Trilogía: al otro lado del río | Parte III, el final

in GEMS4 years ago



Trilogía: al otro lado del río




Realmente estaba un poco intimidada con el hecho de hablar con una persona totalmente desconocida por ello elegí hacerlo a través de una aplicación que me permitiera tener el control total sobre a quienes me iba a dirigir. Mi pensar iba a cientos de kilómetros; para la desgracia que se había vuelto mi vida, no era nada cómodo tener que inventar excusas para rechazar una visita a mi casa por el temor de crear un vínculo con alguien y verlo destruir en mis manos una vez más. Pero sus ojos, esa mirada a través de la pantalla me hacía sentir confiada, como si el destino cruel de mi vida por fin me decía que iba a tener un respiro, que las aguas se calmarían por completo, ya el momento de sufrir iba a acabar.


Más que un saludo con el tiempo se dio entre nosotros, todo un caballero, parecía ser de esos hombres extintos, aparte de ello todo un galán quien a pesar de su edad se conservaba muy bien. Me habló sobre su hijo y su difunta esposa, se notaba lo tanto que la amo, algo que me hizo sentir un poco de celos, es que toda mujer sueña con que un hombre como él sea amada de esa forma y hasta más allá de la muerte.


Para mí era encantador hablar con él en el transcurso de todo el día. Cada día empezaba con una sonrisa dibujada en mi rostro por sus cálidos buenos días y lo preocupado que se mostraba por mi vida diaria. Era como volver al pasado, cuando era una joven que no conocía sobre el amor, sobre la realidad de la vida, en la que sentía mariposas dentro del estómago por conocer a una persona que se mostraba tan interesada en mi.


Tal vez esto era parte del destino, pues desde el momento en que lo conocí mi vida cambio, todo mejoraba con el tiempo, conseguí un trabajo con mejor remuneración con la cual pude comprar un celular y laptop con cámara que me permitía hacer vídeo llamadas con él. Los kilómetros no podía distanciar el sentimiento que teníamos uno por el otro.


Habían pasado ya varios meses al otro lado del mundo donde él estaba y se acercaba su temporada invernal, por lo que pase a la tienda más cercana de mi trabajo en mi turno de descanso para comprar algunos suéteres cálidos para enviárselo. Pero esa noche al llegar a casa y sentir mi realidad, escuchar mis sentimientos en ese tiempo meditado, supe que debía hacer algo más que enviar regalos para él.


Pedí un permiso en mi trabajo, deje a mi hija unos días con mis padres y me dispuse a cruzar el mundo por el simple hecho de conocer a esa hombre y cálido en persona. El viaje fue realmente agotador, tuve que tomar 2 vuelos, y cada hora era eterna, ansiaba llegar a mi destino.

Ella me recordaba a mi difunta esposa en sus últimos momentos, puesto que su vida era un torrente de oscuridad con el afán de querer seguir adelante y brillar a pesar de estar herida. A pesar de que nos escribíamos y algunas veces nos llamábamos a distancia, podía sentirla cerca de mí, o tal vez muy en el fondo eso era lo que yo deseaba. Pero no podía descuidar mi trabajo, tampoco tenía garantizado que mis pensamientos sobre ella fueran los correctos. Tal vez si me atrevía a buscarla ella podría asustarse o abrumarse. Así que decidí el mejor camino para ambos, ser paciente y disfrutar del día a día.


Para mi sorpresa fue ella quien unos meses después se hizo presente en mi vida, yo quedé atónito, no dejaba de suspirar por lo bella que era. Sabía que era hermosa, pero definitivamente no era lo mismo verla por vídeo llamadas o fotografías.


Ella se iba a quedar toda una semana, así que pensé que lo correcto era descansar un poco del trabajo y compartir todos esos días con ella. Ese mismo día cuando le recibí en el aeropuerto le salude extendiendo mi mano, a lo que ella sonrió, extendió la suya y luego se acercó a darme un beso en la mejilla, algo que me hizo sonrojar y sonreír también.


Ese mismo día fuimos a cenar en el restaurante del hotel donde se estaba quedando, dando por sentado que ella estaba agotada por el viaje. Esa noche me despedí con ella con un tanto de nostalgia, no quería separarme aun cuando estuviese en la misma ciudad que yo, pero sabía que los demás días serian así al final, así que desde la primera noche pensé en algo que tal vez era muy apresurado pensar.


Estuvimos juntos todos los días, y cada minuto que estuve con ella lo disfrute y guarde como el mejor recuerdo, pero muy dentro de mí no dejaba de pensar lo que sería de mi vida si la dejaba ir. El día anterior a su vuelo de retorno pase por la joyería antes de buscarla a ella en su hotel, compre un juego de anillos porque estaba seguro de lo que iba a hacer y lo que quería, iba a tomar el mayor de los riesgos, era tenerla o tal vez perderla para siempre como la persona que quería que fuese realmente, mi compañera de vida.


El día había pasado rápido, esa noche la invite a cenar a mi casa, preparé comida italiana ya que sabía que era su favorita, compre el vino más caro de la ciudad a la espera de poder abrirla para celebrar un sí, y no tener que emborracharme por un simple rechazo. Lo admito, estaba nervioso de lo que fuese a decir. Tan pronto como termine suena el timbre y detrás de la puerta estaba ella con un elegante vestido rojo oscuro, sus labios pintados de un rojo pasión y esa mirada tan penetrante que me hizo estremecer.


Compartimos unas copas mientras disfrutamos la comida, una buena música clásica y nuestro espacio, por fin juntos y a solas. Al terminar la cena, le pedí que bailara conmigo una pieza, a la cual ella aceptó, se le podía notar lo sonrojada que estaba ella y seguramente yo también lo estaba. El ambiente se torno placentero cuando de pronto la beso sin pensarlo y ella me corresponde con otro. Supe en ese instante que ella sentía lo mismo que yo.


De rodillas sujeto un pequeño cofre de anillos de compromiso, y entre palabras dulces pedí que me diera la oportunidad de ser ese hombre que quiere protegerla y amarla para en un futuro ser su compañero eterno de vida. Mis nervios fueron tontería, puesto que ella aceptó entre lágrimas y alegría.


Esa noche despoje de su cuerpo su hermoso vestido y ella mi elegante esmoquin para consumar aquello que ambos sentíamos en carne viva y a flor de piel, como si no hubiese un mañana, ni tiempo requerido para hacer las cosas según la normal vida.


Esa última noche de vida durmieron y murieron juntos. Sus cuerpos desaparecidos fueron unos de los tantos arrastrados por la corriente de un tsunami que había impactado en la ciudad en horas de la media noche.






Trilogía: al otro lado del río

Trilogía: al otro lado del río "parte II"

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