El enigma de Baphomet (248)
Leo: — Ya las tengo. Me las dieron inmediatamente. Estaban depositadas en el juzgado. Son los mismos dos baúles que tenía Denisse hace veintisiete años. Y con las mismas ropas dentro.
Clara: —¿Has tenido que meter los baúles en el hotel?
Leo: — No. Los he llevado a un guardamuebles hasta que regrese a España. He dejado dentro los escritos personales del Capitán Counillac y los cuadernos del diario de Guerra. Y más papeles del Capitán de los que yo no sabía: certificados de ascensos en el ejército, medallas y cruces, supongo que serán méritos de guerra. Y otros documentos que hay que examinarlos despacio. El juez redactó un inventario de todo, pormenorizado.
Clara: —¿O sea, que subiste a tu habitación los pergaminos solamente?
Leo: — No. Los pergaminos los dejé bien guardados en el baúl, porque no los entiendo. Hay que analizarlos y estudiarlos despacio. Subí un cuaderno del diario de la Guerra. Mañana compraré la cámara y les sacaré unas fotos y te las mando. Con esa maquinita tan pequeña salen fotos de documentos en las que se lee todo perfectamente, no hace falta escanearlas. Tradúcelo. A mí se me han escapado muy pocas palabras aunque está en francés de principios del siglo XIX. Mañana las tendrás en tu correo:
“Capitain Gustave Counillac.
El día uno de enero de 1809 llegamos a Astorga con más de dos cuartas de nieve. Mi general, el Mariscal Soult, ordenó a mi compañía que nos aposentáramos en unas casas vacías del arrabal de Puerta de Rey. En los arrabales no había nadie. Todos los habitantes se habían refugiado dentro de las murallas o habían huido por los caminos. Debíamos controlar el acceso a Astorga desde los pueblos vecinos de la ribera del río Tuerto: desde Castrillo de las Piedras, hasta Brimeda. Nos llegaron noticias de que durante la retirada de los ingleses por las montañas del Bierzo, se emborracharon todos en las bodegas de Cacabelos, de tal manera que les infligimos un desastre total. Y los pocos que iban quedando tuvieron que huir hasta La Coruña, más deprisa que nuestro ejército perseguidor. Yo ya no me moví de la zona de Astorga durante los dos años siguientes, pero en ese transcurso, en el pueblo de San Román, encontré a una dama astorgana llamada Esther disfrazada de labradora. Se había creído que iba a camuflase en los pueblos cercanos entre las cuadras de vacas y en los pajares o escondida en el monte de encinas, porque se había propagado la idea de que los franceses éramos unos salvajes violadores sobre todo de la gente refinada, pero no se me escapó la belleza, y la belleza vino acompañada del refinamiento de la dama que resultó conocedora de mi lengua. Como yo era de buen parecer y prestancia, la señora, a la que traté con suma delicadeza y prometí absoluto respeto de mis propios soldados, poco a poco fue intimando conmigo, en francés, porque yo, de español, sólo sabía tres o cuatro palabras a pesar de llevar ya en España varios años de servicio. Durante esos dos años de campaña en los alrededores de Astorga, llegué a conocer toda la comarca incluido el Bierzo y sobre todo el Monasterio de San Pedro de Montes, y también el de Peñalba de Santiago y las ruinas de los templarios de Ponferrada. En una de nuestras correrías, pude apropiarme de mi colección de documentos, donde Martín y Roderico narran su persecución, hace cinco siglos, promovida por el Papa Clemente V, a instancias del Rey de Francia Felipe IV el Hermoso: el hecho más importante de la historia de Francia.
Tenía escrito un diario con todas nuestras acciones de guerra, salpicadas de algunos días de descanso, pero quedó en Astorga. Me enamoré ciegamente de Esther, a pesar de que las ordenanzas militares no sólo me lo desaconsejaban sino que me lo prohibían, de tal manera que la dejé embarazada. Dicen que los soldados no tienen sentimientos, pero yo quería a LA NIÑA COMO HIJA MÍA QUE ERA y cuando tuve que dejarla con su madre irremediablemente, fue una noche de fuego de campaña y ya no pude volver, PORQUE LOS DESTINOS DE LA GUERRA ME LO IMPIDIERON, pudiendo sólo llevarme algunas de mis pertenencias. Por si acaso alguien los encontrara en el puesto de vigilancia, que tuve que abandonar a la orden de retirada, allí dejé mensajes a mi hija recién nacida, y a su madre, de la que tampoco volví a saber nada. Firmado: Capitain Gustave Counillac”._
Leo: —¿Te llegan las fotos?
Clara: —Sí, sí. Manda más. Manda todo lo que tengas ahí.
La conversación sugiere mucha intriga. Buena historia.
Es una novela histórica que estoy publicando para los colegas de steemit, y la puedan leer gratis, que en papel cuesta muy cara, 24 euros
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