Cuéntame qué os pasó (Novela) III

in #spanish6 years ago

Capítulo 4
La primera vez que paseó del brazo de Ramiro, luciendo éste su impecable uniforme militar, se sintió tan orgullosa, que poco faltó para que estallaran las cenefas de su vestido de tan henchido como tenía el pecho, bastante desarrollado por obra y arte de la naturaleza. No era la primera vez que pensaba en el parecido tan increíble que tenían Ramiro y ese fantástico actor norteamericano protagonista de la película Lo que el viento se llevó, que había tenido la oportunidad de ver en el cine hacía años. ¿Cómo se llamaba?. ¿Gary Cooper?. No, algo así como Clark. ¡Eso es!. ¡Clark Gable!. Se parecían tanto, en su opinión, que si los ponían a los dos, uno junto al otro, sería muy difícil averiguar quién era quién.
Aunque era invierno, aquélla mañana de domingo lucía un sol tan hermoso y agradable, que invitaba a pasear aunque no se tuvieran ganas. Seguramente por eso, los aledaños del Estanque del Retiro se hallaban tan frecuentados por los madrileños. Había, también, muchos quintos como Ramiro, que se pavoneaban orgullosos, sin duda influenciados por el carisma que representaba lucir con desenvoltura un uniforme militar. Se podían ver de todas las armas y colores: el uniforme azul de los hombres de Aviación; el blanco de la Marina; el beige de los cuerpos de Tierra. Incluso el verde aperlado de los cuerpos africanos de la Legión, con su chaquetilla corta, las botas de media caña y el gorro sobre el que se balanceaba alegremente una borla de color rojo que, cuando perdía toda inercia y se quedaba quieta, le llegaba al hombre hasta la punta de la nariz, como si fuera un moscardón que sobre ella se hubiera posado. Algunos llevaban los botones superiores de la camisa desabrochados, mostrando con banal prepotencia el vello ensortijado de su pecho. Una conducta propia, en su opinión, de la fanfarria típica de los novios de la muerte, que defendían a ultranza los últimos restos de colonialismo español en Africa.
Resultaba impresionante verlos, todo hay que decirlo. Pero Maruja no tenía dudas en cuanto a que no cambiaría a Ramiro por ninguno de ellos. Su Ramiro, fuera de toda especulación, era decididamente especial. Eso era algo de lo que sus jefes se habían dado cuenta a tiempo, destinándole a oficinas. Afortunadamente, aquélla circunstancia contaba además con la ventaja implícita de que estaba rebajado de guardias, si se exceptuaba el hecho de tener que realizar una cada quince días para cumplir con el protocolo. Siendo natural de Madrid, pronto le darían el pase pernocta, con el que podría comer y dormir en casa todos los días que no tuviera servicio. “Y es que Ramiro es tan especial -no se cansa de repetirse a sí misma-, que tiene suerte hasta para eso”.
Capítulo 5
Que Ramiro estuviera predestinado para oficinas era una cuestión que Maruja tenía tan asumida, que cuando la noticia se hizo oficial en su casa, el más sorprendido de todos fue su padre, que pensaba que era un chico más de la calle, destinado a convertirse en un auténtico golfo sin oficio ni beneficio. Resultó lógico, pues, que la mejor botella de vino –aquélla de cuerpo de Cristo oloroso y suave al paladar, haciendo honor a su excelente denominación de origen Rioja-, se descorchara a su salud y ambos terminaran cantando el Asturias patria querida, varonilmente confraternizados. Su madre y ella también lo probaron, pero sólo un culito, pues es de todos conocido que el vino se sube a la cabeza y se termina haciendo y diciendo tonterías que posteriormente se suelen lamentar.
Doña Remedios, su madre, era muy consciente de ello y estaba encariñada de Ramiro tanto o más que su padre, aunque se empeñara constantemente en sacar posibles defectos, que a ella en nada se le antojaban objetivos.
-Mira, muchacho, -dijo don Antón, apurando el vaso de vino, que ya comenzaba a dejar un alegre color carmesí en sus labios, generalmente amoratados. Esta vida está hecha para trabajar. Y para trabajar, hay que ser primero hombre.
-Por supuesto, don Antón, -contestó Ramiro, que no le iba a la zaga en cuestiones de chateo, aunque por prudencia solía reservarse siempre sus comentarios para mejor ocasión, otorgando la razón aunque no estuviera de acuerdo con ella.
-Ni democracia ni puñetas, carajo. Que el pan no viene bajo el brazo de los bonitos ideales, sino nadando en ríos de sudor, que para eso hasta Dios tuvo que trabajar lo suyo cuando creó el mundo...
-¡Jesús, qué hombre éste!, -se santiguó doña Remedios, mientras ella le pedía en silencio a Dios que el vino no le soltara demasiado la lengua y Ramiro se marchara espantado, pensando que su padre era un perfecto patán.
-La cuestión está en tener cojones suficientes para situarse...
-¡Por Dios, Antón!, -se santiguó otra vez doña Remedios, devota y piadosa como habían sido marcadas las pautas de su católica educación.
-¡Calla, mujer!, -gritó don Antón, golpeando la mesa con el puño cerrado. Y corta más jamón, que para ganarlo me sobran huev...
-¡Antón, por favor!.
-Ya comprenderás que con las mujeres es imposible mantener una conversación decente. ¿Por qué te crees que antiguamente no se las permitía votar?.
-Pues no estoy muy seguro, -dijo Ramiro, lavándose las manos como Poncio Pilatos, aunque ella por aquél entonces continuara pensando en la disculpa de que “prudencia obliga”.
-Porque sólo piensan con el corazón, muchacho, -continuó don Antón, haciendo un feo ademán de desprecio con las manos, gesto a que tan acostumbradas las tenía a su madre y a ella. No son cerebrales para nada, porque el pensar no forma parte de su naturaleza...
Su madre y ella se miraron, sin atreverse siquiera a despegar los labios. Se conocían lo suficiente como para saber lo que doña Remedios la diría, confidencialmente, por supuesto, si estuvieran solas las dos:
-Ya conoces a tu padre. Es su temperamento el que le hace decir cosas que en el fondo no siente. Es un hombre honrado y bueno, aunque terriblemente conservador. Vamos, que es como Dios manda.
Ella recuerda y titubea, dudando. Y se ve a sí misma mirando hacia otro lado para impedir que la aguda perspicacia de doña Remedios pueda leer con total impunidad en el libro abierto que son sus ojos. Ve que las mejillas de Ramiro están visiblemente sonrojadas, aunque no tanto, es evidente, como las de su padre, que parecen una supernova a punto de estallar y expandir sus pedazos incandescentes a todo lo largo y ancho del infinito universo.
La tarde está declinando. Basta un simple vistazo por la ventana para darse cuenta de ello y otro, no menos simple aunque sí dolorosamente más cruel, para pensar que alguien le ha robado un tiempo, privado e insustituible, que sólo les pertenece a Ramiro y a ella, porque para eso son novios y la ilusión de encontrarse en privado es sólo suya.
Su padre continúa hablando. Por fortuna, en éste nuevo pretérito de su memoria las mujeres han pasado de momento a un segundo plano y Ramiro recibe lo que don Antón –“sabio no por demonio, sino por viejo”, como bien dice el refranero popular, que es ancho como Castilla- considera una lección magistral de política española:
-...y ahí los tienes hoy en día. En cuanto el Caudillo, cuya memoria guarde Dios muchos años, ha dejado libres las riendas de éste noble caballo que es España, salen de sus agujeros como los escarabajos de la tierra después de la tormenta. Antes eran republicanos de postín; ahora, demócratas liberales. ¡Sólo Dios sabe qué serán mañana, cuando éste país termine de irse a hacer puñetas!.
A través del ojo imaginario de la mente, Maruja recuerda que mira a su padre de reojo, con respeto contenido, no exento de educado temor. Sus sentimientos se acumulan, mezclados y en completo desorden, como las bolas de la suerte en el bombo impredecible de la Lotería Nacional, que tanto ilusiona y decepciona a los españoles. Trata de justificarlo y en su descargo piensa que vivió una guerra fratricida en la que los hermanos luchaban contra los hermanos y los padres contra los hijos. No está completamente segura, pero por las pocas referencias oídas a su madre, sabe que el Alzamiento de julio de 1936 le sorprendió en África siendo apenas un muchacho que, obligado como todo hijo de vecino, cambió el arado con el que a duras penas arañaba la tórrida tierra aragonesa de Los Monegros, por el fusil y la arena ardiente del desierto saharaui, cuyos yacimientos de fosfatos tantos ríos de sangre española habían vertido, y no sólo en el tristemente célebre Barranco del Lobo.
Sólo vio a Franco en dos ocasiones: cuando les arengó con sobrehumana determinación, horas antes de cruzar el Estrecho para comenzar la reconquista de la Península y en el Desfile de la Victoria, una vez “cautivo y desarmado el ejército rojo...”.
Piensa que tal vez fueran aquéllas dos, ocasiones más que suficientes como para suponer que en su mentalidad legionaria se formara la visión mesiánica del héroe nacional y conservador por antonomasia. Esas, o quizá aquélla otra, sin duda más desafortunada y de doloroso recuerdo, en la que una bala republicana –“¡y una leche disparada al azar!”-, le pasó a escasos centímetros del corazón, en uno de los duros combates librados en el frente de Guadalajara.
-Ya lo decía Serrano Súñer, -recuerda que añade don Antón, ebriamente nostálgico: “Rusia es culpable”. Sí, muchacho. ¡Qué cojones teníamos los de la División Azul!.
Maruja continúa recordando, y tal y como si lo estuviera viviendo por segunda vez, frente a ella aparecen los restos de la botella de vino, que se desvanecen en el paladar de su padre, mucho antes incluso de que se agoste el turbio río de los recuerdos que vadea su alma con monótona languidez, como afirman los versos de Verlaine que sirvieron de contraseña para el desembarco Aliado en Normandía:
“Rusia es cuestión de un día
para nuestra infantería,
pero acabaremos antes,
gracias a los antitanques.
Tenemos que recorrer
mil kilómetros andando,
para luego demostrar
lo que llevamos colgando...”.
-Lo que llevamos colgando..., -continúa hablando don Antón, dejando de cantar, mientras sus ojos, lacrimosos y enrojecidos, miran con nostalgia mal contenida hacia un desierto blanco, los nombres de cuyas ciudades –Novgorod, Leningrado, Vilna, Stalingrado– aún campean alrededor de su alma como lobos hambrientos al acecho de un rebaño de ovejas.
Durante un momento, infinitesimalmente pequeño pero crucial, los ojos de Ramiro se encuentran con los suyos y Maruja, acongojada, descubre una inquieta súplica en ellos: “¡haz algo, por favor!”, parecen querer decirla. Pero cuando lo intenta, doña Remedios le da una patadita en el tobillo, que a punto está de hacerla soltar un grito. Maruja comprende y calla, humillando la cabeza como los toros antes de entrar a matar, mirando avergonzada hacia el suelo, incapaz siquiera de decir ésta boca es mía.
Don Antón continúa hablando. De su boca, pastosa y caliente cuál fumarola de un volcán a punto de entrar en erupción, surge un torbellino incontrolado de anécdotas, que atraviesan los oídos de Ramiro y se posan en su cerebro como el polvo en el suelo después de sacudir una alfombra.
Doña Remedios, cruzando las manos sobre su regazo, parece rezar, encomendándose a todos los santos, incluso a aquél que está considerado como el patrón de los imposibles y al que se suele acudir para pedir por las causas sin aparente remedio o de muy difícil solución.
-¿Qué sabéis vosotros, los jóvenes de ahora, sobre el honor y el sacrificio?. El general Agustín Muñoz Grandes. Ese sí que fue un héroe de la cabeza a los pies. Ya lo era en 1925, cuando participó en la batalla de Alhucemas. Y en octubre de 1934, cuando siendo segundo oficial de Franco, reprendió como Dios manda a los mineros huelguistas asturianos. Y durante la guerra, como comandante de la IV Brigada Navarra. Y más tarde en Rusia, luchando contra los malditos bolcheviques. Esos mismos que se llevaron todo el oro del Banco de España, dejándonos sin un puto duro.
Calla durante unos segundos para tomar aliento y Maruja reza porque Ramiro aproveche la ocasión, se levante, se disculpe y se marche manteniendo su orgullo a salvo y su educación lo suficientemente intacta como para dejar la puerta abierta y poder volver otro día a visitarla. Pero Ramiro titubea, concediéndole una nueva tregua y don Antón recupera otra vez su química extroversión, de la que el vino tiene toda la culpa, y vuelve otra vez a la carga con fuerzas renovadas:
-Sólo conozco a otro hombre que tenía lo que hay que tener para sacar brillo de un triste y opaco pedazo de hulla: don Santiago Bernabéu. Gracias a él, el Real Madrid es lo que es hoy día: el mejor club del mundo...
Es llegados a éste punto, cuando Ramiro asiste a la presentación deportiva del espíritu de don Antón: madridista y forofo arrogante –dominguero empedernido, de los de bocadillo debajo del brazo, puro en ristre y bota de vino colgada al hombro-, que vive cada partido futbolístico con idéntica intensidad, cuando no más, a como saborea las corridas de toros, rindiendo culto a la sangre que tiñe de rojo la arena y a los despojos sanguinolentos que cuelgan del pecho de los toreros.
-Regueiro, Rial, Di Stéfano, Didí, Puskas..., -dice, contando con los dedos de la mano, donde un vistazo, siquiera superficial para no herir su susceptibilidad, basta para apreciar unos callos más duros que el cemento armado y unas uñas ennegrecidas y bronceadas por la nicotina de los cigarrillos sin boquilla: seis Copas de Europa, dieciséis títulos de Liga, seis Copas de España y una Copa Intercontinental...
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Buenos días @juancar347
Me gusta su valiente elección de la temática para su novela, dando lugar a una rebosante cantidad de matices históricos y personales.
Por otro lado, le recomiendo escribir un capítulo por artículo; tendrá más posibilidades de que lo lea el público.
También debo añadirle que hay aspectos técnicos que no los considero correctos: el uso del guión por la raya (que debe de importarla desde Word), el punto y seguido en las exclamaciones de cierre, alguna que otra raya de diálogo que debería acotar donde interviene el narrador y dónde el personaje y un mayor uso de puntos y apartes.
Espero que sepa ver la buena intención que dichas acotaciones tienen.
Felices fiestas.

Estimado amigo. En primer lugar, quiero que sepa que le agradezco mucho su comentario, cuyas recomendaciones valoro también y en la medida de lo posible, procuraré seguir sus sabios, interesantes y bienintencionados puntos de vista. En ese sentido, permíteme explicarme: como digo, esta novela la escribí hace muchos años, unos quince o veinte, más o menos, cuando podría decirse que era un bisoño que aspiraba a ser escritor. Creo, y así suelo decirlo a muchos amigos de Steemit que están comenzando a escribir y me piden opinión, que aparte de que haya escritores que 'nacen', también hay muchos escritores que 'se hacen', y que la constancia, el esfuerzo, la crítica y también el desdén, se deben entender como esa cama de clavos que hace la felicidad del fakir; es decir, deben de considerarse como esos pellizcos metafóricos que nos da la Musa para que mejoremos, para que cuidemos nuestro estilo y nos centremos en el hechizo tan fascinante que tiene ya de por sí, el noble arte de escribir. Esta obra, podría haberla revisado, haberla corregido y aumentado; haber cortado de aquí para añadir allí. Pero no lo he hecho. Y no lo he hecho, simplemente por sentido común. En la época en la que la escribí, internet todavía no ofrecía las formidables herramientas de cara al público que ofrece hoy, de manera que apenas hubo público, a no ser muy cercano, que pudiera leerla. Ahora he querido sacarla del armario, pero creo y lo digo humildemente, que lo justo es hacerlo tal y como la escribí en aquél momento: con todos sus fallos y errores. Mi prosa, en la actualidad, creo que ha mejorado bastante desde entonces. Y si digo esto, no es para arrogarme ningún mérito, ni tampoco me anima ningún sentimiento de superioridad o de prepotencia. Opino que los escritores (y considero escritor a todo aquél que tiene el ánimo suficiente como para sentarse, ponerse a escribir y tener la valentía de exponer ante un público sus obras, sean éstas reconocidas o no, remuneradas o no) deben de ser honestos consigo mismos, con sus raíces y con ese público, más o menos numerosos, que lo leen y vean que, se llegue o no a ser un gran escritor, escribiendo y esforzándose se puede conseguir, cuando menos, llegar a hacer algo positivo: escribir bien. Por otra parte, quiero agradecer y lo hago públicamente, el gran esfuerzo y la gran labor que su equipo está haciendo aquí en Steemit y en ese sentido, también me permitiría hacerte una sugerencia, que espero anime a todos los steemians que están empezando: en lugar de gratificar tan alto algunas obras, gratificar menos y a más escritores. Eso, aparte de animar a seguir escribiendo y evolucionando en el arte de la escritura, puede generar menos descontento y más confianza. Y lo digo, teniendo muy presente y estando muy agradecido, que se me gratifica a menudo y no mal. Te reitero, otra vez, mi más sinceras gracias por tu amable comentario y aparte de desearte unas Felices Fiestas, aprovecho la ocasión para mandarte un fuerte abrazo.

Pues siendo así, reitero de nuevo su valentía como escritor y como persona.
Respecto al tema de las votaciones es algo que yo, particularmente, intento implementar por mi cuenta pero que, seguramente, proponga oficialmente como directriz al equipo de Cervantes dado que concuerdo con usted en lo mismo.
Suerte en el pronto venidero año.

Muchas gracias. Un fuerte abrazo y que este año nuevo nos brinde a todos muchas oportunidades, sino como escritores, al menos como personas. En cualquier caso, que lo tenga a bien reservarnos vaya siempre encaminado a nuestro crecimiento personal.

Ahí están los prejuicios contra nosotras que piensan tantos aún, y tantas, que hay mujeres que ya les vale. Y las causas, desde luego. Ese embrutecido padre-padrone, la terrible historia que cuenta, orgulloso... y hasta Santiago Bernabéu. Qué triste era ese tiempo, siempre gris, y todos víctimas.

Cierto. Pero recuerda que esto lo escribí hace como veinte años y en esa época (de modo partidista, todo hay que decirlo) podía más o menos ajustarse a un hecho sociológico y cultural más o menos acertado. Pero cuesta decirlo, y no obstante, hoy en día ya no es una cuestión de política y posiblemente sí de educación; ya no hay un perfil de maltratador, bajo mi punto de vista, que pueda definirse de derechas o de izquierdas y creo, aunque posiblemente me equivoque, que este retroceso puede tener parte de sus raíces en el miedo que puedan tener ciertos hombres frente al avance de la mujer: su inteligencia, su independencia, su poder de persuasión y fascinación...Y aquí lo dejo, que me enrollo.

Nunca ha habido un perfil claro de maltratador, en lo que sí coincidían a menudo los que lo conocían, era en decir: “no me lo esperaba, ¡pero si eran una pareja normal!”, y ahí está la clave, me parece, que el maltrato aquí era normal, de una dictadura sale todo el mundo embrutecido, los hombres maltratan a sus mujeres, las mujeres a los hijos, los hijos a los animales... porque el modelo político era el del abuso, y eso aún no ha desaparecido de la sociedad, los traumas se han ido trasladando a las siguientes generaciones, y aún no se quiere cerrar heridas. También estoy de acuerdo en que ciertos hombres nos temen por nuestros valores, y el miedo engendra monstruos.

Cuanta paciencia tenían las mujeres de aquellos tiempos para soportar semejantes insultos y además bajar la cara. Groserías de los mismos padres, qué terrible!

Mejor me quedo con lo referido al Santiago Bernabeu, tuve la oportunidad de hacer el recorrido del estadio, es espectacular! =)

Aparte de ser también una cuestión de condicionamiento, cada persona y cada hogar es todo un mundo. El Santiago Bernabéu es un icono de Madrid, como en su momento lo fue el Vicente Calderón y como para mí puede serlo el equipo de mi barrio y el Estadio de Vallecas (desde hace unos años, Teresa Rivero), situado en la calle dedicada a un gran payaso: Fofó.

Otra vez con geniales aportes en sus respuestas. Ya eché un ojito al Estadio de Vallecas y al payaso Fofó. Muchas gracias.

Ha sido una pequeña licencia de vanidad. Generalmente, mucho más que el Atlético de Madrid y el Rayo Vallecano, el Real Madrid ha sido y es el icono de esta ciudad en el mundo, en cuanto al ámbito deportivo.

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