Disponible en Wattpad. 

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