No es hasta ya pasado los 27, que vuelvo otra vez a ver las ruinas que una vez de niña, escapando de mi madre en el parque de las montañitas (Los Ilustres) , logré divisar y me impresionaron tanto. En compañía de un gran amigo extranjero, al parecer el único capaz sentirse emocionado por tan corta pero interesante travesía, para el desconocida, me dirigí hacia donde termina o comienza la ciudad, al final de Barrio Nuevo , pero a donde llegamos después de dar una vuelta por puente Bolívar, posterior a haber realizado la visita obligatoria a todo el casco colonial, el teatro Alirio Díaz y en él la colección arqueológica de objetos y vasijas encontradas en Camay y todas las zonas de la Otra Banda. Temía haber olvidado el camino, tanto así que auguraba perderme, la inseguridad actual también me hizo temblar un poco al encontrarnos en el camino con un extraño, al parecer un indigente que no dejaba de observarnos. Es así como, entre el sol y las señales que lograba recordar apenas del parque ya desaparecido, logramos conseguir las caminerías muy bien conservadas, seguí mi instinto y le dije que debíamos seguir hasta el final del camino de ladrillos y con suerte veríamos las ruinas sobresalir del árido follaje. Así pasó, logramos ver las ruinas a distancia y ver un caminito serpenteante entre las tunas, que iba desde la caminería en esa dirección, atravesando el rio hasta las ruinas.

Entretanto, mi corazón, comenzaba a estremecerse, tome la delantera siguiendo el camino, ansiaba con ansias llegar cerca, mi amigo hacía preguntas acerca de cierta planta xerófila que él desconocía, conteste a secas de forma rápida: ¡esos son pepinos de monte, o al menos así les decía mi papá!, eso me hizo pensar de pronto en mi padre y en cuantas cosas me había enseñado, pero que nunca me había hablado o llevado a las ruinas, él que siempre me había contado del monte, del estilo de vida del campo pero que nunca me había contado de Carora. Aun así, ese leve recuerdo y deslumbramiento no frenó mi paso a tal punto de reclamar prisa de mala manera a mi amigo, quien a solo metros de de llegar se detuvo en el río para refrescar su cabello que sudado estaba por el imponente sol.

No sé cuanto tardamos en llegar, solo que apuré mi paso y que al final vi abrirse el camino, en una planicie parecía que por fin mi destino se había cumplido, allí las ruinas, íngrimas, pareciera que las fueran construido así, tal cual, entre un radio considerable o casi una circunferencia perfecta libre de vegetación y ellas en el centro, tome unos de los extremos de su puerta y la abracé, unas lagrimas empezaban a asomarse de a poco por entre mis ojos y evitando quebrar mi voz dije: ¡las he dibujado tantas veces y nunca había venido a verlas de cerca!.

Me dejé hipnotizar por sus colores ocres, amarillo, naranja, rojo e incluso violetas de algunas de las piedras que formaban su estructura, conseguía divisar formas casi caligráficas entre sus perfiles y superficies quebrajosas, por sugerencia de mi acompañante logré ver hasta formas y dibujos rupestres en sus texturas, el suelo estaba completamente quebrado por la aridez pero húmedo por la reciente llovizna, era como si tal frontón erigido hace tantos años, se hubiera mantenido indómito y adosado al suelo con tal fortaleza, para contarnos una historia, una historia que ya no tiene protagonistas particulares, la historia de un pueblo que a pesar de los embates de la naturaleza logró mantenerse en pie creando y forjando su propio porvenir, estas ruinas son en efecto la fuerza del gentilicio e identidad de todos los Caroreños.

Les invito a leer mis próximas publicaciones y siempre estaré dispuesta a responder sus preguntas y comentarios. Muchas gracias comunidad Steemit.