Lisboa, Bica, Mirador de Santa Catarina
Teníamos grandes planes para el penúltimo día en Lisboa, por la mañana visita a Sintra y por la tarde si era posible, visitar Belem, su torre su monumento y por supuesto, la fábrica de dulces. Amaneció lluvioso, tenía la ilusión de que fuese una lluvia pasajera, el tiempo así lo había diagnosticado el día anterior, buen tiempo y altas temperaturas, nada de eso, se cumplió. Aun así, en un alarde de optimismo, encaminamos el paseo a la estación de Rossio, previo desayuno por el camino(las ventajas de madrugar), un desayuno algo accidentado no funcionaba la tostadora, el pan lo sirvieron frío, y una bronca de dimensiones considerables de la dueña a la pobre chica que trabajaba allí, fueron más de diez minutos de gritos y conversación ininteligible que hizo que el dulce y el café que aunque estaban buenos, tuvieran un mal paso y dejaron un mal recuerdo, no está bien tratar así a la gente y menos con personas delante. Como remate, no tenían cambio de veinte euros y tuvimos que ir juntando monedas para atender los requerimientos de la buena señora, en fin un despropósito.
Esto es un monumento a los calçeteiros que son los que han hecho la práctica totalidad del empedrado lisboeta(y otras ciudades portuguesas) empedrado de caliza y basalto, en el cartel cercano, pone que solo salen de la escuela unos treinta maestros por año, es un oficio artesanal difícil, bonito y por tanto protegido.
La estación de Rossio, es bonita por fuera, por dentro, unas escaleras mecánicas estilo Galerias Goya en Málaga, antiguas, empinadas como todo aquí en Lisboa, conduce a una planta superior donde se sacaban los billetes destino Sintra, una larga cola tanto en las taquillas como en los cajeros, nos aguardaba, todo plagado de españoles, hemos sido una epidemia constante estos días. Después de más de media hora en la cola, sin observar ningún avance, y viendo que el tren tarda una hora en llegar a Sintra, por ser festivo en Portugal, el castillo que queríamos ver cerraba antes(a las cinco) y la perspectiva de no tener la posibilidad de coger un tuk tuk para desplazarnos por el gran número de personas que habían tenido nuestra misma idea, desistimos de Sintra, otra vez será, no conviene forzar en algo que hay que hacer con gusto y tiempo, sobre todo.
Probamos el plan B, que era ir a Belem, directamente, el tranvía se coge en “Praça da Figueira” y bueno, seguía el mal tiempo, y una nueva cola de españoles, había mal ambiente, gente discutiendo que si la cola por la izquierda que si la cola por la derecha, descartamos de nuevo esa excursión, ir por ir no nos parecía una opción. Decidimos ya que la hora entre una cosa y otra, se nos había echado encima, pues dedicar el resto de la mañana a disfrutar de nuevo en una segunda vista la parte más céntrica, y almorzar en el entorno de “Mercado da Ribeira”, en el restaurante del primer día, estaba abarrotadísimo pero aún asi, muy amablemente nos prepararon una mesa y pudimos degustar bacalao y secreto ibérico al estilo portugués( cada uno en su plato con su acompañamiento)
Para el café posterior, decidimos buscar algo más tranquilo, y nos inclinamos por acudir al cercano “Cais do Sodre” a buscar algún otro sitio con encanto y por supuesto lo encontramos, allí es sencillo, la verdad, abunda el buen gusto, estuvimos en lo que básicamente era una librería, con barra, en la cual podías tomarte una copa, un vino, un café, un pequeño almuerzo, etc, había unas mesas y unas sillas como de prescolar distribuidas por los sitios, y ambientes, mucho Pessoa, Saramago y Eça de Queirós, la verdad que el sitio es una chulada, el café excelente, el trato exquisito y la gran Amalia sonaba de fondo, nada podía ir mal.
Después de ese rato tan agradable, pues decidimos gastar el resto de la tarde en ver cosas que se nos habían escapado, como por ejemplo, el maravilloso elevador de Bica y el mirador de Santa Catarina.
Que decir, del elevador, en una calle cercana al muelle, sin más transcendencia y sin que te lo esperes, tras un inmenso portal, hay un rellano que te asomas y ves el elevador en su angosta vía y subida por esos railes en un ascenso a un espacio que no se ve, las imágenes no bastan para describir el encanto de encontrar eso en medio de una intrascendente nada, no podíamos dejar pasar la oportunidad asi que por menos de cuatro euros y tras una espera muy moderada de unos diez minutos, nos sentamos en ese maravilloso vagón, todo de madera tan antiguo, por lo que leímos, sube una de las más empinadas laderas de Lisboa y fue el último de los elevadores de la ciudad en construirse.
Fue declarado monumento nacional en 2002 y la verdad, fue lo que más me impresionó de todo el decimonónico sistema de transportes portugués, lleno de encanto, madera y hierro.
La subida, muy bonita, corta pero merece la pena de vez en cuando hacer cosas de guiris, ellos suben directamente por los laterales, admirable cuanto menos, la pendiente no es poca cosa para andarse con chiquitas, normal el físico espigado que exhiben la mayoría de los portugueses, tan alejado de los obesamientos hispanos. En la subida, se ve en las cercanas paredes de las calles un montón de establecimientos, con muy buen aspecto la verdad, es un punto pendiente para próximas visitas.
Aqui en Lisboa, a pesar de ser una ciudad turística,no percibo ese ansia al turismo y esa adaptación que veo por ejemplo en Málaga donde se da una versión muy prostituida del carácter local(exceptuando quizás el Palo, pero eso es un tema aparte), existe gentrificación y tímidas protesta sobre todo por la zona de la Alfama, Mouraria y Misericordia frente a los pisos turísticos, pero bueno es todo calibrar, Lisboa, tiene aún mucha zona decadente por rehabilitar y esta opción es tan buena como cualquiera.
Pues llegando a la parte alta, Largo do Calhariz es una de las calles con más vida de Lisboa pero con encanto, no es una calle comercial al estilo de la Rua Augusta, esta es una calle con establecimientos de ellos, apenas jalonado por un Mini Preço, una versión del Dia Market, por ejemplo hay negocios de venta de velas artesanales, de paños, de trajes, librerías de viejo y por supuesto el omnipresente tranvía 28 transcurre por su angosta calzada, aqui todo es estrecho y empedrado.(como recuerdo de Lisboa, me he traido un adoquín que había saltado de la calle)
Subiendo la calle en dirección contraria al tranvía, se llega a una callecita que conduce al museo de la farmacia y por supuesto al mirador de Santa Catarina. La gente, estaba sentada, contemplando el atardecer, bebiendo sus omnipresentes minis de Super Bock, y el olor de hachís impregnaba el aire, en un suave pero persistente aroma. Mientras, unos músicos locales, tocaban un fado desgarrado, acompañado de forma insólita por un saxofón, era una buena combinación, la verdad.
Después de un rato deleitándonos en el ambiente, decidimos emprender la marcha nos quedaba guardar fuerzas para la vuelta y tomar una decisión sobre la cena.
Imágenes propias